Hoy en día, muchas cosas en nuestras vidas son más sencillas gracias a todo lo que hacen por nosotros. Ellas disponen de casi toda nuestra información personal. Si no sabemos algo, casi siempre las consultamos. A veces, cuando queremos decirle algo a alguien, les pedimos que pasen el mensaje. Suelen llevar la cuenta de cuánto dinero tenemos, de cuánto gastamos… ¡y de cuánto debemos! Nos ayudan a organizar nuestras actividades del día a día. Cuando estamos fuera de casa, casi siempre hacemos caso a sus recomendaciones sobre qué sitios visitar, a dónde ir comer y en qué tiendas comprar recuerditos. Es innegable que las computadoras juegan un papel muy importante en nuestras vidas. ¿Cómo son capaces de hacer todas estas cosas? Para que las computadoras puedan realizar correctamente estas actividades, no sólo se requiere que tengan partes sofisticadas como sensores, motores o botones; también hace falta que podamos darles instrucciones claras y precisas. Para ello, debemos evitar la vaguedad. Esto lo descubrió, hace casi 200 años, la brillante matemática británica Augusta Ada Byron, condesa de Lovelace (1815-1852), a quien se conoce como Ada Lovelace.
Uno de los amigos de Ada, llamado Charles Babbage, había estado trabajando en una máquina que pudiese resolver de manera automática ecuaciones polinomiales, que son unos problemas matemáticos difíciles, en los que la gente a menudo se equivoca. Este dispositivo, al que él llamaba ‘máquina diferencial’, sería como una calculadora científica gigantesca. Babbage hizo un pequeño modelo de esta máquina y pidió al gobierno inglés que financiara su construcción. Con la tecnología de su época, era muy difícil fabricar los miles de partes especiales que la máquina requería, así que se gastó el apoyo del gobierno y mucho de su propio dinero intentando construirla. Tristemente, fracasó en su esfuerzo. Sin embargo, eso no le impidió seguir soñando.
Charles Babbage imaginó que se podría construir una máquina capaz de hacer más cosas, a la que llamó ‘máquina analítica’. Tal como la concebía, esta máquina podría realizar cualquier cálculo una vez que se le dieran valores e instrucciones. Debido a que no logró conseguir apoyo financiero, trató de hacer esta máquina sólo ‘en papel’. Eso no quiere decir que sus piezas estuvieran hechas ‘de papel’, sino que todas sus partes y su funcionamiento estaban descritas ‘en papel’ sin que la máquina llegara a ser construida. Como puedes imaginar, dar una descripción completa de una máquina como ésa no era una tarea sencilla. Para llevarla a cabo, Babbage recurrió a Ada.
Cuando Babbage le comentó su proyecto de diseñar la ‘máquina analítica’, Ada decidió ayudarle. Para ello, tradujo un artículo del francés, que un militar italiano llamado Luigi Menebrea había publicado poco antes. En ese artículo se explicaba con cierto detalle el funcionamiento de la ‘máquina analítica’ con la que soñaba Babbage.
Pero Ada no se limitó a traducir el artículo, sino que le añadió muchas notas: ¡sus comentarios eran tres veces más extensos que el artículo de Luigi! Según Babbage, estas notas de Ada “se adentraban por completo en casi todas las preguntas difíciles y abstractas conectadas con el tema”. Ada Lovelace llevó más allá el sueño de Babbage e imaginó que la ‘máquina analítica’ podría hacer muchas más cosas además de resolver ecuaciones. Pero para poder hacer cualquiera de estas cosas se requería que “la Máquina… fuese programada para pensar”: pudiera recibir instrucciones que le dijeran exactamente qué hacer. Uno de los méritos del comentario de Ada al artículo de Luigi es que, junto a sus muchas e interesantes reflexiones, ella incluyó entre sus notas ejemplos de conjuntos de instrucciones para la máquina. Estas instrucciones debían ser completamente precisas.
Lo que Ada Lovelace descubrió es que, si quieres que una máquina haga algo por ti, debes ser capaz de especificarle instrucciones a partir de un algoritmo: debes poder decirle exactamente qué quieres que haga, de un modo que sea completamente efectivo para producir el resultado. Si no logras decirle con suficiente detalle qué debe hacer, de una manera que asegure que llegará al resultado que deseas, entonces la máquina no hará lo que quieres. Se dice que, al hacer este descubrimiento y al dar ejemplos de instrucciones para la ‘máquina analítica’, Ada Lovelace elaboró el primer programa de computadora. Esto fue realmente sorprendente, pues Ada trabajaba con una máquina ‘de papel’: ¡faltaban 100 años para que hubiera computadoras electrónicas!
Ada Lovelace también se dio cuenta de que la precisión y la claridad no sólo son importantes para darle instrucciones a las máquinas; también nos ayudan a entendernos mejor con otras personas y a evitar conflictos innecesarios con ellas. Además, cuando logramos reducir una operación a instrucciones que una máquina pueda usar, como apreció Ada, “las relaciones y la naturaleza de muchos temas… son arrojadas hacia nuevas luces, y más profundamente investigadas”. De este modo, al poder expresarnos con claridad y precisión somos capaces de pensar de manera más profunda y entender muchas más cosas.
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