El peso de las razones
Los nuevos puritanos
Era cuestión de tiempo. Tarde o temprano, el progresismo iba a construir su propio púlpito. Lo que comenzó como una reacción legítima frente a la injusticia se ha convertido, en ciertos sectores, en una cruzada moral sin humor ni medida. The Rise of the New Puritans (Nueva York, NY: Broadside Books, 2022) de Noah Rothman, es una disección provocadora y mordaz de esa deriva. No es un panfleto conservador ni un lamento nostálgico, sino un retrato de época: el regreso del moralismo, ahora vestido de causas nobles, pero animado por la misma pulsión de vigilancia y castigo que caracterizó al puritanismo original.
La tesis del libro es clara: sectores de la izquierda han adoptado el papel que durante décadas desempeñaron los conservadores más estrictos. Hoy, son ellos quienes fiscalizan el lenguaje, la diversión, el arte y hasta el pensamiento íntimo. No por religión, sino por ideología; no para salvar el alma, sino para purificar la sociedad. Rothman sigue esta transformación con ironía y precisión, mostrando cómo el viejo impulso de controlar la vida ajena ha encontrado una nueva coartada: la justicia social entendida como liturgia.
Los ejemplos abundan. Un tendero inmigrante pierde su negocio porque su hija, cuando era adolescente, publicó mensajes ofensivos en redes sociales. Un futbolista es despedido porque su esposa escribió comentarios racistas en su cuenta personal. La Poetry Foundation, una institución literaria, ve caer a sus directivos por emitir un comunicado que no fue lo suficientemente vehemente. Lo que antes se llamaba culpa por asociación hoy se vive como responsabilidad estructural. La redención ya no depende del perdón, sino del grado de humillación pública.
Rothman describe con mordacidad el nuevo ritual de la contrición: disculpas interminables, promesas de reeducación, despidos fulminantes. No basta con guardar silencio. Hay que confesar el error, denunciar el propio privilegio, aceptar la culpa estructural. La penitencia se mide en lágrimas visibles y en el número de veces que uno repite los mantras correctos. Como en los antiguos tribunales religiosos, la redención no es para el alma, sino para la reputación.
El caso de la Poetry Foundation ilustra el corazón del problema. Emitieron un mensaje de solidaridad tras el asesinato de George Floyd. No fue suficiente. Un grupo de poetas exigió más: renuncias, autocrítica pública, redistribución presupuestal inmediata. Y lo consiguieron. La institución cedió. Las cabezas rodaron. El gesto no bastó porque, en esta lógica, ningún gesto basta. El arrepentimiento no se mide por su sinceridad, sino por su eficacia política.
Rothman va más allá del caso a caso. Rastrea las raíces históricas de este nuevo puritanismo. No usa el término como insulto fácil, sino como categoría analítica. La desconfianza hacia el placer, el desprecio por el ocio, la sospecha hacia el arte autónomo, todo eso ya estaba en los puritanos del siglo XVII. Hoy reaparece, secularizado y disfrazado de activismo. El viejo temor a la carne ha sido sustituido por el miedo al error ideológico. Y el viejo celo por la ortodoxia doctrinal ahora habita en las redes sociales.
El libro no cuestiona los valores que animan esta nueva moral -igualdad, antirracismo, inclusión- sino la forma en que se imponen. Rothman muestra cómo esos ideales, cuando se absolutizan, dejan de emancipar y empiezan a oprimir. Lo que antes fue una lucha alegre por la justicia se ha vuelto una carrera ascética por la virtud. El resultado es una política sin humor, una ética sin perdón, una vida pública convertida en sala de juicios.
Uno de los conceptos más reveladores que analiza el libro es the work. Hacer “el trabajo” implica revisar los propios prejuicios, leer ciertos libros, exhibir una conciencia crítica constante. Hasta ahí, nada objetable. El problema es que “el trabajo” nunca termina. No libera, no transforma: condena a un examen perpetuo. Como los puritanos calvinistas, se parte de la culpa original y se vive en un esfuerzo constante por alcanzar una salvación que siempre se posterga. El conocimiento se convierte en penitencia, no en emancipación.
El arte, en este marco, pierde su autonomía. Todo debe tener un propósito político. Rothman documenta cómo museos y espacios culturales se ven arrastrados a una lógica de purificación simbólica. Un post mal interpretado, un comentario ambiguo, un gesto silencioso bastan para desatar tormentas. El caso del Museo de Arte Moderno de San Francisco, acosado por su propia comunidad por publicar una imagen solidaria pero insuficiente, ejemplifica esta nueva liturgia inquisitorial.
Ni siquiera la risa escapa. Rothman narra la cancelación de programas de televisión que muestran policías, la crítica a caricaturas infantiles como Paw Patrol, y la sospecha constante hacia el entretenimiento “no comprometido”. Todo placer es ahora sospechoso. Toda distracción, una falta de compromiso. Se ha perdido la capacidad de disfrutar sin justificarse. La política se ha comido la intimidad, y la diversión se vive con culpa.
El autor no idealiza el pasado ni llama al cinismo. Su propuesta es más elemental: recuperar el sentido común, la proporción, el humor. Defender la posibilidad de errar sin ser ejecutado. Rechazar la pureza como criterio político. Porque cuando todo se vuelve un examen moral, cuando cada frase debe ser precavida, y cada gesto explicado, la vida pública se vuelve inhabitable. Rothman no pide indulgencia, pide aire.
Los puritanos originales también creían estar construyendo una ciudad justa. Fracasaron. Su proyecto no sobrevivió a la diversidad ni a la risa. Su rigorismo los volvió irrelevantes. Rothman sugiere que algo parecido podría ocurrir con sus herederos ideológicos. Porque nadie puede vivir eternamente vigilado. Nadie puede amar la justicia si se le presenta siempre con el rostro de la culpa.
The Rise of the New Puritans no es sólo un ataque a la nueva izquierda, sino una advertencia. No necesariamente contra sus valores, sino contra su tentación punitiva. No contra su sed de justicia, sino contra su desprecio por la alegría. El libro es una defensa de lo humano: de la risa, del error, de la duda. Porque sin eso, hasta la mejor causa se vuelve inquisición.
Y acaso esa es la lección más profunda: que no basta con tener razón. Hay que tenerla sin perder el alma. Y sin perder la risa. Porque si el futuro se construye a base de miedo, vigilancia y culpa, no será mejor que el pasado.
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