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viernes, diciembre 5, 2025

Steven Gunn y Tomasz Gromelski (I) / Hombres (y mujeres) que no tuvieron monumento

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Steven Gunn del Merton College y Tomasz Gromelski del Wolfson College se han impuesto a sí mismos una labor imposible: analizar todos los registros mortuorios de la época de los Tudor en Inglaterra para crear una base de datos sobre las muertes por accidente en aquella época. Mientras avanzan sus investigaciones, que probablemente no completen en toda su vida real ni en la académica, han puesto a disposición del público la base, siempre en crecimiento, y los que ellos consideran los accidentes más “extraños” de cuantos han encontrado hasta ahora.

Los osos eran parte fundamental del entretenimiento en la época que ellos estudian. Desde los osos que iban de feria en feria en exhibición con actuaciones que incluían baile hasta los osos criados especialmente para las peleas. O, como le gustaba a Enrique VIII, para ser perseguidos en una especie de plaza de toros por sabuesos hambrientos. El problema era cuando escapaban. Tres muertes causadas por osos destacan los investigadores. Agnes Rapte, viuda, y Agnes Owen, en su propia cama, fueron aniquiladas por osos que huían de su cautiverio. Osos que, además, a los nobles les parecían más valiosos que los muertos, algo que llevo, por ejemplo, a que el oso que mató a un hombre en Oxford en 1565 fuera puesto bajo la custodia real pues costaba lo que un año de trabajo del campesino asesinado.

Las vacas, esas misma a las que años después Sylvia Plath les recitaría a Shakespeare sin salir herida, eran también motivo frecuente de accidentes en la Inglaterra tudor. Como le ocurrió por ejemplo al inocente Robert Calf [es decir, Roberto Ternero] que fue atacado en marzo de 1557 por una vaca propiedad de William Cheills de Hogsthorpe en Linconshire, que lo corneó hasta morir.

A juzgar por las películas que tan mal retratan la verdadera edad media, la arquería era un pasatiempo inocente, pero Gunn y Gromelski han descubierto que una de las causas más comunes de mortalidad causada por flechas es la de espectadores que estaban demasiado cerca de la diana o de pajes que elegían un momento equivocado para recoger las flechas. Aunque no todos las heridas de flecha eran tan casuales. Thomas Curteys de Bildeston, Suffolk, en junio de 1556, invitó a un paisano suyo a que le acertara al sombrero que sostenía en la mano confiando en una puntería que el arquero no tenía.

Las ballestas, arcos con un mecanismo más complicado, eran también dadas a fallar. Como le ocurrió a la de Henry Pert cuando 1552, simplemente por placer alzó su ballesta para dispararle al cielo con tan mala fortuna que la flecha se encasquilló en la ballesta y al depositarla en el suelo verticalmente para intentar arreglarla fue cuando salió al fin el disparo alcanzándole en plena cabeza.

Y la época Tudor fue también la era en la que se introdujeron las armas de fuego en Inglaterra. Armas de fuego que causaron más accidentes que las flechas. El primer accidente por pistola registrado fue en 1519 cuando Peter Frenchman, que de hecho era francés, disparó una enfrente de una mujer que sin saber qué era eso que tenía el encuadernador entre las manos se colocó exactamente enfrente del extraño artilugio. Porque en aquella época las armas de fuego podían saltar, sin seguros, con cualquier movimiento brusco como el del caballo del duque de Norkfold que al desbocarse disparó la pistola de su jinete que mató a uno de sus lacayos.

La cocina en la época de los Tudor, como en todas las épocas, tenía sus riesgos aunque todavía no hubiera gas ni instalaciones eléctricas. Elizabeth Bennet estaba horneando pan en casa de su vecina, una viuda llamada Matilda Nanfan el veintinueve de enero de 1558 y se acercó al foso donde estaba la verdura para animar el fuego con hojas de repollo secas cuando se rompió el horno cayó sobre ella y la empujó al pozo en el que acabaría ahogándose.

No sólo el trabajo, el de la cocina o cualquiera, mataba en esos años sino también el merecido descanso tras él. A falta de agua corriente era habitual que los campesinos terminada la labor encontraran un baño natural en ríos o estanques, algo complicado en una época en la que saber nadar no estaba tan extendido. Entre otros muchos, Thomas Staple no se dio cuenta de que la poza en que se estaba bañando, desnudo, se abría a una parte más profunda, John Joplyn se quedó atrapado en los arbustos del río Cam y George Lee fue atrapado por un remolino. Todos buscando el natural refresco tras el trabajo.

Gunn y Gromelski citan, cuando el caso lo amerita por lo jocoso o lo trágico, literalmente los informes de muerte. “John Hypperwas estaba a eso de las seis de la tarde jugando juegos navideños el Boxing Day [es decir, el veintiséis de diciembre] con otros parroquianos de Houghton, Hampshire, en casa de Thomas Purdew, carpintero, de Houghton. Mientras jugaban involuntariamente le chafaron los testículos y por causa de tal aplastamiento se enfermó y agonizó hasta las tres de la mañana del veintiocho de diciembre en que murió”.

Y, a juzgar por los registros conservados y recopilados por los investigadores, parece que no había ningún juego inocente en aquellos años. El tradicional “palo de mayo”, un palo en torno al cual los danzantes van tejiendo un entramado con los listones que llevan en sus manos hasta formar una figura geométrica y simbólica, también causó muertes. Como la de Thomas Alsopp de Coventry que estaba apoyado descansando en la tapia del cementerio de su ciudad natal cuando un palo de mayo, por descuido del encargado de sostenerlo firmemente cayó sobre el muro haciendo que este se derrumbara sobre él.

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