El peso de las razones
El engaño calculado
El bluffing es, en esencia, el arte de la simulación calculada en la arena política. Se trata de presentar una postura extrema, a menudo irracional o desmesurada, con el objetivo de influir en la negociación y en la percepción pública de una determinada posición política. Esta estrategia es ampliamente utilizada tanto en la diplomacia como en la política interna, y ha sido clave en las negociaciones más relevantes de la historia reciente. Desde el “Gran Palo” de Theodore Roosevelt hasta la retórica beligerante de Donald Trump, el bluffing ha permitido a los líderes reconfigurar el espectro de lo posible en el debate público.
Ejemplos abundan. En 2019, cuando Trump amenazó con imponer aranceles a México si no contenía la migración en su frontera sur, muchos lo desestimaron como un exabrupto más. Sin embargo, la estrategia funcionó: el gobierno mexicano, temeroso de una crisis comercial, reforzó sus controles migratorios. De manera similar, en la política europea, la estrategia de bluffing ha sido utilizada por grupos populistas de derecha que exigen la salida de sus países de la Unión Europea sin una verdadera intención de concretarlo, sino como un mecanismo para obtener concesiones en políticas migratorias o presupuestarias.
La lógica del bluffing político se sostiene sobre una premisa simple: modificar los términos del debate. Presentar una opción extrema, completamente inadmisible, fuerza a las partes negociadoras a reconsiderar alternativas que, en circunstancias normales, serían descartadas. El objetivo no es conseguir la opción radical, sino desplazar el centro de gravedad del debate hacia posiciones que, hasta hace poco, eran inaceptables.
En negociaciones internacionales, este principio se ha empleado con frecuencia. Pensemos en la Guerra Fría: tanto Estados Unidos como la Unión Soviética amenazaban con el uso de armas nucleares no porque realmente quisieran usarlas, sino para evitar que el rival cruzara líneas rojas en conflictos menores. El bluffing nuclear fue el lenguaje de la disuasión durante décadas y sigue vigente en las amenazas de Corea del Norte y Rusia.
El segundo objetivo del bluffing es sacar a la luz los “elefantes en la habitación”: temas que todos conocen, pero que pocos se atreven a discutir abiertamente. Un ejemplo paradigmático es la estrategia de Trump con la OTAN. Al amenazar con retirar a Estados Unidos de la alianza si los demás países miembros no aumentaban su gasto en defensa, puso en el centro del debate una tensión que había existido durante décadas pero que pocos se atrevían a verbalizar: el desbalance en el financiamiento de la seguridad transatlántica.
Este tipo de bluffing también se observa en la política doméstica. En los debates sobre el cambio climático, por ejemplo, ciertos sectores han propuesto soluciones deliberadamente extremas, como la prohibición total del uso de combustibles fósiles en un plazo de cinco años. Aunque irrealizable, esta propuesta pone sobre la mesa la urgencia del problema y obliga a los actores más moderados a tomar medidas que antes parecían innecesarias.
El bluffing no es una técnica nueva, pero en la era de las redes sociales y la comunicación instantánea, se ha convertido en una herramienta más eficaz y peligrosa. Los líderes políticos pueden lanzar amenazas, propuestas extremas o escenarios apocalípticos con la certeza de que sus palabras viajarán a la velocidad de la luz y darán forma a la opinión pública en cuestión de horas. En este sentido, el bluffing se ha convertido en una herramienta no solo de negociación, sino también de propaganda.
Es importante entender que el bluffing no siempre tiene éxito. En ocasiones, puede salir mal y llevar a una escalada de tensiones que los propios actores no pueden controlar. Cuando Saddam Hussein se negó a revelar la inexistencia de sus armas de destrucción masiva en 2003, probablemente lo hizo como un intento de bluffing para disuadir una invasión. El resultado fue el contrario: su postura llevó a Estados Unidos a lanzar una guerra devastadora.
La clave del bluffing es la credibilidad. Si un líder utiliza esta estrategia de manera repetida sin consecuencias, perderá la capacidad de intimidar o influir. Trump ha utilizado esta técnica con tanta frecuencia que, en ciertos círculos, sus amenazas ya no se toman en serio. Sin embargo, la experiencia ha demostrado que no conviene descartarlo: cuando todos creían que su retórica contra China era solo un bluffing, terminó imponiendo una guerra comercial con repercusiones globales.
Para los analistas y ciudadanos que buscan comprender el futuro de la política estadounidense y global, reconocer el bluffing como estrategia es fundamental. No se trata de tomar cada declaración extrema al pie de la letra, sino de entender cuál es el verdadero objetivo detrás del mensaje.
En los próximos cuatro años, la estrategia comunicativa de Donald Trump girará en torno al bluffing. Desde amenazas comerciales hasta promesas de deportaciones masivas, la clave para comprender su gobierno no estará en sus palabras literales, sino en la intención que subyace a ellas. No entender esta estrategia nos condena a la ingenuidad política y a la incapacidad de anticipar los movimientos de un líder que ha demostrado ser un maestro en el arte del engaño calculado.
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