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viernes, diciembre 5, 2025

Lo que no está escrito en la partitura/ El banquete de los pordioseros 

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Ya ves la pandemia, nos tiene a todos en modo de pausa sin poder hacer lo que verdaderamente nos gusta y que en otros momentos solíamos hacer sin apreciarlo realmente porque era algo común y cotidiano y hoy que no podemos cómo lo extrañamos. Esto es muy complicado para quienes una sala de conciertos, un teatro, una galería, un museo es verdaderamente un recinto de lo sagrado.

El domingo pasado estaba leyendo un libro, Historia de Cristo de Giovanni Papini, después de un par de horas de deliciosa lectura dejé el libro sobre una mesita en el cuarto de televisión, me estiré un poco buscando con actitud hedonista la máxima comodidad, tomé el control remoto y busqué algo, vi la hora y pasaban un par de minutos de las 12:00 del medio día y busqué la sintonía de TV UNAM, es la hora de los conciertos de la Orquesta Filarmónica de la UNAM. La Ofunam, como muchas orquestas del mundo no está dando conciertos –por fortuna la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes ha estado trabajando con conciertos a puerta cerrada y transmitidos por televisión y las plataformas digitales del Instituto Cultural de Aguascalientes y de la propia OSA, lo que por supuesto celebramos–, pero tenía la esperanza de que se transmitiera algún concierto de temporadas pasadas, cuando éramos libres y felices, y sí, me alegré de ver que después de algunos meses de austeridad musical se estuviera transmitiendo un concierto de la Ofunam del año 2018. El programa estaba integrado por la Sinfonieta de José Pablo Moncayo, el Concierto para piano y orquesta No.2 de Bela Bartok, sin duda se trata de una de las partituras más demandantes y exigentes del repertorio del piano concertante, posiblemente junto con el tercero de Rachmaninov conocido popularmente como el Rach 3.

Después del intermedio disfrutamos de la Sinfonía No.8 de Antonin Dvorak, para quien esto escribe, se trata de la mejor de las escritas por el compositor bohemio, la más bella, la más cantabile, música pura, sin afanes descriptivos. El director en este  concierto fue el maestro Iván López Reynoso, una de las mejores batutas de México y que ya en dos ocasiones ha dirigido la Sinfónica de Aguascalientes como director interino, la primera ocasión fue en la transición del maestro Revueltas y la llegada de José Areán, y la segunda fue en la transición del maestro Areán y la llegada del maestro Lanfranco Marcelletti, este cambio, por cierto, en medio de la pandemia. 

Después de una soberbia y majestuosa ejecución del segundo concierto para piano de Bartok a cargo de la pianista Sara Davis Buechner. Me entretuve viendo la entrevista realizada al maestro Iván López Reynoso, el maestro hablaba sobre lo que interpretaría en la segunda parte del programa, la sinfonía octava de Dvorak, y en su apasionada explicación sobre la música propuesta en esta sinfonía del más grande compositor bohemio, el maestro López Reynoso dijo algo que me sacudió con violencia, me enderece de mi cómoda y hedonista posición y puse atención a lo que decía el maestro: “lo más importante de nuestra profesión no está escrito en la partitura”, tema para reflexionar profundamente.

Esto es algo muy importante porque es justamente ahí en donde reside el encanto y la magia de la música, por eso en este bello arte de Orfeo no hay versiones definitivas, hay versiones con autoridad, eso sí, pero ninguna podría ostentarse como definitiva. La ejecución que hace, por ejemplo, Eugene Jochum al frente de la Staatskapelle de Berlín de la Sinfonía No.9 de Bruckner es muy buena y para mi gusto personal la mejor, pero de ninguna manera podríamos decir que es definitiva, otros directores tendrán una opinión diferente a la mía, y seguramente con argumentos más sólidos. El pianista Vladimir Horowitz es una incuestionable autoridad para interpretar el Concierto para piano No.3 de Rachmaninov, pero de ninguna manera podemos decir que a él pertenece la versión definitiva de esta catedral del piano concertante, seguramente el pianista noruego Leif Ove Andsnes levantará la mano reclamando la atención para su versión del célebre Rach 3, y así otros pianistas.

Todos estos músicos, directores de orquesta, pianistas y cualquier otro instrumentista o cantante interpretan estrictamente lo que está escrito en la partitura, de ninguna manera podrían permitirse el lujo de violentar lo escrito por el compositor, –claro, tristemente se dan casos– pero cada una de sus versiones de una misma obra se escuchará diferente, incluso será diferente si la misma obra se ejecuta en dos presentaciones consecutivas con el mismo director, la misma orquesta y el mismo solista, sin duda los resultados serán distintos en cada una de las presentaciones.

Y es que más allá de lo escrito por el compositor en la partitura, la ejecución que se haga de la obra tendrá que llevar necesariamente el sello particular de quien interpreta y no conformarse con una simple lectura de la partitura, hay que entender que una cosa es la lectura que puede ser válida en un ensayo, y otra es la verdadera interpretación de la obra, ahí es justo cuando el intérprete hace suya la obra y la propone al auditorio como la más íntima y sublime profesión de fe.

El compositor escribe en la partitura las notas musicales, las indicaciones de tempo y una serie de recursos técnicos necesarios, pero el trabajo creativo en ningún momento hace referencia a las intenciones, a la profundidad, a la intensidad de la ejecución, justo ahí radica lo más importante del trabajo del intérprete, lo que no está escrito en la partitura.

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