Hace algunos años tuve oportunidad de conocer a Sergio Pitol en una visita que hizo a Aguascalientes, probablemente para la presentación de algunos de sus libros. Aprovechando la ocasión, Radio UAA programó una entrevista y, quizá por sugerencia de Carlos Reyes, el hoy Cronista de la Ciudad o algo así igual de chabacano, me invitaron a participar en dicha entrevista.
No recuerdo exactamente qué preguntas hicimos ni que respuestas nos dio Pitol -no sería mala idea que se retrasmitiera en estos días- pero si conservo la viva sensación de que fue una plática muy placentera no ciertamente porque sus anfitriones fuéramos especialmente interesante o amenos, sino sobre todo porque Pitol era un gran conversador y poseía un gran cúmulo de anécdotas e historias, además, claro, de que conocía y portaba muy bien las reglas de la cortesía.
La conversación de hecho fue aún más grata cuando estuvimos fuera de cabina donde Pitol, acompañado de sus infaltables cigarros, se explayó con más frescura y espontaneidad, hasta permitirse una que otra confesión. Recuerdo con especial afecto como su notable inteligencia siempre se acompañaba de una aguda y juguetona ironía.
Novelista, cuentista, ensayista, traductor políglota, memorialista la obra de Pitol recorrió con pareja fortuna diversos géneros y en su conjunto alcanza una de las cimas de la literatura contemporánea hispanoamericana.
Dejo a otros una apreciación crítica más justa y detallada que la que puedo ofrecer; me basta decir en esta apresurada nota que leer a Pitol, ingresar y habitar en su peculiar universo, ha sido una de las experiencias más gozosas, vitales y entrañables que he tenido como lector.




