Con estas lluvias se me antojó una infusión de canela bien calientita, endulzada con un poco de miel para “entrar en calor” y saborizada con un chorrito de leche. Ni tarda ni perezosa tomé mi olla de acero, bien viejita, de entre los trastos de cocina que me heredó mamá Socorro Ortega, abrí la llave del agua… y ahí comenzó mi tragedia, estimado lector, apreciable lectora. Así que, Usted que sí puede, vaya por una taza de canela bien calientita, mientras yo le cuento.
Siete días con sus noches. Ni un pequeño chorrito de agua brotaba de las llaves en mi casa. ¡Ah caray! -pensé yo- pero si tengo aljibe y tinaco ¿Cómo que no hay agua? ¿Será la bomba? Pues ahí me tiene Usted abriendo el aljibe para revisar qué pasaba con la bomba del agua, fue así como me enteré que la bomba funcionaba a las mil maravillas, peeero -el temible pero- que no había ni gota de agua. ¡No puede ser! -volví a pensar- si el agua se ha usado en forma regular y, si se hubiera acabado, la bomba habría funcionado y tendría que haberse quemado. Así que ahí voy a preguntarle al muy querido Homero Medellín que habita en “el patio de atrás” de la casa, si sabía algo al respecto. ¡Ah sí! La bomba la apagué yo el lunes porque estaba funcionando y no había agua –me informó tan quitado de la pena. ¡Pero Homero! ¿Entonces tenemos varios días sin agua? –respondí impactada. ¿Pues qué día es hoy? –preguntó el muy despistado. ¡Hoy es viernes! –informé sobresaltada. Ah, pues entonces ya tenemos una semana sin agua.
El apagón. Una hora con cuarenta minutos: tiempo transcurrido en que yo marcaba una y otra vez al 073, pero, al igual que con las llaves de mi casa, no salía nada del audífono del teléfono: ni un pitido, ni una voz, ni una grabadora, ni nada. Así que llamé al servicio de Locatel para solicitar su auxilio, una señorita y luego un señor, muy amables ambos, me escucharon y explicaron que sólo les correspondía “pasar” el reporte, y que yo hiciera lo propio al 073. Cuando les informé que al 073 no entraba llamada alguna, me proporcionaron el número directo de CAASA. ¡Ya la hice! -pensé emocionada-, con el número directo de CAASA, en media hora voy a estar disfrutando de mi canela calientita. ¡Oh soñadora cocinera! Me atendió una señorita, también muy amable, pero que rotundamente se negó a levantar mi reporte de falta de agua y categóricamente me señaló que mi única opción era llamar al 073 ¡Pero señorita! -suplicaba yo- es que no entra llamada alguna, no se escucha ni aun el tono de marcado. ¡Ah!, sí -me contestó la señorita CAASA-, es que tenemos un apagón y ahorita no entran llamadas.
Daño moral. Eran las ocho de la noche. Y en una pequeña calle adjunta al Jardín de San Marcos, se escuchaba repetidamente el ya tradicional “claxonazo” que convencionalmente rememora a la madrecita de uno. Y es que esta cocinera había mandado llamar una “pipa de agua” ante la llegada inminente de la hora en que todos tomamos la ducha nocturna para descansar de una jornada de trabajo o estudio, en que todos hervimos agua para el té o el café de la merienda (ya no digamos la canelita del antojo) y hacemos otros usos del preciado líquido. El problema estaba en que la calle en donde asienta esta Cocina Política, es su-ma-men-te estrecha y de un solo sentido, así que mientras el aljibe y el tinaco eran abastecidos, debimos soportar estoicos, el chofer de la pipa y yo, el festival de recordatorios que se armó en nuestro honor. Al término del episodio debí pagar cuatrocientos pesos por el servicio, cincuenta para “el refresco” y otros cincuenta a manera de resarcimiento por el daño moral causado al vilipendiado chofer. ¡Hágame Usted el favor!
El reporte. Como enmienda por la falta de información respecto a la falta de agua, mandé a Homero Medellín al día siguiente a reportarla. ¡Ay perdón! Estimados lector y lectora, es que esta cocinera se quedó obsesionada con la falta de agua ¡Y no es para menos! Una vez que partió la pipa, con su ofendido chofer al volante, intenté durante cuarenta y cinco minutos presentar mi reporte al 073, pero sonaba ocupado ¿Con que sí, eh? ¡Pues veremos quién se cansa primero! Exclamé presionando una y otra vez la tecla “redial” de mi teléfono.
¿Realidad o pesadilla? Al minuto 45 entró mi llamada ¡A esta cocinera nadie le gana! ¡Victoria! Pensé para mis adentros, mientras esperaba que entrara mi llamada, y sí, así fue, al fin entró… pero una voz grabada venida como de una película de terror, del tipo medio infantil-diabólica que emana de un muñeco animado por las fuerzas del mal, repetía sin cesar: en CAASA estamos para servirle, en seguida lo atenderemos, cuidemos el agua, en CAASA estamos para servirle, en seguida… como ya era casi la medianoche, decidí colgar el teléfono, y por “aquello de las dudas” metí en el ropero todos los muñecos de peluche de la pequeña Andreíta, aunque ni así logré evitar las terribles pesadillas que me acometieron y en las cuales, los muñecos de peluche salían uno a uno del ropero y formaban un coro espeluznante que repetía: en CAASA estamos para servirle, en seguida lo atenderemos, cuidemos el agua, en CAASA estamos para servirle, en seguida…
¡Nos vemos en la próxima! Recuerde Usted que en esta su cocina no sólo se come. Se lee, se estudia y se conversa de todo… especialmente de política.
