Welcome to the jungle, we’ve got fun and games
We got everything you want honey, we know the names
We are the people that can find whatever you may need
If you got the money, honey we got your disease…
Welcome to the jungle – Guns and Roses
En el país existen zonas del territorio en las que su población está altamente precarizada y depauperada; con una economía que lacera a un grueso segmento de la sociedad, quienes dependen del empleo de su fuerza de trabajo para subsistir en condiciones marginales; con una gestión de recursos públicos que pone a esas poblaciones en condiciones carentes en el tema de Desarrollo Humano; cuyos habitantes están sometidos a un aparato institucional que tiene como parte del cotidiano civil la inacción u omisión en la procuración de justicia y en la prevención del delito; que padecen un clima de diversas violencias, desde la de género, pero pasan por la intersección con las de racialidad, clase, educación e instrucción, hasta la violencia rapaz del crimen, y la violencia que generan la injusticia y la venganza.
En esas zonas del territorio nacional se da el caldo de cultivo propicio para que, con el cúmulo de precariedades de toda índole junto al abandono de las autoridades e instituciones que representan al Estado, cunda la barbarie como norma de coexistencia. Pero no sólo eso, sino que por extensión también se tienda a normalizar el que los segmentos poblacionales más privilegiados o –por lo menos– no tan depauperados, festejen y se regodeen con el espectáculo de la descomposición.
Visto así, este regodeo (y el juicio facilón que permiten las redes sociales) que una parte de la civita tiene respecto a la descomposición de la otra parte, es una evidencia de la corrupción y la devaluación de la polis, del andamiaje civil, y de todo lo que distingue a los ciudadanos de los bárbaros. Es, también, una evidencia de la miopía pública, porque la decadencia de una de las partes afecta la funcionalidad del todo social, y –en nuestro fracaso educativo y de empatía– no somos capaces de ver al otro como extensión del uno; menos aún tenemos la capacidad de ver que el brutal espectáculo con el que nos regocijamos está propiciado por procesos a nivel sistémico que no entendemos de bien a bien.
Es de divulgación popular el hecho de que nuestro pueblo tiene como característica la capacidad de burlarse de todo, de sí mismo, y de su propia tragedia. Si bien esta característica es deseable en los procesos de resiliencia, en los que la adversidad es menos un obstáculo que una posibilidad; cuando en la burla afloran el clasismo, el racismo, la misoginia, la sexualización del sometimiento violento, o la confusión entre justicia y venganza; la burla cae sobre quien la emite, como si fuese nuestro retrato de cuerpo entero que se desprende del muro para golpearnos la propia cabeza.
Ver cómo la descomposición social y la falla del estado que ocurre en amplias zonas del país nos producen más chistes que alarmas, es ver también cómo no estamos preparados para revertir la tragedia nacional. Por esa falta de preparación civil es que se nos cuelan (y nos afectan negativamente) los populismos, las polarizaciones maniqueas, las pseudociencias, las taras y sesgos cognitivos, los juicios facilones, y demás condiciones que nos atan al círculo vicioso de la precariedad, la falta de entendimiento, la violencia, y el fracaso político que se convierte –otra vez- en precariedad, falta de entendimiento, violencia, y fracaso político, como la roca en la que somos nuestro propio Sísifo y nuestro propio meme.
@_alan_santacruz
/alan.santacruz.9




