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viernes, diciembre 5, 2025

Misterio / La escuela de los opiliones        

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En el baldío junto a mi casa, como a las diez de la noche, mientras jugaba Fallout 3 (soy pobre. No me alcanza para el 4), se encendió una lámpara. Se movía y era de un azul intenso. Creo que uno de los peores inventos de la humanidad es el frío que emana de las lámparas ahorradoras. Me quité los audífonos y escuché las pisadas sobre el pasto. La luz se acercaba a mí.

Quizás mi vecino, el señor Calavera (algún día, si tengo el valor, preguntaré por qué lo llaman así) buscaba algo. Pausé el juego para ver el movimiento de las sombras. Eran el señor Calavera y su esposa. Las dos siluetas exploraban el baldío. Buscaban algo. Pensé en todas las secuencias iniciales de todas las películas de misterio: huyó un prisionero, un secuestrado aprovechó la distracción de sus captores o un niño juega a que es un criminal. Cuando estaba convencido que, en esta película, mis vecinos eran los villanos recordé algo que me pasó en la semana.

De algún modo, en mi pequeño jardín de dos por dos, me encontré con una víbora. Siempre lo pensé como una posibilidad por el terreno medio salvaje que tenemos a un lado, pero también creí que el muro sería suficiente para protegernos de esas ocurrencias naturales. La vi por la puerta-ventana, mientras comía. El movimiento era hipnótico. Su piel era beige y moteada. La vi con calma, mientras mordía mi taco. Pensaba que mi reacción sería otra pero no, de algún modo empecé a disfrutar el movimiento pausado e hipnótico del animal. Mira, le dije a mi esposa. ¿Qué?, me preguntó y luego de enfocar la mirada, y necear un rato, encontró la víbora. Ella sí se espantó.

Vaya, suspiré y mientras mi esposa corría de un lado a otro y yo meditaba sobre qué hacer con respecto a la víbora, me tomé un momento para sentirme hombre, pero no cualquiera, sino el hombre primigenio, el hombre barbado, el hombre que habla con los árboles y los animales para convertirlos en sustento y progreso. El sueño olvidado de Knut Hamsun, por ejemplo. Finalmente mi esposa llamó a la gente que se encarga del fraccionamiento y ellos entraron, valientes, con palas y escobas, y arruinaron mi jardín buscando a la víbora mientras yo sopesaba, de verdad, la idea de conservarla. Gracias a ella, hice cuentas, mi problema de saltamontes (al chilango le parecen divertidos, hermosos, pero son una plaga) había disminuido considerablemente. Pero la encontraron. Y la mataron. Y presumieron: en la casa 24 nos hablaron por una más grande. Poco me duró mi hombría verdadera. Entonces acudí a mi hombría intelectual: era un misterio; seguía sin entender cómo había llegado una víbora a mi jardín. ¿Reptan las paredes? ¿O acaso un ave de rapiña, descuidada, la dejó caer e hizo en mi casa un paraíso personal, una segunda oportunidad y el hogar definitivo?

Quizás el señor Calavera odia nuestra pared, nuestro conjunto de casas, y dedica las noches a una búsqueda paciente de víboras en su terreno para aventarlas por nuestra barda. Vigilé un rato esa lámpara y, esa lámpara, a mitad de la noche, me regresó la mirada. Se dieron cuenta que los vigilaba. ¿Pero qué se hace en estos casos? ¿Cuáles son las reglas de etiqueta para los acechadores detrás de una ventana? La lámpara me miraba y yo regresaba su mirada. Eventualmente nos hartamos. Seguí jugando pero espiaba de vez en cuando, convencido que el señor Calavera era, efectivamente, el señor de las víboras. Pero su luz parecía no tener la intención de dañar, de acercarse, sino de buscar algo. ¿Qué búsquedas perpetuas tomarán posesión de alguien a quien llaman el señor Calavera? Después de un rato, se detuvieron, apagaron la luz y los escuché moverse. Se alejaban. Entonces, de pronto, la encendieron de nuevo.

El señor Calavera tenía un saco entre sus manos o eso creí. Y empezó a vaciar su contenido rojo sobre una parte de su pasto. Su esposa lo iluminaba con la lámpara. Estaba demasiado involucrado con el videojuego porque empecé a imaginar otra cosa. En el universo de Fallout, hay unos sacos de carne, de vísceras, de restos humanos. Sacos de sangre y de intestinos (gore bags). Y el jugador puede hurgar en ellos para recoger pedazos de humanidad. Supuse que el señor Calavera vaciaba algo que estuvo vivo. Y me sonreí. ¿Dónde estuviste en la noche del día de muertos? Quizás no eran restos humanos pero parecían los restos de un cerdo. En estas fechas el señor Calavera compra sus cabras y sus cerdos para engordarlos y matarlos en Navidad. Me fue fácil suponer que el señor Calavera, por alguna razón, había adelantado el sacrificio del cerdo y ahora desperdigaba los contenidos de su cabeza en su terreno.

Un ritual para espantar a las víboras y hacerlas brincar los muros para instalarse en los jardines pequeños de los pobres tontos que creen en la civilización. Me levanté de nuevo para verlos y, la esposa del señor Calavera, dirigió la lámpara hacia mí. Ellos también estaban al tanto de mis movimientos, mis reacciones, pero no abandonaban su tarea de vaciar aquello que vaciaban. También el misterio está en qué habrán pensado ellos de su acechador.

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