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viernes, diciembre 5, 2025

Adversarialidad e incivilidad en la argumentación/ El peso de las razones 

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Muchos piensan que la civilidad debería ser un prerrequisito para la argumentación; o, quizá, que necesitamos modificar las normas del discurso imperantes, pues suelen ser excluyentes y opresivas.

En uno de los textos seminales sobre la adversarialidad argumentativa, Janice Moulton se ocupa del paradigma que piensa reinante en la academia: el paradigma del adversario. Ella cree que, entre otras cosas, que el comportamiento agresivo suele asociarse de manera positiva al poder, a la acción, a la ambición, a la autoridad, a la competencia y a la efectividad . Aunque el comportamiento agresivo suela considerarse un signo de estas propiedades, Moulton acierta al considerar que no existe una conexión causal:  la agresividad no implica esas propiedades de manera necesaria.

En ciertos contextos de discurso que parecen favorecer la agresión y la adversarialidad es probable que otras estrategias de discurso sean consideradas puntos “débiles” o “apologéticos” que dañan el éxito de la argumentación. Sin embargo, transgredir estas normas del discurso mediante la adopción de estrategias de discurso agresivo conlleva otros costos a la autoridad que pueden socavar significativamente el éxito de la argumentación. Por lo tanto, respaldar o transgredir las normas de un discurso no agresivo puede disminuir seriamente la posibilidad de que ciertas personas tengan éxito en sus argumentos.

De manera adicional, cabe preguntarse ¿en verdad el comportamiento agresivo es común a la práctica y al razonamiento filosóficos y científicos? Si se piensa que sí, concluiríamos —a mi modo de ver erróneamente— que nuestra manera de argumentar no debe hacer eco de la práctica filosófica o científica. Pero parece que éstas no se caracterizan por su agresividad, sino por una actitud falibilista en un contexto fuertemente crítico, escéptico y conservador. O, en otras palabras, que la actitud científica debe entenderse como la disposición a prestar atención a la evidencia y a modificar nuestras creencias en concordancia. De manera adicional, Sandra Harding y Helen Longino han mostrado que nuestras prácticas científicas pueden comprenderse desde un marco consensual y pluralista, en el que el trabajo al interior de la comunidad científica debe evaluarse a partir de criterios de cooperación e inclusividad (aunque muchas veces el ideal no se alcance plenamente).

Además la incivilidad argumentativa puede tener cierta utilidad en algunos contextos argumentativos. Podemos entender la civilidad como un ideal comunicativo. En palabras de Walter Sinnott-Armstrong: “El habla es civilizada cuando la gente habla de maneras que están diseñadas para generar un intercambio de ideas constructivo y mutuo”. Por tanto, la comunicación incivilizada ocurre cuando, “(…) en lugar de escuchar y tratar de entender a nuestros oponentes, interrumpimos, caricaturizamos, abusamos y bromeamos sobre ellos y sus puntos de vista”. Así, este tipo de adversarialidad podría caracterizarse como una comunicación incivilizada que deberíamos evitar, y la civilidad como un prerrequisito para la argumentación. No obstante, la incivilidad puede cumplir con otras funciones: atraer la atención, ganar adeptos, estimular la memoria y ampliar la audiencia. Sobre todo, puede cumplir una función insustituible para Sinnott-Armstrong: “Es posible que los grupos sociales sin poder no tengan otra forma de llamar la atención. Las peticiones de que se mantengan civilizados, en efecto, les exigen que se sometan a la autoridad. A veces, los movimientos en su nombre, especialmente al principio, necesitan utilizar la incivilidad. Las abolicionistas, las sufragistas y las líderes de los derechos civiles no siempre fueron corteses (o incluso pacíficas), y su incivilidad a veces sirvió a sus propósitos de construir sus movimientos. Muchas personas nos hemos beneficiado de cierta incivilidad en este sentido”.

La incivilidad, por tanto, puede ser pertinente y necesaria en ciertos contextos, pero en otros puede ser perjudicial, sobre todo cuando la incivilidad se prolonga de la fase de la argumentación en la que cumple algún fin cooperativo y promueve, por el contrario, que los argumentadores dejen de cooperar. La incivilidad tiene para Sinnott-Armstrong, por tanto, sus potenciales costos: “Cuando tus adversarios son descorteses contigo, eso te hace enfadar y te motiva a tomar represalias. Cuando se es descortés con los adversarios, rara vez se les convence y, a menudo, se les dificulta tratar de entender tu posición. Cuando ambas partes se muestran incivilizadas, piensan menos la una en la otra y en sus ideas”.

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