Con experiencia suficiente, honrado, honesto, carismático. Que sea un buen orador, con temple y un amplio sentido social. Que tenga vastos conocimientos en materia legislativa; que sea un estadista, un progresista… amable, que nos escuche, nos atienda. Que sepa arreglar nuestros problemas. Que sonría y que no mienta.
Si tuviéramos la oportunidad de elegir los rasgos más importantes, las características idóneas. Si tratamos de dibujar el perfil del candidato perfecto con una lista de atributos, cualidades y dotes. ¿Cuáles elegiríamos?
Estoy seguro que arrastraríamos durante kilómetros el lápiz, llenaríamos hojas, carpetas y expedientes completos y, probablemente, no daríamos con el candidato ideal para todos.
Hablando de política, elecciones, candidatos y personajes. ¿Qué quieren los ciudadanos? ¿Qué buscan en un aspirante de elección popular? ¿Qué mirada, qué postura, qué actitud? ¿Qué puede convencer a los votantes?
En tiempos de desesperanza, como lo he mencionado en anteriores artículos, tal parece que quien sea puede ser “el candidato”; y al entrecomillarlo me refiero a ese personaje único, ungido con totalitarismo e inmunidad, independientemente de sus cualidades.
Hoy por hoy se busca la popularidad, el buen ángulo fotográfico, las frases curiosas, la dicharachería, el tiempo de exposición en algún medio de comunicación, la blancura de los dientes, el cuerpo, la figura, la talla, el sujetador o los pantalones y nos hemos olvidados de las características que una persona debe tener para administrar un gobierno, para legislar en favor de las mayorías y las minorías. Hemos, tal parece, pasado por alto la importancia de a quiénes se eligen para conducir y trazar el futuro de millones de personas.
Si bien depende del puesto o cargo para el que se pretende perfilar, ya que no será lo mismo elegir entre el currículo de uno para enviarlo como candidato al senado o a una diputación (inclusive si será federal o local), o quizá buscar entre los “cuadros” políticos al idóneo para llevar las riendas de un gobierno local o estatal, e incluso la Presidencia de la República. Cada encomienda tiene características distintas. Hay quienes se van por la capacidad de dialogar y debatir en tribuna, o aquellos con un amplio carisma en un mitin ciudadano.
Están los que su trayectoria los respalda o los que han aprendido a “bajar” recursos para beneficios. Los habrá gestores sociales, luchadores incansables o líderes ideológicos. Y cada uno de los anteriores (y los que faltan por mencionar) tienen sus pros y sus contras.
La selección de candidatos presenta al menos dos dilemas: el primero consiste en postular al candidato que mejor refleje las preferencias de un líder de partido, de la militancia o las del electorado más amplio posible.
El segundo dilema consiste en decidir qué tipo de cualidades merecen ser premiadas. Lo cual requiere anticipar el tiempo en el que vivimos y lo que en todo caso buscan y valoran más los votantes: una amplia carrera partidista, experiencia en cargos ejecutivos, haber sido funcionario antes o esa famosa (y muchas veces mal vista) carrera política: hoy diputado, ayer secretario, antes regidor, mañana quién sabe.
El candidato perfecto es muy complicado de encontrar, pero la experiencia me dice que, de un modo u otro, los votantes parecen reconocerlos fácilmente. La trayectoria y el carisma personal cuentan mucho, sí, aunque no es una regla infalible. Es por ello que no debe sorprender que cada vez más aspirantes, hasta los más inverosímiles aparezcan buscando un sitio entre la confianza y el agrado de la ciudadanía.
Hoy payasos, futbolistas, conductoras de televisión, actores, locutores, cantantes y hasta Carmelita Salinas pretenden llegar a cargos públicos.
Quizá el sentido más puro de la política se ha perdido. El hecho de servir ha dejado de ser importante. Sólo se busca ganar posiciones, obtener puestos y amasar riquezas. Poder por poder.
No digo que un exdeportista no tenga ese espíritu competitivo y ganador para intentar hacer bien las cosas. Tampoco estoy diciendo que un payaso no tenga la creatividad, las ideas frescas y la chispa para mejorar las cosas, o que una consumada y con amplia trayectoria en el mundo del espectáculo actriz de la televisión mexicana y los teatros de cabaret, con la peculiaridad de opinar de todo y de todos, no tenga el arrastre social necesario. Lo que sí estoy diciendo es que perfiles como esos le quitan seriedad a la ya de por sí cuasi histriónica clase política de nuestro país. Me refiero a que por postulaciones como esas, por ocurrencias así, es que estamos tan asqueados como lo estamos de las politiquerías.
Hablar bien, si no es en los lugares, momentos y con el tema correcto, no sirve de nada. Así como tampoco sirve gestionar recursos en beneficio de tu programa de radio o televisión con el pretexto de hacerlo con un compromiso social. De nada sirve decir que puedes cambiar el mundo si no tienes las herramientas para hacerlo. El gusto es una cosa, la capacidad y el compromiso es otra.
Busquemos con base en la reflexión a conocer sus perfiles, sus trayectorias, sus logros y sus propuestas al candidato ideal, a quién deberá en su momento cargar con la responsabilidad que se le encomiende. Dejemos de pensar que se castiga a los gobiernos dándoles la confianza a oportunistas. Siempre los más perjudicados son los ciudadanos mismos.
Opciones hay, sólo hay que observar bien y darse cuenta quiénes no son más de lo mismo.




