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viernes, diciembre 5, 2025

A propósito de los ataques en París: la importancia de pensar que podemos estar equivocados / Disenso

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Con o sin religión

siempre habrá buena gente haciendo cosas buenas

y mala gente haciendo cosas malas.

Pero para que buena gente haga cosas malas hace falta la religión.

Steven Weinberg

 

El día de ayer se registró una serie de ataques terroristas en París. Para cuando escribí esto no había aún información que esclareciera a detalle la razón ni los objetivos específicos de dichos ataques. Al parecer ningún grupo los había reivindicado. La información disponible, sin embargo, hacía pensar que fueron responsabilidad de algún grupo islámico. Así lo indican los gritos que algunos de los supervivientes dicen haber escuchado por parte de los atacantes: “Alahu Akbar” (“Alá es el más grande”), según reportan varios medios. Cuentas de twitter fueron cerradas, la mayoría de ellas con un hashtag en árabe que aparentemente traduce #ParisAttacks y con mensajes de celebración por cuentas relacionadas como partidarios de yihadistas.

Apenas a principios de año las instalaciones de la revista Charlie Hebdo sufrieron un ataque en donde más de una veintena de personas se vieron afectadas. La mitad de ellas muertas. En aquel momento se despertó una discusión sobre si debíamos o no apoyar a los editores y dibujantes de una revista de mal gusto que se burlaba abiertamente de ciertas creencias religiosas, algunas de ellas sostenidas por el Islam. Es cierto que no todos los practicantes de esta religión son violentos. Sería absolutamente absurdo pensar así. Por este evidente principio es que, en general, líderes de opinión, columnistas, reporteros, escritores, intelectuales alrededor del mundo suelen tener muchas reservas para hablar de la religión. Los pocos que tienen en su agenda el tema suelen cometer excesos retóricos innecesarios, bien porque no conocen o no les interesa el rigor argumental o porque han elegido el enardecimiento como estilo.

Sin embargo, me parece que es cada vez más apremiante que se dialogue acerca de nuestra relación con las religiones. Es cierto que la absoluta soberanía personal nos dicta que cada quien puede creer en lo que quiera (si es que esto es materia de decisión). El problema pondero, es cuando esas creencias afectan de manera latente o activa a terceros. La preocupación más o menos reciente por abordar el tema tomó sin duda fuerza después de los atentados terroristas del 9/11. Quienes defienden las creencias religiosas a ultranza dicen que no son éstas las que provocan la enajenación de aquellos que se lanzan en suicidio con actos terroristas. Pero no podemos, no debemos pasar por alto que el componente “ultraterrenal” existe. Que aunque se quiera soslayar el tema, la promesa de recompensas ulteriores tiene que ser un componente importante para la decisión de estos hombres. No existe forma de entender el fenómeno de otra manera. La inmolación no parece una buena estrategia de ascensión política o militar.

Es cierto que no podemos hablar de religiones partiendo de la generalización: seguramente muchos musulmanes son más racionales o reflexivos al momento de practicar su fe o seguir las escrituras que la guían. Sin embargo, vale la pena preguntarse si el riesgo de los pocos extremistas es más alto en el caso de los que suscriben uno u otro culto. Yo apuesto que sí. Lanzar, sin embargo, un ataque frontal a una forma de religión no es tampoco sensato en lo absoluto porque contradice las libertades y los derechos civiles. ¿Qué habremos de hacer?

Separando absolutamente lo urgente de lo importante, es clara la necesidad de políticas de seguridad más eficientes, aunque resulten enfadosas para muchos (pasado el 9/11 escuché gente quejándose, de manera absolutamente banal, sobre los cientos de muertos que aquel ataque dejara: “es horrible que en los aeropuertos nos entretengan tanto”), hay que esperar también que la reacción no provoque un “exceso de la defensa”, como ha sucedido en el caso citado y en otros más, en que países completos son invadidos y saqueados, en nombre de la paz, del restablecimiento del orden.

Queda pensar en lo importante, y me parece que parte de ello es reforzar una agenda de falibilismo conceptual. Como he escrito en esta columna, el falibilismo es la actitud epistémica (y yo agregaría ética) de humildad ante nuestros conceptos: el absoluto compromiso a pensar que podemos estar equivocados respecto a ellos, que cualquiera de nuestras creencias podría, de hecho, ser falsa. Este compromiso educativo tendría como consecuencia, calculo, que todos, creyentes o descreídos, dejáramos de defender a ultranza lo que pensamos y con ello, que dejáramos de intentar imponerlo a los demás.

Weinberg, en la cita que abre esta columna, habla del peligro de las religiones porque hacen que la gente buena haga cosas malas: un padre que impide una transfusión sanguínea a su hijo hospitalizado, una madre que apoya la mutilación del clítoris a su hija recién nacida, un hombre que entrena a sus hijos para estar dispuestos a dar su vida por un dios, todos, tienen algo en común: procurar un bien ulterior para sus hijos, absolutamente superior al malestar terrenal. Sólo la creencia religiosa, cree Weinberg, hace posible que una buena intención devenga en este ataque a las libertades de terceros. No son malos padres, son buenos padres siendo coherentes con creencias que consideran incuestionables, pero que podrían estar equivocadas. La mera idea de que una religión amenace con muerte (porque cree que lo merece) a quien caricaturice o siquiera represente a su dios es un aterrador recordatorio de lo peligroso que es pensar que tenemos una verdad que no puede ponerse en duda. Debemos aceptar que los textos religiosos podrían empezar a mirarse con nuevos ojos. Aquí dirán algunos que sólo unos pocos lectores de textos sagrados los interpretan con “literalidad” o los “malinterpretan” y seguiría siendo sensato preguntar qué hemos hecho para no extremar precauciones ante textos ambiguos que pueden ser interpretados de distintas maneras.

No pretendo, ni lejanamente, sugerir que estos textos o las prácticas religiosas deberían prohibirse. Lo que quiero es señalar la urgencia de replantearnos nuestra relación con las deidades y los textos sagrados. Y, en general, nuestra relación con lo que creemos. Que recordemos, sencillamente, que podemos estar equivocados. Tal vez esa abrumante sensación de la incertidumbre haría que hubiera manos menos firmes sosteniendo armas. La mera posibilidad valdría la pena.

/alexvazquezzuniga

 

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