Como consecuencia de las transformaciones sociales que ha experimentado nuestro país en las últimas décadas, la visión de la paternidad como una expresión más del poder social de los hombres sobre las y los demás integrantes de la familia, ha sido puesta en jaque por la redefinición de las relaciones entre mujeres y hombres en los ámbitos público y privado de nuestra sociedad, resultado de la lucha por la igualdad de género y el ejercicio pleno de los derechos humanos de las mujeres.
Confrontada por la historia, la paternidad ha dejado de verse como algo innato, para entenderse como una construcción social que ha permitido la dominación en los hogares, imponiendo los hombres su voluntad sobre el cuerpo y decisiones de las personas que conforman la familia, donde la violencia se emplea de forma recurrente para mantener las asimetrías entre sus integrantes. Los modelos del padre proveedor, autoritario, que castiga y abusa, así como el del padre irresponsable, ausente y lejano, han sido gradualmente cuestionados ante las transformaciones de los hogares y de la sociedad en su conjunto.
Como consecuencia, han emergido nuevos significados sobre ser padre que recuperan la necesidad de cambio de los hombres, donde la cercanía afectiva y la participación en la crianza de las hijas e hijos son los elementos constitutivos de las mismas, pero evidenciando un ejercicio de la paternidad que puede ser tan diverso y variado como los hombres mismos. En ocasiones este cambio se ha intentado conceptualizar en una categoría que resulta confusa y conflictiva que se denomina como las “nuevas paternidades”, que no recupera los contextos, características y contingencias históricas de los hombres, pero intenta agrupar las experiencias de aquellos que intentan distanciarse del autoritarismo y violencia del modelo tradicional.
Sin embargo, la mirada de las “nuevas paternidades”, implica sesgos y riesgos pues impone una visión de las familias como un espacio inmutable, horizontal y ausente de conflictos, donde la cercanía basta para definir de manera positiva la relación de los padres con sus hijas e hijos, desplazando el foco de atención del poder social de los hombres, las desigualdades, la violencia masculina y el impacto negativo que tienen en la vida de mujeres, niñas y niños. Bajo el adjetivo de lo nuevo, estas paternidades se mantienen como un elemento de estatus y prestigio para algunos hombres, no abonando a terminar con las inequidades que tienen como base los mandatos de género, siendo en todo caso una extensión del enfoque de las “nuevas masculinidades” donde no siempre es claro si se busca terminar con el privilegio masculino o solo reformularlo.
A la par de lo anterior, un sector de la sociedad insiste en demandar al estado que sus políticas reconozcan y fomenten una visión tradicional de la familia, sustentada solamente en sus convicciones religiosas en detrimento del estado laico, la ciencia y los derechos humanos. Esta perspectiva conlleva también un intento de normalizar nuevamente las desigualdades derivadas de mandatos heteronormativos, de género y edad juzgando a lo diferente como antinatural, inmoral o patológico.
Esta situación representa una encrucijada donde los hombres vamos y venimos entre modelos autoritarios y ausentes, así como cercanos y responsables ante las necesidades materiales y afectivas de las familias. Ante este escenario, resulta fundamental que los hombres reflexionemos sobre nuestra paternidad desde un visión crítica, ecológica y compleja, que visibilice la diversidad de situaciones que la acompañan, reconociendo los múltiples factores socioculturales, institucionales, comunitarios, familiares, relacionales e individuales que se articulan de forma dinámica y dialéctica para ello. Si bien es posible que las paternidades no sean necesariamente “nuevas” sí pueden ser distintas, una experiencia de vida que resignifique y dimensione los conflictos, dolores, alegrías y satisfacciones ante la cercanía emocional, cuidados y recursos que serán demandados por parejas, hijas e hijos, abonando a deconstruir imaginarios, instituciones y prácticas sobre la figura del padre, que ayude a comprender de forma distinta el hogar y el mundo del trabajo, surgiendo nuevas tensiones y riesgos para los hombres, pero también oportunidades y derroteros no imaginados aún.
El primer paso en este sentido, es la necesidad de asumir la paternidad como una elección de vida, por lo que los hombres debemos tomar la responsabilidad sobre nuestra vida sexual y nuestra capacidad de procrear. Muchos hombres se dan cuenta al ser padres que no desean serlo, por lo que se alejan dejando sobre las mujeres la obligación de cuidar a niños y niñas, mientras lidian con el prejuicio de ejercer solas su maternidad. De ahí la importancia de que el estado brinde una educación sexual integral a sus ciudadanas y ciudadanos, para que los hombres vivamos la paternidad desde la decisión, nuestro proyecto de vida y las condiciones que tenemos para serlo.
También es importante entender que una paternidad distinta no es solo un acto de voluntad, es producto de contextos más equitativos, justos y humanizados, recuperando la premisa de que lo privado se construye en las prácticas, acuerdos y pactos de lo público, lo que implica modificar las condiciones del mercado de trabajo, los ingresos, las políticas de conciliación de la vida laboral, familiar y personal, así como los servicios de cuidado mínimamente.
Cuando se están creando entidades gubernamentales y concibiendo políticas públicas tendientes a la “integración y desarrollo de las familias” de forma acrítica y estereotipada, hay que tener claro que esta es una institución atravesada por la historia y el poder, un espacio donde forma inherente al mismo, existirán conflictos, por lo que una paternidad distinta, tendrá que apostar por la flexibilidad y la reflexión, para construir soluciones mediante la negociación, la intimidad o la firmeza, reconociendo que todas las personas del núcleo familiar tienen derechos, propósitos individuales y comunes, donde se requiere la toma de decisiones, la generación de acuerdos y el acompañamiento constante.
Es necesario repensar, promover y reconocer socialmente la paternidad desde el deseo, la elección, la responsabilidad y la diversidad humana. Hay que dejar de asumir visiones basadas en un pretendido orden “natural”, para hacer visibles las paternidades a partir de sus posibilidades y no desde las imposiciones, reconociendo la emergencia de padres solos o separados, de quienes la asumen con hijos no biológicos, de padres homosexuales, padres adolescentes o bien de hombres, sobretodo jóvenes, que no desean serlo y no se reconocen en el modelo tradicional de estudiar, trabajar, casarse y tener hijas e hijos.
Al respecto, es importante precisar que la juventud mexicana se enfrenta a contextos de mucha incertidumbre, donde una gran proporción de ellas y ellos ven vulnerados sus derechos constantemente y observan un futuro poco halagüeño, ausente de oportunidades y condiciones de vida adecuadas. Donde el estado publicita brindar “herramientas para un sano desarrollo en el seno familiar” como una forma de acabar con los problemas sociales, cuando debería ir en sentido contrario su labor, posibilitar otras experiencias de familia al generar contextos más equitativos para que los hombres puedan formar proyectos de vida en equilibrio entre lo público y lo privado, sin violencia y participando de forma activa en el cuidado del hogar y de quienes lo integran. Aunque la creencia es que la familia es la base de la sociedad, en realidad, es más un reflejo de esta última, de un proceso de estructuración del poder, las tensiones, contradicciones, injusticias y desigualdades del contexto.
Finalmente, los hombres tendremos que elegir entre una postura padeciente de la paternidad, que anhela el retorno de “los buenos viejos tiempos”, basada en el rol de proveedor, la lejanía emocional, la demanda de servicios a la pareja, hijas e hijos y la violencia como recurso pedagógico. Otra acrítica, que se presume “nueva” y está cada vez más lejos de la reflexión teórica y acción política de los movimientos de quienes en mayor medida han parecido las desigualdades y la violencia masculina, o bien, construir otras distintas, quizás no imaginadas en este momento, pero conscientes de la otredad, basadas en la ternura, la responsabilidad, la reflexión y el cuidado, que no se sustraigan de la lucha por la construcción de la igualdad de género y el reconocimiento de la diversidad humana.




