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viernes, diciembre 5, 2025

2022, los peligros que vienen7/ Bravuconadas 

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A escasos 5 días de que concluya este año, que en los hechos no logró tomar distancia real del pandémico 2020, nos abren un pequeño paréntesis para pensar el futuro inmediato del país. Quizá el espíritu embriagador (metáfora) de las fiestas decembrinas nos llaman al optimismo y a millones a aferrarse al auto proclamado “rayo de esperanza”, tan de moda en esta era de la transformación, y esperar un “venturoso” año nuevo, pero ¿será sensato hacerlo?

Bienestar y política deberían ser compatibles, complementarios. El primero debería ir de la mano confiando del accionar inteligente y seguro de la segunda, quien, hábil y diestra en el manejo de las herramientas del Estado, pavimentará el camino de la prosperidad anhelada por todos, para encaminarnos a hacia esa iluminada ruta de la ventura general. Pero la realidad es dura, y como dice Bartra en su Jaula de la melancolía (2005): “Todos sabemos que esas líneas negras en los mapas políticos son como cicatrices de innumerables guerras, saqueos y conquistas; pero también sospechamos que, …, hay antiguas y extrañas fuerzas de índole cultural y psíquica que dibujan las fronteras que nos separan de los extraños. Estas fuerzas sutiles, sometidas a la inclemencia de los vaivenes de la economía y de la política, son (…) responsables de la opacidad del fenómeno nacional. Esta opacidad oculta los motivos profundos por los cuales los hombres toleran un sistema de dominación y (así) le imprimen un sello de legitimidad a la injusticia, a la desigualdad y a la explotación.” Zas.

Ahora bien, todos los mexicanos estamos supeditados, para dar piso a nuestro optimismo, a dos cosas en principio: 1) a nuestro buen juicio y esfuerzo canalizado para sacar provecho de nuestras opciones y recursos en nuestro entorno inmediato, nuestro microcosmos personal y familiar; y, 2) al buen tino de las políticas públicas del Estado mexicano y sus acciones concretas, ello referido a nuestro entorno social general. Sin embargo, siguiendo a Roger Bartra, ahora en su Regreso a la jaula (2021), señala: “Es extraño que el presidente López Obrador esté desmantelando su propio gobierno, y, en consecuencia, dañando los instrumentos que son necesarios para navegar en las aguas turbulentas de la crisis económica…”. Ello en el marco de una pandemia que no cede, que se reinventa y contraataca sin misericordia, dejándonos consternados y necios en ignorarla y creer que al esconder la cabeza como avestruces no nos alcanzará y cumpliremos el sueño de un 2022 luminoso y positivo. La economía, la salud, la educación, la seguridad, el empleo, todos los aspectos sustantivos de la vida nacional se mantienen amenazados e inseguros ante la inminente tormenta que nos negamos a ver y nos amenaza silenciosa.

La inflación cerrará en torno a un 8%, hito histórico que hoy ya resienten los bolsillos de todos, la carestía es una realidad lacerante en la economía familiar, lo que impacta en la calidad de vida de todos. Ir por la despensa familiar es un motivo de angustia y preocupación de los mexicanos de un tiempo acá. Los bienes y servicios necesarios para el “bienestar” de las personas se alejan o minimizan día a día. La salud pública es cada vez más menesterosa, los medicamentos y materiales de curación y sanitarios están cada vez más caros e insuficientes o de plano no hay. Las instituciones de salud se han vuelto un dolor de cabeza para la población ante su “no hay” reiterado y, en muchos casos, criminal. Niños y mujeres con cáncer, personas con enfermedades crónicas y sus familias están inmersos en un torbellino de muerte y catástrofe permanente. ¿Hace falta la estadística?

En este marco pandémico la educación es otra damnificada que amenaza con sólo intentar sobrevivir al 2022. Las autoridades educativas del Estado mexicano no han encontrado la fórmula para otorgar un servicio acorde a las circunstancias de la inseguridad sanitaria para los millones de niños y niñas, de jóvenes, de maestros ante el riesgo de las nuevas variantes del Covid-19, y la calidad de la educación pública y privada cae estrepitosamente. La educación superior, la investigación y la ciencia incluso son motivo del escarnio de esas mismas autoridades, basta ver los ataques a la UNAM y hoy al CIDE. El gobierno no sabe bien a bien cuál es el rumbo.

Por su parte la seguridad pública sigue vulnerable a la ausencia de políticas públicas claras y realista. A tres años de gobierno los homicidios dolosos alcanzan una escalofriante cifra de más de 108 mil muertes. Más que en una guerra. Lo escandaloso de esta situación lo pone de manifiesto el propio presidente López Obrador cuando el pasado 21 de diciembre es su conferencia mañanera con cierto descaro afirmó que: “ayer no fue un día malo, sólo hubo 68 homicidios”. Los abrazos no balazos no trajeron nada bueno al país. El Ejército, la Marina, la Guardia Nacional están extraviadas en actividades ajenas a su naturaleza, administrando, construyendo, emprendiendo.

 

El panorama hoy no se nos presenta optimista como para construir los deseos del 2022. Este gobierno lejos de cumplir sus compromisos políticos los patea fuera del ángulo de visión de la población y manipula abiertamente factores que son fundamentales para la salud del país. El 1 de enero próximo, el Banco de México tendrá a la cabeza una nueva presidencia sin la experiencia necesaria en materia monetaria para sortear las exigencias de una economía mexicana amenazada y sin asideras de apoyo, nombramiento surgido de la voluntad del inquilino de Palacio Nacional. Igualmente, el INEGI estrenará titular. La incógnita está en la autonomía y confiabilidad de esas dos instituciones ante la voluntad presidencial. Esperemos la no alineación a “los otros datos.”

 

Por último, la guerra declarada de la 4T al INE tendrá consecuencias por su naturaleza aún de pronóstico reservado. El optimismo para el 2022 aparece amenazado aún en este año sin terminar, los peligros están al acecho a unos días del cambio de calendario. Pero que la realidad no nos agrie la temporada. Atentos.

 

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