Soldado del amor en esta guerra entre tú y yo.
Cada noche caigo herido por ganar tu corazón.
Soldado del amor luchando a muerte por tu piel.
Soy un héroe de mentira un gigante de papel…
Soldado del amor – Mijares
Empoderar a las fuerzas armadas del Estado, mediante presupuestos, proyectos, funciones extralimitadas, y espacios de poder para sus miembros en la política nacional, implica un riesgo innegable en el uso que las fuerzas armadas puedan hacer con ese poder. Sobre todo, cuando las fuerzas armadas comienzan a hacer cosas para guardarle lealtad a la persona o al partido que les ha empoderado, por encima de las lealtades institucionales hacia el Estado Mexicano. Si esto sucede, podemos hablar de una crisis de institucionalidad.
Esta crisis comienza a suceder. Puede parecer algo anecdótico y trivial, pero es significativo. En Michoacán, las fuerzas armadas detuvieron a un autobús de pasajeros que transportaba narcóticos. La comunicación social de la Secretaría de la Defensa Nacional publicitó el hecho, pero con fotografías editadas. Las imágenes originales de la detención mostraban que el autobús detenido en el operativo tenía el logo de Morena rotulado en sus costados. En las fotos que publicó la Sedena, se editó para desaparecer el logo.
Que el camión tuviera logos de Morena, o de cualquier partido, equipo de futbol, empresa, o lo que fuese, no es significativo ni determina nada. El autobús pudo haber sido rentado, o la empresa propietaria del vehículo pudo ni siquiera estar enterada de la carga ilegal; la presencia de logotipos no necesariamente vincula al partido con un ilícito. Pero para la Sedena fue importante quitar el logo del partido que ha empoderado al ejército para desmarcarlo de un hecho delictivo. El hecho es que las fuerzas armadas comienzan a manipular la realidad para favorecer a quien les ha dado poder.
Si no se ven riesgos en esta anécdota, es que hay mucha ceguera. Tanto el partido, como el gobierno, y sobre todo las fuerzas armadas, deben fortalecer la institucionalidad, por la preservación del Estado mismo, y no por la supervivencia o el prestigio de una fuerza política; sobre todo si esa fuerza política es la que está apadrinando el inusitado poder de las fuerzas armadas. Peor aún, esto sucede en un contexto en el que la milicia con impostura “civil” llamada Guardia Nacional (que de facto era un brazo más del ejército) ahora se prepara a integrarse formalmente a las fuerzas armadas, con potestad de acción en causas que van desde los delitos del fuero federal, del fuero común, y hasta de la seguridad pública municipal.
Esta Guardia Nacional, con dos años de operación en activo en tareas de seguridad pública y prevención del delito, suma unos cien mil elementos. En esos dos años de operación, con una estrategia no muy distinta a la que llevaron a cabo Felipe Calderón o Enrique Peña Nieto, los resultados en combate al crimen y disminución de la violencia no han sido para nada alentadores. Al contrario. Las continuas vulneraciones al Estado de Derecho, la mermada percepción de seguridad, el aumento en los diversos tipos de víctimas en delitos de todo tipo, y el auge bélico de organizaciones criminales nacionales, han cifrado una dolorosa falla en el Estado Mexicano.
No sólo estamos en camino de la militarización del país. Sino también en camino de una militarización que comienza a dar alarmantes visos de que la lealtad de las fuerzas armadas no es ni con el Estado ni con las instituciones, sino con la persona y el partido que les ha empoderado. Si las organizaciones civiles, los medios de comunicación, los partidos opositores, y la sociedad en general no planteamos espacios y marcos de reflexión y de reacción, estaríamos siendo omisos; y con esa omisión estaríamos poniendo un clavo más en el ataúd de la república democrática que decimos habitar.
@_alan_santacruz
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