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jueves, diciembre 4, 2025

Oppenheimer/ El peso de las razones 

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La historia la conocemos, al menos de manera parcial. A la par del desarrollo de la Segunda Guerra Mundial empezó una carrera armamentística en tres flancos: Estados Unidos, Rusia y Alemania. Científicos alemanes, encabezados después por Werner Heisenberg, lograron dividir un átomo de uranio mediante el disparo de un protón, lo cual liberaba una gran cantidad de energía. El resultado fue replicado con rapidez alrededor del mundo y fue interpretado en el contexto mismo de la guerra: podría construirse una bomba mediante un proceso de fisión que generara una reacción en cadena con un poder destructivo nunca visto. Enormes recursos económicos y humanos fueron destinados en los tres flancos para ganar la carrera. En Estados Unidos el líder del Proyecto Manhattan fue Robert Oppenheimer, quien a la postre fue el vencedor en la contienda.

La historia de Oppenheimer, no sólo la de su papel en la creación de la bomba atómica, es digna de ser contada. Kai Bird y Martin J. Sherwin ganaron el Pulitzer por narrarla en el libro Prometeo americano: El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer. Es una historia que puede leerse en distintas claves: como la disonante vida de un genio, como la relación de la comunidad científica con el ejército, como la relación de los científicos con el poder y, claro, como una recontextualización del mito de Prometeo. Ahora esta historia ha sido traducida al lenguaje cinematográfico.

Cuentan que durante la filmación de su película anterior, un miembro del reparto regaló a Christopher Nolan el libro de Kai Bird y Martin J. Sherwin. El impacto fue inmediato después de su lectura. Nolan había encontrado una nueva historia qué contar, y no una cualquiera. Nolan es conocido por su gigantesco ego y por sus no menores pretensiones. En lo que a mí respecta, cada nueva película de Nolan, antes incluso de verla, ya me parecía la crónica de un fracaso anunciado. Incluso me negué a ver su película anterior. Sus juegos temporales injustificados, sus premisas inconexas, sus recursos manidos, y su tendencia a recaer en la ingenuidad y la franca cursilería, me dejaban un regusto amargo. Su carrera cinematográfica no era la de un Prometeo, sino la de un Sísifo que ves empujar una piedra enorme montaña arriba que se despeña siempre al llegar a la cima. Pocas veces tenemos la oportunidad de contemplar la caída repetitiva de un megalómano con las más altas pretensiones.

Ya había decidido no ver Oppenheimer. El libro lo había terminado pocos días atrás (con seguridad será una de mis mejores lecturas del año). La historia del padre de la bomba atómica pensé que sería arruinada por un Nolan que tiró a la basura la gran historia de Dunkirk. No obstante, como a veces sucede, tuve que entrar al cine a ver la película en una negociación no exitosa con mis acompañantes. En algo no me equivoqué: Oppenheimer es quizá la película más pretenciosa que haya visto. Inventa incluso una nueva manera de narrar en lenguaje cinematográfico: el punto de fuga de la película es un juicio, pero la fuga no es temporal (como suele suceder en películas similares), sino argumentativa. El uso del blanco y negro y el color son marcadores de la naturaleza de la evidencia durante el juicio. Los juegos temporales injustificados de sus películas anteriores ahora están más que justificados: Nolan teje su narración al hilo de las premisas de un argumento cuya conclusión aparente siempre es la lealtad del científico a su patria, pero cuya conclusión es una muy distinta que sólo se revela hasta el final: una conclusión que ofrece una clave de reinterpretación final de la historia completa.

Nolan ha filmado su mejor película hasta ahora. Sus enormes pretensiones se cumplen, aunque quizá más por suerte que por maestría. Inventa una nueva forma de narrar que conecta con la invención de algo que ha determinado y seguirá determinando nuestro futuro. Nolan se proyecta en su personaje (siempre lo hace), pero en este caso no se ve tan pequeño a su lado. Quizá la historia de Oppenheimer era la historia que alguien como Nolan debía contarnos.

mgenso@gmail.com 

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