Supongo que a ustedes les sucede lo mismo que a mí: están hartos y hartas de la discusión pública sobre la pandemia. Me tiene cansado la opinión facilona y la infodemia, en el mismo grado que me tiene cansado la palabra ‘infodemia’. Y es que hay de todo tipo de discusiones bizantinas en la viña del virus. En un extremo, hay teorías de la conspiración tan imaginativas que merecerían un cuento de ciencia ficción. La explicación es sencilla: hay personas que se desviven por decir sandeces a cambio de volver a figurar y convertirse en trending topic. En el otro extremo, hay simulaciones periodísticas de aparente seriedad que de manera clara exponen su analfabetismo científico. En cualquier caso, y en cualquiera de los extremos, supongo que nos hemos percatado de que la gente haría bien en recursar las materias de Química y Biología de la educación básica y media, y en ver menos YouTube.
El Gobierno Federal de México ha sido un digno reflejo del nivel de la discusión pública, y las discusiones con respecto a su actuación frente a la crisis son aun más bizantinas. En un extremo se aplauden las medidas implementadas recurriendo a analogías irrelevantes (y muchas veces engañosas) para afirmar que nuestros empleados en el gobierno no lo han hecho tan mal. En el otro, usando otras analogías irrelevantes (y también engañosas) se considera que lo han hecho peor que nadie. Debería estar claro que México no es ni puede ser Nueva Zelanda, ni tampoco ha sido golpeado a nivel país como el estado de Nueva York, en Estados Unidos. Pero las opiniones se caracterizan por exigir un costo muy bajo en la era de las redes sociales. Opinar no es lo mismo que argumentar, y no todo argumento es uno bueno. El analfabetismo científico de la ciudadanía y la clase política vuelve a brillar por su impertinencia.
Lejos de estas discusiones sin rumbo, pienso que es posible evaluar el pasado, presente y futuro de México con respecto a la pandemia, al menos recurriendo a un par de razonamientos incuestionables. Esta evaluación sin duda será incompleta. Sólo señalaré un par de situaciones sobre las cuales no debería haber ningún desacuerdo ni desavenencia. Y en ambas, nuestro gobierno no sale muy bien calificado.
- Aunque no sólo sucedió en México, la politización del uso del cubrebocas tuvo un impacto sensible en el número de fallecimientos por neumonía (y otras afecciones) a causa de covid-19. Andrés Manuel López Obrador pudo salvar vidas dando el ejemplo. Dado que un número mayoritario de la ciudadanía aprueba su mandato y ve en él una figura moral emulable, haber usado cubrebocas y haber llamado a sus simpatizantes a usarlo, hubiese sido un incentivo fuerte para que el conjunto de la ciudadanía que tenía más reservas y antipatía por usarlo lo usara. Esto, en principio, podría medirse. Y no dudo que en un futuro cercano se realicen algunas estimaciones al respecto. Pero lejos del tamaño del impacto posible, debería quedarnos claro que el hecho de que el presidente no usara cubrebocas causó de manera indirecta la muerte de muchas personas. En este punto, el gobierno queda reprobado.
- El 23 de diciembre de 2020 el gobierno recibió el primer cargamento de vacunas Pfizer contra covid-19. El 26 de diciembre recibió dos, que sumaron un total 42 mil novecientas vacunas. El 30 diciembre recibieron un cuarto, de 7 mil ochocientas. Hoy, lunes 4 de enero de 2021, mientras escribo, se ha informado que llegará uno de 53 mil. El gobierno, además, ha prometido que durante enero de 2021 llegarán un millón 300 mil y ese ritmo se hará constante. Veo que con estos números los miembros del gobierno se aplauden y felicitan unos a otros. Veo que una buena parte de la población les aplaude y felicita de igual manera. Pero, en verdad, no me dan los números para unirme al coro de la autocomplacencia ni de la zalamería. Basta un cálculo rápido a partir de un par de consideraciones: que somos al inicio de 2021 casi 130 millones de mexicanas y mexicanos, y que la vacuna que ha llegado es la de Pfizer y se requieren dos dosis por persona. Resumen: si llegaran 3 mil dosis diarias de vacunas requeriríamos de 240 años para vacunar a toda la población (y sólo a la actual); que si llegaran 30 mil, requeriríamos de 24 años; que, incluso si llegaran un millón trescientas mil mensuales, requeriríamos de 8.3 años. Esto quiere decir que hasta que no lleguen en promedio cada mes al menos 7 millones doscientas mil vacunas no podremos tener vacunada al total de la población mexicana antes de ¡junio de 2022! Y anticipo una objeción: si empezamos a aplicar otras vacunas que no requieran dos dosis por persona, en un caso ideal requeriríamos de un promedio mensual de 3 millones seiscientas mil. Hasta que eso no suceda no hay a nadie a quien aplaudir ni felicitar. Así que el gobierno debería ponerse a hacer mejor su trabajo en lugar de colgarse de manera anticipada medallitas engañosas.
Mi interés está lejos de una crítica destructiva al gobierno y al presidente. Por el contrario, como cualquier ciudadano que no pertenece a ningún partido político y que no tiene preferencias electorales fijas para el futuro, deseo que hagan bien su trabajo en lo que sigue. No obstante, tengo mis reservas y creo que están bien fundadas. Mientras escribo estas líneas, escucho la noticia de que Esteban Moctezuma, Secretario de Educación, planea un regreso presencial a clases. Resulta cuando menos paradójico que quien está a cargo de la política educativa del país exhiba también en grado máximo el analfabetismo científico. Así las cosas, sólo nos queda cuidarnos y esperar a que nuestro gobierno corrija el rumbo.
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