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jueves, diciembre 4, 2025

El peso de las razones Brevísimo manual para el gobernante populista por: Mario Gensollen

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El peso de las razones 

Brevísimo manual para el gobernante populista

Sé que lo tuyo no son las oficinas, las juntas ni los memorandos. Lo tuyo es la plaza pública, la marcha y la soflama. Pero no te preocupes: para gobernar no necesitas gobernar. Puedes seguir haciendo lo que hacías, sólo que ahora desde el poder. Sólo no lo olvides nunca: divide y vencerás. No porque lo diga Julio César, sino porque es la única política pública que realmente estás dispuesto a implementar.

Lo primero que debes asumir es que el mundo, así como es, es demasiado complejo para tu narrativa. Pero no sufras: la polarización está para servirte. Aplana la realidad en dos categorías elementales -los buenos y los malos, el pueblo y la élite, los honestos y los corruptos- y verás cómo todo encaja de inmediato. Las políticas sofisticadas requieren técnica; la polarización sólo requiere convicción. Y tú de eso vienes sobrado.

La belleza del esquema binario es que no necesitas resultados. ¿La economía va mal? Culpa de ellos. ¿Los hospitales están colapsados? Ellos. ¿La inseguridad desatada? Ellos más que nadie. La polarización te da un enemigo preinstalado, así como ciertos electrodomésticos vienen con pilas incluidas. No tienes que pensar: basta señalar.

Además, polarizar te garantiza lealtades automáticas. En un mundo dividido, la evidencia es un lujo innecesario: la gente no busca datos, busca bando. A ti te tocaría gobernar con argumentos; mucho mejor gobernar con identidades. Es más rápido, más barato y no exige especialistas que te roben protagonismo. Elige a los tuyos, háblales al oído, cuídales el sentido de pertenencia. No necesitas convencerlos de nada: basta con recordarles quiénes son.

Si algún día alguien osa criticarte, tranquilo: la polarización convierte cualquier observación en traición. No respondas al argumento; responde al bando del que proviene. Si la crítica viene del otro lado, deséchala por corrupta. Si viene del propio, acúsala de infiltración. Nada desactiva tan bien la fiscalización democrática como volverla sospechosa. Una sociedad polarizada es el sueño de cualquier incompetente: la crítica se vuelve un fenómeno atmosférico, no un proceso público.

Lo más hermoso es que la polarización moviliza emociones primarias. El miedo, la indignación y el enojo son más eficaces que cualquier plan de gobierno. La razón es lenta, costosa y demanda tiempo. Las emociones son petróleo refinado: listas para arder. Si puedes provocar resentimiento con un tuit, ¿por qué habrías de invertir en análisis de impacto regulatorio?

Además, es una forma baratísima de legitimación. ¿Para qué inaugurar infraestructura cuando puedes inaugurar enemigos? Las batallas simbólicas cuestan menos que las obras públicas. Nada genera más sensación de victoria que derrotar, cada mañana, a un adversario inventado. Si administras bien el calendario, puedes tener un enemigo distinto por semana y mantenerte fresco, como un programa matutino.

Y no subestimes el control narrativo. Cuando defines el eje amigo/enemigo, controlas la agenda. La conversación pública gira en torno a tus antagonistas, no a tus resultados. Aunque falles, sigues marcando el ritmo. Es una forma suave de colonizar el espacio público sin necesidad de censura explícita: basta con saturarlo.

La polarización te permite gobernar sin consensos. Negociar es de débiles, de tibios, de gente que lee documentos. Tú no. Tú gobiernas por mandato histórico. Y con ese aura se justifica cualquier decreto, cualquier excepción, cualquier desprecio al procedimiento. Total, no se negocia con enemigos del pueblo.

Otro beneficio marginal -aunque invaluable- es que las instituciones que te incomodan pueden ser reinterpretadas como adversarias. Tribunales, prensa, organismos autónomos, universidades: todos aptos para el reciclaje como villanos. Si pones en duda su legitimidad moral, ya tienes medio camino andado para debilitarlas, capturarlas o cerrarlas. Todo por la patria, desde luego.

La polarización, además, fortalece tu figura. No hay guerra sin un general, ni pueblo sin un padre simbólico. Y si el conflicto es permanente, también lo es tu papel. La gente necesitará que la salves de manera continua, preferentemente diaria. Nadie es indispensable hasta que tú lo eres.

Otro truco: transforma la política en espectáculo. Convierte los problemas reales en dramas imaginarios. Abandona la infraestructura, abraza la indignación. La agenda pública será un teatro de sombras: muchos gritos, poca luz. Así te aseguras de que la incompetencia no sea un tema, porque siempre habrá una distracción emocional a la mano.

Y recuerda que las redes sociales son tu ecosistema natural. Sus algoritmos premian justo lo que tú produces: simplificación, dramatismo, confrontación. En este hábitat tú floreces, mientras los expertos se marchitan explicando matices que nadie quiere oír. La polarización no sólo es rentable: es viral.

Si te preocupa el desorden interno, no temas: la polarización también disciplina a los tuyos. Basta con insinuar que quien duda está del otro lado. El miedo a ser traidor es el cemento de cualquier movimiento carismático. La deliberación interna es una excentricidad que no necesitas permitirte.

Por si fuera poco, la polarización genera espejo. A la larga, tu oposición adoptará tus códigos, tus dicotomías, tu guerra moral. Así podrás decir, con cara de víctima luminosa, que todos son igual de confrontativos menos tú, que eres apenas un defensor del pueblo. Será tu truco más viejo y más creído.

No olvides que la polarización estimula identidades morales. La gente quiere sentirse justa. Quiere ser protagonista de un relato mínimo donde ellos son héroes y tus enemigos villanos. Tú sólo provee el guion; ellos harán el resto.

Por supuesto, necesitarás una cantera inagotable de enemigos. Recicla élites, inventa conspiraciones, exagera diferencias. El conflicto permanente mantiene funcionando la maquinaria emocional y evita la temida normalización. Nada mata a un populista como la normalidad.

La evaluación técnica también sobra: si todo es guerra, nadie te medirá por eficiencia. La pregunta clave ya no será “¿funciona?”, sino “¿de qué lado estás?”. Y en ese terreno tú siempre ganas.

La polarización te permitirá además reescribir la realidad. Si algo sale bien, mérito del líder. Si sale mal, sabotaje del enemigo. Una ecuación perfecta que resiste la evidencia como un templo resiste a la lluvia.

Por último, recuerda que la polarización destruye el centro político, ese espacio incómodo donde viven la moderación, el matiz y la técnica. Mejor borrarlo. Ahí anida la duda, y la duda es enemiga natural de cualquier proyecto que aspira a ser destino.

Así pues, ya tienes tu manual. Es breve, pues yo sé de cierto que no lees. Úsalo con cuidado, porque polarizar siempre trae beneficios…, para ti. Para el país, en cambio, suele traer consecuencias más permanentes: fractura, resentimiento, desconfianza, erosión institucional, cinismo. Pero no te preocupes: mientras todo eso ocurre, tú seguirás en la plaza, levantando los brazos, convencido de que gobiernas. Aunque no gobiernes nada.

mgenso@gmail.com

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