In Memoriam
Carlos Fuentes fue y será siempre el arquetipo del mexicano desinhibido, audaz, seguro de sí mismo y de su identidad, inteligente, cosmopolita, culto, y simpático. Fue, sin duda, quien mejor encarnó, durante la segunda mitad del siglo XX, a la mexicanidad ilustrada y a su potente cultura en el mundo. El mejor conocedor del tiempo mexicano, del ido y del porvenir.
Lo mismo en Washington, Londres o Madrid, que en Buenos Aires o en México, DF; Fuentes tenía una presencia original, única y cautivante. Recuerdo especialmente su acerada claridad y certeza para comunicarse -lo mismo en un francés suelto que en un inglés impecable- para decir lo que pensaba y para argumentar con vehemencia y pasión sus ideas sobre México y los mexicanos; pero, también sobre literatura, pintura, teatro, política internacional y muchas de las cosas del complejo mundo actual. Sin ir tan lejos, leyendo la semana pasada en Reforma sus interesantes puntos de vista sobre el giro a la izquierda de los franceses y sus implicaciones para Europa, para el mundo -y para México- nos sorprendió la noticia de su súbita muerte.
Fuentes fue, sin duda, el “intelectual público” por excelencia del mundo iberoamericano. Así suelen llamar en la cultura anglosajona a los personajes de la cultura que, a la vez, son figuras públicas de amplio seguimiento. Y, por supuesto, que en esta definición incluyo también a España, Portugal y Brasil, para que no quede duda de su importancia como escritor global.
Como entusiasta seguidor suyo, desde mi juventud temprana, no siempre coincidí con sus opiniones. Especialmente con las referentes a la política mexicana y señaladamente con las más recientes, donde Fuentes tomó distancia de sí mismo en el último tramo de su vida y llegó a manifestar su apoyo, repetidamente, al pútrido régimen actual. Pecata minuta ante la enormidad de su figura, pero hay que reconocer que sus opiniones siempre fueron referentes a considerar por todos quienes le leíamos con avidez.
La claridad y precisión de su prosa, su soltura y su deslumbrante manejo del lenguaje, o sus constantes referencias y alusiones a las culturas del mundo, señaladamente a la cultura francesa y anglosajona, lo hacían un escritor único y sumamente interesante, versátil y original.
Coinciden los expertos en literatura en decir que el Fuentes escritor tuvo dos etapas claramente diferenciadas; la primera y más brillante, misma que dio a luz a textos referenciales de la literatura en español, como La región más transparente o La muerte de Artemio Cruz. Yo añado, sin dudarlo, Aura y Las buenas conciencias o Terra nostra.
Sin embargo, confieso que algunas de mis obras preferidas de Fuentes no son novelas, sino ensayos: El espejo enterrado o Tiempo mexicano y Nuevo tiempo mexicano son libros fundantes, pues siempre explican el pasado, interpretan el presente e iluminan nuestro porvenir. También, sin dudar, diría que algunas de mis novelas preferidas de Fuentes, y conste que reconozco que no las mejores, son Diana o la cazadora solitaria, por su rica ambientación y contexto, además de sus claros tintes autobiográficos; y, desde luego, que los excepcionales relatos contenidos en La Frontera de cristal.
Fuentes era, de seguro, uno de los escritores referenciales de los mexicanos y me parece que con diferencia el preferido y el más conocido. El otro día, charlando con un colega que es incondicional de Vargas Llosa, éste sostenía que probablemente Vargas sea mejor escritor que Fuentes, pues posee una obra que jamás ha decaído y que sí, en cambio, ha ido aumentando en calidad con el tiempo. Coincido con él. Vargas es un estupendo escritor. De los mejores y por eso es Nobel. Lo mismo puede decirse de García Márquez, que también lo es. Sin embargo, y sin dudar del genio literario y la calidad de la obra de ambos, tengo que preferir a Fuentes, quien sin duda lo hubiese sido si la muerte no se adelanta; entre otras, por la simple razón subjetiva de que lo siento más cerca. Es una presencia insustituible y constante en nuestra cultura. Pero, lo cierto es que ellos tres: Fuentes, Vargas y García Márquez, además de otros, fueron la vanguardia de la corriente luego llamada Boom latinoamericano, que cautivó en su día la atención literaria del mundo.
Añado, por último, una breve anécdota personal; tuve la oportunidad de escucharle presentar con gracia y estilo único uno de sus libros. Pude conocerle y hablar brevemente con él. Fue en Madrid, creo que en el año 2000, en la Casa de América. Su magnética personalidad brillaba intensamente, a pesar de que ya se hacían notar sus años cumplidos. Desde entonces, atesoro un libro suyo dedicado y autografiado como una de las cosas más importantes de mi escaso patrimonio material. Hoy que se fue de este mundo, no sobra decir que el mejor homenaje a Carlos Fuentes será leerlo y volver a leerlo siempre.
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