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domingo, diciembre 21, 2025

¿Debemos seguir hablando de vocaciones?/ El peso de las razones 

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Hace unas semanas un colega expuso con mucha claridad durante un seminario las ideas que Ortega y Gasset, el filósofo español, tenía acerca de la vocación. Al final de su exposición terminé con ideas y sentimientos encontrados. De Ortega leí con mucho gusto y provecho durante la maestría los extraordinarios ensayos contenidos en su libro Ideas y creencias, y hace algunos años releí con admiración su Meditación de la técnica, que anticipa ya algunos de los problemas a los que hoy nos enfrentamos con las diarias revoluciones tecnológicas. No obstante, sus ideas sobre la vocación me parecieron irremediablemente burguesas, existencialistas e insensibles. Cometo el pecado de escribir al respecto sin haber ido a las fuentes originales, pero confío en la precisión de la exposición de mi colega para hacer este breve comentario.

Lo que al parecer piensa Ortega y Gasset sobre la vocación no es nada fuera de lo común, tan es así que diría que sus puntos de vista son ya sentido común compartido (por eso es bueno no siempre hacer caso al sentido común y a nuestras intuiciones más preciadas sin adoptar una posición crítica al respecto). Ortega piensa, palabras más palabras menos, que la vocación es una especie de llamado o voz interior que debemos seguir si deseamos vivir vidas auténticas, pero con atención a las circunstancias específicas de cada persona. Este énfasis en las circunstancias lo salva de una crítica mucho más severa a su punto de vista, pero el filósofo olvida que hay personas cuyas circunstancias no les permiten hacer otra cosa más que tratar de sobrevivir día con día. Su insensibilidad ante los menos afortunados es una ceguera incurable.

Un aspecto de las ideas de Ortega sobre la vocación parece recogerse en tres de los cuatro usos que recoge el diccionario de la Real Academia Española: “Inspiración con que Dios llama a algún estado, especialmente al de religión”, “advocación” y “convocación, llamamiento”. Así, esa llamada o voz interior está ineludiblemente atada a un sentido místico o religioso de una especie de propósito venido de fuera que le da sentido a la vida de las personas. De este modo, fuera de un contexto religioso, el concepto de vocación no tiene un uso relevante. Pero lo seguimos usando y demasiado, sobre todo en el sentido restante que recoge el diccionario: “Inclinación a un estado, una profesión o una carrera”. Dicho esto, pienso que deberíamos deshacernos de una vez por todas del concepto y del término por las siguientes razones (pace la gente que se beneficia económica y profesionalmente de los cursos de orientación vocacional):

  1. El concepto de vocación se encuentra a caballo entre otra serie de conceptos relacionados, pero distintos: trabajo, ocupación, carrera, formación, por mencionar algunos. Esta confusión, como todas las confusiones conceptuales, engendra monstruos: e.g., las personas llegan a creer que su formación académica, la carrera que eligen, su ocupación y/o su trabajo deben coincidir con un propósito mucho más fundamental que da sentido a sus vidas. Lo que sucede muchas veces es que las personas que no escuchan ese llamado interior (¿cómo lo harían?) se desentienden de la acción, se frustran, y pierden demasiado tiempo (a veces tanto como la vida) en búsquedas metafísicas estériles.
  2. El concepto de vocación demerita el sentido que nos brinda el trabajo bien hecho. Las circunstancias de la enorme mayoría de la población mundial son tan estrechas y sus necesidades tan imperiosas que obtener una remuneración económica por su trabajo se vuelve inevitable. ¿Esas personas viven vidas inauténticas? Mi abuelo materno, una de las personas que más he querido y admirado en mi vida, dedicó al menos la última década de su vida a vender kilos de bolsa de plástico en el mercado local de su colonia y por la tarde arreglaba radios viejos. En el trabajo bien hecho, en la pericia que iba adquiriendo, en el minucioso detalle con el que realizaba tareas que a muchas personas le parecerán básicas, encontraba una satisfacción que no he visto en ninguna persona que dedique su día a trances y búsquedas existenciales. ¿Esa era la vocación de mi abuelo? Seguramente no escuchó un llamado interior al respecto. Pero entendió que hacer las cosas bien, sean cuales sean, brinda sentido a la vida. 
  3. El concepto de vocación es profundamente individualista. El llamado interior es de suyo individual. Se trata de que el individuo encuentre su camino único en esta vida. Como esto no pasa, las personas se aíslan en búsquedas existenciales que atrofian el sentido de la comunidad. Los seres humanos somos animales dependientes, por lo que muchas veces nuestro paso por esta vida puede concentrarse en los demás y así tener sentido individual. Pero el presunto llamado vocacional interior, del que no tenemos ni una explicación ni una descripción científicamente respetables, nos ensordece frente a las necesidades tanto comunes como de los demás.
  4. El concepto de vocación es burgués y poco sensible socialmente. Hablar de búsquedas vocacionales, en el sentido en el que lo he venido haciendo, es hablar de desocupación subsidiada. Lo pueden hacer quienes no tienen la urgencia de la necesidad. Lo pueden hacer, para decirlo sin ambages, quienes no tienen hambre. ¿Y qué pasa con el resto? Es por ello por lo que la ceguera y sordera sociales, asociadas a la vocación, me parecen dañinas en un contexto público.

Mejor haríamos, por tanto, en dejar de hablar de vocaciones y empezar a hablar de capacidades, oportunidades y responsabilidades. Enseñar a las y los jóvenes a ser conscientes de sus virtudes y sus vicios, de sus aptitudes y sus limitaciones, de sus circunstancias y de las de los demás (empezando por las de sus más cercanos). Al final, lo que buscamos, pienso, no es ser fieles a un llamado interior para el que no existen oídos, sino hacer cosas que nos dejen satisfechos, que nos den reconocimiento social, que nos proporcionen un ingreso para tener un cierto grado de bienestar, y también para tener tiempo libre. Para esto no hacen falta cursos de orientación vocacional, sino cursos de pensamiento crítico y que fomenten la reflexión. Sobre todo, hacen falta políticas públicas que atiendan a los pobres y cierren las brechas cada vez más amplias de las distintas desigualdades.

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