Hace más de siglo y medio, concretamente el 6 de abril de 1857 México se defendió exitosamente de una invasión yanqui. Por ese tiempo la relación de nuestro país con Estados Unidos estaba en su peor momento. Ya había ocurrido la derrota del presidente Antonio López de Santa Ana en Texas y en consecuencia tropas estadounidenses habían invadido Nuevo León y Tamaulipas, entraron por el puerto de Veracruz y en septiembre ocurriría la gesta de los Niños Héroes. Era tal el clima de desorden y anarquía, que muchos yanquis pensaron que la situación era fácil. Bastaba con llegar a tierras mexicanas y posesionarse de ellas. Así pensó el abogado y comerciante Henry Alexander Crabb quien vivía en San Francisco, California y sabía que el estado de Sonora era muy grande poco poblado y con vastas tierras para la cría de ganado y la minería. Por su esposa que era sonorense, supo de la existencia de un pequeño poblado de 300 habitantes llamado Caborca que parecía bastante indefenso. Con su capital compró armas, municiones y caballos y con ello armó un ejército de 100 aventureros que decidieron acompañarle a la conquista de México, con la promesa de que se harían dueños de grandes extensiones de tierra. Llegaron a la población si previo aviso y sin mayores miramientos le avisaron al jefe de la comuna que a partir de ese momento, ellos eran los jefes y dueños de la villa. El comandante de la zona, dio aviso de inmediato al coronel José María Girón que se encontraba en la Comandancia Regional de Altar, quien emprendió la marcha a paso rápido. Caborca estaba habitada en su mayoría por indios pápagos de la tribu Tohono Odham. Los invasores comenzaron a sacar a las personas de sus casas y apropiarse de sus bienes y animales de granja, así como vacas y caballos. La población se atrincheró en la Iglesia de la Purísima Concepción desde donde comenzó el fuego cruzado. La batalla comenzó el 1 de abril y ya para el quinto día, los sitiados se vieron en condición muy precaria por la falta de municiones y alimentos. Entonces uno de los pobladores el pápago Luis Núñez ofreció al Coronel Girón una solución. Empaparon unos trapos con pólvora y los pusieron a secar. Con ellos elaboró unas flechas incendiarias y desde el punto más alto de la torre de la Iglesio comenzó a lanzar los proyectiles flamígeros. La distancia era bastante larga porque los invasores se habían posicionado en las casas que rodeaban al templo y quedaba la plaza de por medio. Después de varios intentos el arquero logró incendiar el techo de una de las casas que los yanquis usaban como depósito de pólvora ocasionando una destructora explosión que mató a varios de ellos. El líder Henry Crabb se rindió. Todos fueron fusilados, menos a un jovencito de 16 años a quien se le permitió que escapara hacia su país. Nunca más volvió a haber una intervención militar yanqui en el estado de Sonora, aunque seis años después mediante una venta, se perdería una gran parte del terreno, que pasó a ser el estado norteamericano de Arizona por el Tratado de la Mesilla. O sea que, como sucede siempre, lo que se gana con valentía, arrojo y nacionalismo, se termina perdiendo en la mesa de la negociación política.




