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viernes, diciembre 5, 2025

Los límites del humor / El peso de las razones

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Hace algunos meses publiqué en este espacio una columna dedicada al humor (https://goo.gl/TcyiR9). En ella me interesaba mostrar qué detona el entretenimiento cómico, así como explicar por qué nos place aquello que nos da risa. En resumen, lo cómico surge de algún tipo de incongruencia. Los pensadores clásicos pensaban, por el contrario, que nos daba risa aquello sobre lo cual sentíamos algún tipo de superioridad. Sin embargo, la teoría de la incongruencia es mejor que la de la superioridad: ella nos explica la mayoría de los casos en los que parece que es la superioridad lo que causa gracia (e.g., la mayoría de los chistes raciales o étnicos fundamentan su gracia en una incongruencia que se piensa es propia del grupo al que se alude en el chiste). Adicionalmente, lo cómico nos place en tanto que -debido a la percepción de una incongruencia- detectamos errores en nuestra racionalidad: la historia evolutiva de nuestra especie nos premia por la detección de fallas en nuestro software, por decirlo de algún modo, y ese premio es el placer que sentimos cuando escuchamos un buen chiste.

Ahora la pregunta que me inquieta es otra. ¿Tiene límites el humor? Este problema adquirió notoriedad después de los atentados terroristas al semanario francés Charlie Hebdo. Desde aquel momento, el problema parece haberse intensificado. ¿Podemos someter a burla y mofa cualquier asunto, objeto, grupo o persona que simplemente deseemos? ¿Cabe la chapuza en cualquier circunstancia? Mi hipótesis es doble. Por un lado, no creo que debamos legislar sobre el humor. Por otro, el escarnio social sobre cierto tipo de humor también es necesario. Trataré de ser más explícito.

Con ciertas acotaciones -de carácter más técnico- pienso que la libertad de expresión no debería tener límites. Usualmente suele pensarse en los discursos de odio como límites a dicha libertad. Y lo son justamente por traspasar los límites del discurso. Un discurso de odio lo es en tanto explícitamente llama a tomar acción. Yo puedo expresar mi opinión sobre un grupo o una persona como me plazca, pero no puedo llamar a la violencia a mis interlocutores sobre ese grupo o persona. La diferencia entre una y otra situación es pragmática y mucho menos delgada y borrosa de lo que suele pensarse. En este contexto, el humor está protegido por nuestra libertad de expresión. Puedo burlarme de quien sea, en tanto puedo expresarme como me plazca, sin traspasar los límites del discurso y llamar a la acción contra el objeto de mis bromas. Sobre el humor, como sobre nuestras expresiones, en tanto bromas y expresiones, no cabe legislar.

No obstante, creo que hay humor de buen y mal gusto. Pero sobre el buen y mal gusto no cabe legislar, sólo expresar nuestro personal juicio. ¿Qué es aquello que determina el buen o mal gusto del humor? Pienso que el humor tiene límites tanto epistémicos como morales (no así legales). El límite epistémico, relacionado con la verdad de lo expresado, surge de la misma caracterización del entretenimiento cómico como percepción de una incongruencia. Para que nos cause gracia un chiste, la incongruencia a la que alude debemos creer que es verdadera. Para que un chiste sea de buen gusto, la incongruencia percibida debe ser real, independiente de nuestros prejuicios y creencias falsas. A algunos les causan gracia chistes de mal gusto que aluden a incongruencias irreales sobre el comportamiento de un tipo de personas que les son desagradables. Los chistes raciales, por ejemplo, pocas veces cumplen con los límites epistémicos del humor. A las personas plurales, cosmopolitas y seculares pocas veces les causan gracia chistes de esta índole.

Un segundo límite tiene que ver con la moralidad del humor. Habitualmente el humor busca desenredar nudos, exponer fallos, detectar incongruencias propias de la forma en la que conocemos al mundo y a las otras personas. El humor, así, cumple una insustituible función pública. Gracias al humor progresamos intelectualmente. Sin embargo, gracias al humor también exponemos a personas y grupos, exponemos sus fallos, carencias y limitaciones. El humor puede ser agresivo en tanto es una forma de ataque. Pensemos entonces en chistes que son dirigidos contra grupos vulnerables. ¿Qué sentido tiene victimizarlos dos veces? Consideramos de mal gusto chistes sobre personas con capacidades especiales porque las incongruencias señaladas o bien no son reales, o bien no tienen su origen en la responsabilidad de quien es objeto de nuestro particular sentido del humor.

Considero al humor un ingrediente necesario de la vida pública. Pero el humor también es objeto de crítica (¿qué no lo es?). No debemos legislar sobre éste, pero podemos someterlo, cuando atenta contra la verdad o las personas vulnerables, a escrutinio y escarnio social. Ahora bien, quizá la mejor manera de combatir al humor de mal gusto sea mediante el humor de buen gusto. Al final de cuentas, la mejor forma de combatir al humor sea mediante más y mejor humor.

 

mgenso@gmail.com | /gensollen | @MarioGensollen

 

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