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viernes, diciembre 5, 2025

Estafadores/ Por mis ovarios, bohemias 

Tania Magallanes
Tania Magallanes
Jefa de Redacción de LJA. Arma su columna Tres guineas. Fervorosa de lo mundano. Feminista.

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 El/ Respeto/ Al/ Complejo/ Ajeno/ Es/ La/ Paz.

Efraín Huerta

 

Abrí Tinder. Antes de que siga y considere este acto meramente sexual, déjeme decirle que sí, pero no. Aunque usted no me crea, que tampoco es que me importe mucho, me interesaba conocer la dinámica de la aplicación, un mundo que es la fantasía y el gusto de un montonal de personas que conozco, pero que hasta ese momento yo desconocía por completo. Lo juro por mi sacrosanta madre. Nunca antes había tenido ni el más mínimo interés en conocer de esta manera a otras personas fuera de mi círculo habitual, pero pudo más la curiosidad, aunque supiera que eso mata al gato.

Claro que ya vi el Estafador de Tinder, aquel hombre guapísimo y adinerado que engañó a varias mujeres defraudándolas no solo en la esperanza de amor y el romance eterno, sino en los dineros, todas juntas fueron timadas por más de 10 millones de dólares, lo que las dejó en la ruina económica y emocional.

Tinder por sí mismo es una estafa. Todos ahí nos convertimos en estafadores. Colocamos la foto que más nos favorezca en el estándar de belleza y armamos un perfil sumamente tramposo en el que seamos vistos como personas de mundo, las más audaces, exploradoras, viajeras, conocedoras y en completo equilibrio emocional. “Has llegado a la región más liberada del temor de Dios, a la gran orgía que atrae a los incautos”, escribió Monsiváis sobre la Gran Ciudad y justo aplica para Tinder.

Pero no todas las personas caben en esta descripción.

Al inicio, fue sumamente aterrador. Descubrí cada espécimen, que más que dar risa me daba miedo. Hubo un momento en que fue inevitable comenzar a capturar pantalla para compartirlas con mis amigas y sorprendernos y reírnos juntas. Quién sabe cuántos watafacks exclamé. Perdón. Suena muy desagradable el burlarse de la personalidad de los posibles pretendientes, pero no alcanzo a explicar el fenómeno este, en el que en una aplicación de citas, cuya principal intención -tengo entendido- sea conocer personas para sostener un encuentro efímero, y por lo general, sexual (claro que también habrá quien pretenda encontrar al amor de su vida ahí, de todo hay en la viña del señor) y te encuentres a un Antonio, 40, con una foto de perfil de la Santísima Trinidad, como si se estuviera pidiendo con fe ciega y esperanza milagrosa al principal dogma de la iglesia católica cristiana apostólica romana que le deje encontrar al maravilloso ser que se encuentra del otro lado de la pantalla, buscándole.

La prejuiciosa soy yo, de seguro, porque me resulta bastante perturbador que un ejército de Antonios comparta como foto de perfil la advocación mariana que más les represente: encontré vírgenes Marías y de Guadalupes, la Santísima Virgen de Fátima y hasta Santos Niños de Atocha y Sagrados Corazones de Jesuses, seguidos de Cristos que mostraban sus rostros dolorosos y ensangrentados. Lo menos prometedor y sensual para mí, realmente. Supongo que más de una incauta, más inocente y virginal que yo, caerá en esa estafa. Aunque no la juzgo, también a mí me han vendido las perlas de la Virgen para luego estafarme, o sea, me dieron gato por libre, me hicieron de chivo los tamales.

Pero a esto le siguen los amantes de los autos, los que tienen de foto de perfil su boda o la entrega de anillos de compromisos o el beso con sus parejas, los que deciden colgar fotos de mujeres en tanga o de miembros enormes con leyendas que festejan cuan pervertidos son. O los de las fotos de músicos, actores o cantantes. Creo que estuve a punto de buscar el match con Brad Pitt hasta que vi que se trataba de Cachorro, 52. No faltaron los pedantes que en la biografía exigieran mujeres sin bendiciones o solo delgadas, o como Nicéforo, 54, que quería una mujer para que le hiciera de comer. O los muy estúpidos que colgaban fotos de lo que parecían ser sus hijos e hijas pequeñas… tal vez hasta eso es un código entre pedófilos, no sé. 

Y como realmente no es que esperara encontrar al amor de mi vida ahí, y eso de una cita para “a ver qué” me daba más miedillo que ganas, me limité por muchos días a observar con asombro y completo análisis la dinámica de los personajes salidos de quién sabe dónde.

Después encontré a los conocidos y una especie de vergüenza cayó sobre mí. El “qué dirán”. Fue fácil sortearlos al no darles like y luego me aburrí por completo y dejé la aplicación instalada pero sin entrar por muchos días. Se me olvidaba de plano. Constantemente, Tinder me mandaba notificaciones de haber recibido likes, o de que por varios pesos podría obtener Tinder Gold para saber quién estaba conectado y, o, a quién le gustaba, todo eso que no necesitaba. Habrá quién sí lo necesite. Yo no.

Que quede claro. En ningún momento juzgo a quien lo use. Mientras una sea feliz con lo que hace, que nadie se atreva a juzgarnos o estigmatizar su gusto, dice el dicho: cada quién hace de su culo un papalote, y pues lo vuela por donde quiere.

Total que ahí se quedó varado, hasta hace unas semanas que en la charla salió que ahora lo de moda era entrar a Bumble. Si no me había sentido vieja hasta este momento de mi vida, empezar a recorrer esa aplicación me dejó un vacío existencial inmenso pues todos los prospectos que aparecían tenían 20 años en promedio. Y está bien que sí me haga falta colágeno pero no es para tanto. Así que regresé a Tinder, ahora con menos curiosidad y más ganas. Tal vez eso era lo que me faltaba al inicio.

La primera salida fue desastrosa porque por más bonito que estuviera el tipo aquel, salió peor que aquellos estafadores con perfiles religiosos. Miembro activo del Frente Nacional por la Familia, panista, machista, misógino y para colmo, pendejo, me di media vuelta como había llegado y de camino a mi casa me compré contenta dos tamales para cenar.  Luego conocí a un madrileño y ahí sí cené rico.

Debo decir que no, pero sí. Mi interés antropológico fue saciado, lo juro por mi sacrosanta madre. Toda curiosidad en mí se apagó y al momento de terminar estas líneas ambas cuentas quedaron eliminadas y desinstaladas. Debut y despedida. “La carne es débil y nada la debilita tanto como el sinfín de trampas de la urbe”, una trampa como Tinder. Nunca antes había necesitado de una aplicación para quedar en la ruina económica y emocional, y no la necesito ahora. No juzgo a quien le guste esta dinámica, solo que he comprado tantas perlas de mil vírgenes que ya conozco la maña con la cual van a estafarme.

 @negramagallanes

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