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viernes, diciembre 5, 2025

Reescritura mínima de recuerdos/ La escuela de los opiliones 

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Abro un cuaderno en blanco y escribo algunos de mis recuerdos. No es un diario, porque la memoria es esclava de la cabeza y sus necesidades, ninguna memoria es totalmente veraz, creo que son una recolección de ficciones, a veces en verso libre, a veces en una prosa accidentada y experimental. Cuando la gente dice que me va a contar algo-qué-les-pasó, por ejemplo, siempre dudo pero no digo nada, nomás sonrío, porque me gusta escuchar e imaginar que las cosas sí sucedieron. Dudas y posibilidades a partes iguales. Pasas una hoja, y los recuerdos de otros se convierten en los tuyos. En tu segunda o tercera hoja en blanco, te ves como un oyente silencioso, dispuesto a absorber y componer tus recolecciones a partir de la memoria de los otros. Te has convertido, sin quererlo, no solo en el reflejo distorsionado de Narciso, pero el eco del mundo. Algunos novelistas no ejercen oficio de invención, pero solo cuentan las memorias ajenas y eso también es un mérito. Conforme pasa el tiempo, tengo recuerdos preferidos e inevitables, y soy flojo porque no he querido indagar más. Estoy aprendiendo a vivir con lo poco que sí quiero recordar. Antes pensaba que la memoria debía ser prodigiosa, hoy estoy dispuesto a sacrificarla. El ritual para saborear el pasado ocurre una vez a la semana o varias veces al día, y me pregunto si no habrá más en el baúl, si ya me rendí y no quiero recordar otras cosas. Supongo que también puedo inventarlas. Uno pensaría que es carne, huesos y memoria, pero no sabemos qué tanto de cada uno. Apenas has llenado la mitad del cuaderno en blanco y cualquier ambición proustiana se ve interrumpida por las prisiones que uno ha escogido. Esta mañana, por ejemplo, pensaba en algunos sueños que me dieron terror cuando desperté y se me ocurrió que gracias a ellos, la simulación del accidente, la desgracia y la muerte, también estoy vivo. Las mentiras que nos salvan la vida, ¿qué pensarán las monjas dominicas, queridas profesoras de hace muchos años, de la mentira como un mecanismo del día a día? ¿Podemos calificar al recuerdo de los sueños como un recuerdo de vida? ¿Y qué pasa si algún cuento se inmiscuye en estos procesos mentales, como algún escenario de Borges, y sueño con mi abuela, y veo ahí a mis amigos, chachareo con ellos, los abrazo y los beso? ¿Qué tanto de eso es ficción si parece uno de mis escenarios más queridos? Tira los dados. La memoria es invención. 

 

Bestiario de fantasmas, demonios y bestias

Abres un cuaderno en blanco y anotas: “cuaderno en blanco, diablo de pureza donde puede contemplarse lo extraño”. Continúas, anotas lo que sigue: “abuela onírica, presencia melancólica que me guía en un laberinto de huellas rojas en el piso y muros hechos de girasoles”. Tercera anotación: “perro de gañidos secuenciales, criatura que descubre el calor de unos pasos de azufre, levanta los olores con las orejas y cierra con sus patas grandes las puertas al infierno. Le gusta comer caca”. Cuarta anotación: “dron, demonio tecnológico y mascota de los señores aburridos”. Quinta anotación: “familia de bobos, animales de corto entendimiento que suponen la música de los mariachis cursis es para todos y nos salvarán de ser humanos, de ser mexicanos (véase Guillermo del Toro) o de perder la esperanza”. Décimo sexta anotación, después de horas de romperse la cabeza y anotar muchas, muchas criaturitas que surgen de la cotidianidad, del asombro, del humor y la pereza de seguir rascándole al pozo de la imaginación: “tecolotes, podías comprarlos en Sanborns por unos 100 pesos, pero se escaparon durante la cuarentena; actualmente andan entren los baldíos, ocultos en el pasto, en las iglesias abandonadas y los zócalos (pero de madrugada), silban como las cigarras para esconderse de la gente; puedes topártelos rojos o verdes. No los muerdas porque ya están rancios”. Anotación en las últimas hojas: “libélulas, los demonios que me susurraron estas líneas para capturar a las bestias que sobreviven en estos mundos de encierro”. 

 

Una fijación con los accidentes rutinarios

Anotas en el cuaderno: “Un vecino vuela un dron frente a mi casa. Lo veo iluminado, sus leds rojos y verdes como los ojitos de un demonio tecnológico, y el menso cree que no puedo verlo en su balcón, el control en la mano, a través de mi propia ventana. Creo que es patético cuando el voyerista se siente poderoso; obviamente está iniciando su adicción y descubre la droga de entregarse a los placeres del mirón. Unos señores están pagando el encierro de sus muchachas preferidas, no las quieren encueradas, pero sí disfrazadas como Vilma de Scooby Doo. Llevo una piedra en el bolsillo para tirar al primer dron o al primer tecolote que vuele muy cerca de mi ventana. No creo que sean brujas, pero enviados satánicos. He contado 10 libélulas en los tabiques del muro donde crecen las enredaderas, no entiendo por qué descansan aquí, si hay agua. Dios y sus mensajes extraños. Creía que esos bichos preferían los estanques para aparearse a gusto. Mi perro ladra todos los días a las 2:45 de la mañana, quizás oye una alarma lejana, quizás es la hora en que el diablo pasa afuera de mi puerta. Un vagabundo deja una marca, recordé a Don Draper. Debería comprar un timbre wi-fi con cámara para presenciar las cosas horribles que suceden afuera de casa. La vecina del once se apresura en saludarme, no sé por qué, me doy una idea. En casas lejanas, pero no tan lejanas, escucho las carcajadas de una chamaca y después vienen unos bufidos que no son tan sabrosos de escuchar, pero que al contrario, parecen un sufrimiento y alguien debería pararlos para que los vecinos podamos dormir. Escucho las sirenas: patrullas y ambulancias, de noche, a las 10, a las 11, a la 1. En los departamentos lejanos, una familia enciende su estéreo para cantarse el Cielito Lindo, presa de las cursilerías mundiales, juran que el mundo necesita de su música y que su canto desafinado nos dará esperanzas. Bobos. Algunos nos la pasamos muy bien en el silencio, en la lectura, en quemar los ojos con las pantallas y esperar la caída de los meteoritos. Ha llegado la señora de los nabos, los vende a 90 bayas. Después de mucho tiempo, escucho las campanadas de una iglesia”.

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