El compositor Gustav Mahler murió el 18 de mayo de 1911, hace 110 años de que el mundo gira sin uno de los más grandes genios en la historia de la música. Su obra se compone de nueve imponentes sinfonías y una décima que dejó inconclusa, sólo dejó terminado y orquestado el primer movimiento, un profundo, íntimo e intenso adagio que según la opinión de los musicólogos y estudiosos de la música de Mahler, es uno de los momentos de mayor madurez creativa del maestro. Además de este generoso corpus sinfónico escribió un considerable número de lieder llevando el concepto de lied hasta sus últimas consecuencias, no es ya el lied como lo entendieron y desarrollaron Schubert o Schumann con el piano acompañando el protagonismo de la voz; con Mahler es el poderoso aliento de la orquesta la que acompaña al cantante logrando un impresionante trabajo de equilibrio entre estas dos descomunales fuerzas, la voz humana y la voz orquestal.
Entre los ciclos de lieder más importantes de Mahler podemos contar los Lieder Eines faherenden Gesellen (Canciones de un compañero de viaje). El ciclo de Das Klagende lieder (Las canciones del quejumbroso), los Des Knaben wunderhorn (Las canciones del cuerno mágico del niño), probablemente su ciclo de canciones más conocido, además de los Kindertotenlieder (Las canciones para los niños muertos), sin duda el ciclo más doloroso. Están también los Rückert Lieder y su último ciclo de canciones ya en la etapa final de su vida, Das lied von der Erde o La canción de la tierra, un ciclo de canciones escritas con la estructura de una sinfonía en seis movimientos, cada uno de los cuales es una canción.
En cuanto a la música de cámara Mahler realmente compuso muy pocas cosas, pero no deja de ser fascinante, cómo su Cuarteto para piano, violín, viola y violoncello en la menor, aunque algunos estudiosos de su música coinciden al señalar que, si bien es verdad que Mahler solía escribir sus sinfonías y ciclos de lieder para orquestas muy voluminosas de más de un centenar de músicos, tenía frecuentes episodios en su música con muy pocos instrumentos como si de música de cámara se tratara, tal es el caso, por ejemplo, de los dos primeros movimientos de su Sinfonía No.4, buena parte del ciclo de los Wunderhorn, algunos de los Kindertotenlieder, o el andante de la Sinfonía Novena en donde si bien inicia con una sonoridad muy sinfónica, va reduciendo el sonido hasta acercarse mucho a la sonoridad de la música de cámara, llegando incluso a reducir todo a un delicioso dueto entre el corno y la flauta, de manera tal que en sus sinfonías encontramos sonoridades monumentales, robustas, con una orquesta inmensa al mismo tiempo que pasajes delicados en donde todo se reduce a un puñado de instrumentos que cantan alternativamente la melodía principal, pero independientemente de lo generoso, de lo abundante de su sonido o de lo reducido de sus recursos para exponer su obra, la música de Mahler es siempre expresada con una claridad y una elocuencia que no dejan de maravillar y llevarnos al éxtasis, la profundidad y la intimidad de sus contenidos transmitidos en su maravillosa música tienen siempre una profundidad que conmueve y una pasión que eriza la piel, como sea que Mahler exprese su música, no podemos permanecer indiferentes al impacto que ésta nos produce.
Como lo hemos comentado en este y otros espacios, la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes es una de las pocas orquestas de México que han interpretado la integral de las sinfonías de Mahler, esto no es cualquier cosa, primero porque la cantidad de músicos que se necesitan para ejecutar todo este inmenso corpus sinfónico exige por lo menos de noventa a cien músicos y por supuesto, un espacio lo suficientemente amplio para poder recibir toda esa cantidad de músicos, no se diga la octava, conocida como La sinfonía de los mil, que exige, para una digna ejecución, por lo menos 500 o 600 músicos y el espacio que este contingente de músicos requiere entre integrantes de la orquesta, el voluminoso coro y los ocho solistas.
Yo he tenido la oportunidad de escuchar las 9 sinfonías de Mahler tocadas por la OSA, pero la que más disfruté, la que me dejó noqueado, y no es porque sea mi favorita de las compuestas por el maestro, sino por la extraordinaria ejecución que se hizo de ella, fue la novena dirigida por el maestro Román Revueltas, sobre todo el movimiento final, con esos deliciosos y profundos pianos que ponen a prueba, no solo a la orquesta, sino al público reunido en la sala. Recuerdo que mis nervios estaban de punta con el temor de que algo inesperado sucediera, una tos en ese momento, el rechinido de una butaca, el llanto de un niño, peor aún, un celular sonando, vamos, hasta el vuelo de una mosca hubiera estropeado la solemnidad de ese momento, pero nada sucedió, todos estábamos absortos, embelesados, enternecidos y conmovidos por la música. Recuerdo que cuando terminó la Sinfonía, después de unos segundos de silencio, el Teatro Aguascalientes explotó en un sonoro aplauso y gritos de bravo surgieron espontáneamente. Yo estaba sudando por el desgaste mental, por los nervios de que algo rompiera la magia del momento, retorcía mis manos casi con angustia. Cuando llegaron los aplausos respiré con alivio y recuerdo que mi esposa se me quedó viendo y me dijo: “tú no disfrutas a Mahler, tú sufres a Mahler”, y sí, tiene razón. Sonreí y me puse de pie para sumarme a la ovación.
