Prácticamente desde el triunfo del “proyecto” encabezado por la coalición “Juntos haremos historia” en el 2018, Andrés Manuel López Obrador, puso sobre la mesa lo que sería el inicio de la Cuarta Transformación del país, a partir del cumplimiento de los 100 compromisos leídos en la plancha del Zócalo capitalino en la celebración de su histórico triunfo electoral. En ese momento, se empezaron a escuchar fuera de campaña política, una serie de promesas que demostrarían al pueblo de México que, a partir de un ejercicio honesto y comprometido con la mayoría de la población (“Por el bien de todos, primero los pobres”) la transformación de la nación alcanzaría un nuevo nivel histórico, a la altura de las transformaciones precedentes de la Independencia, la Reforma y la Revolución. De ese tamaño la promesa.
Combatir y acabar con la corrupción en el gobierno, sería el punto de partida de la 4T; reducir los índices de violencia e inseguridad pública a partir de la estrategia de “abrazos, no balazos” y se regresaría a las fuerzas armadas a sus cuarteles; proporcionar servicios de salud gratuitos y universales de alta calidad como en Canadá o Dinamarca; hacer crecer la economía con tasas del 4% anual; en un plazo de tres años (2018 a 2022) mantener estable el precio de las gasolinas, y promover la autosuficiencia energética con la construcción de la refinería de Dos Bocas; sustituir el aeropuerto de Texcoco por uno más eficiente, moderno y barato, el AIFA; detonar el desarrollo económico del sureste del país con la construcción del Tren Maya y el corredor transístmico; elevar la calidad de la educación pública en todos los niveles, crear la Universidad “Benito Juárez García” con 100 planteles en el país; incorporar a los jóvenes a través del programa “Jóvenes construyendo el futuro”; apoyar al campo mexicano con la implementación del programa “Sembrando el futuro”, en sus distintas modalidades; y…
Sin embargo, y mostrando abiertamente el estilo que marcaría su gobierno, la 4T a través de las decisiones del presidente López Obrador, pronto encontró el camino que marcaría su estilo. Inició un proceso de centralización del poder público, reduciendo o cancelando instituciones cuyo propósito era el de ofrecer mecanismos de regulación y control al poder público y programas sociales. Así desaparecieron el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, recientemente el Instituto Nacional de Desarrollo Social; en materia de seguridad y procuración de justicia, la Agencia de Investigación Criminal, el Centro de Evaluación y Control de Confianza, el Centro Federal de Protección a Personas, y el Centro Nacional de Planeación, Análisis e Información para el Combate a la Delincuencia. En el ámbito económico, el fideicomiso público ProMéxico, y el Instituto Nacional del Emprendedor.
Asimismo, desaparecieron los siguientes programas: Apoyo a la vivienda, Atención a jornaleros agrícolas, Empleo temporal, Comedores comunitarios, Apoyo a la comercialización, Formación de recursos humanos basada en competencias, Apoyos para la protección de las personas en estado de necesidad, Consolidación de reservas urbanas. No podemos pasar por alto la cancelación de Estancias infantiles y últimamente las Escuelas de tiempo completo.
Todos estos organismos y programas fueron eliminados de manera fulminante por la decisión personal del presidente AMLO, bajo el argumento de que eran pozos en el que se perdían recursos presupuestales o que simple y llanamente eran producto de la perversión connatural de la innegable corrupción de los gobiernos neoliberales que le antecedieron.
Sin embargo, a poco más de la mitad de la administración lopezobradorista, la brillante realidad que se nos ofreció con la llegada del “cambio verdadero”, aún está por aparecer. Ciertamente han ocurrido una serie de imponderables que han incidido de manera negativa en la realidad nacional y global como la aparición en marzo del 2020 de la pandemia del Covid o últimamente la guerra provocada por la invasión rusa a Ucrania. Sin embargo, a pesar de la hegemonía alcanzada por la 4T en el ámbito político, los hechos, la realidad nos han puesto en un estado de alarma a todos los mexicanos.
La corrupción ha sobrevivido a la 4T y no sólo eso, se ha vuelto más descarada y cínica, ha permeado las entrañas “transformadoras”, basta revisar las noticias diarias para constatarlo (la Casa Gris, el affaire Scherer-Gertz-Cordero, la diputada tamaulipeca Patricia Salazar Mujica y sus moches -sobrina del presidente-, las asignaciones directas a empresas fantasma en la construcción del AIFA por los militares, entre otros). La inseguridad campea abiertamente en el territorio nacional, el crimen organizado se ha enseñoreado en gran parte del país, hoy tenemos más de 107 mil muertes violentas en lo que va del sexenio. El INSABI no terminó de nacer, nunca gravitó en la atención de la salud de México, la pandemia lo rebasó sobradamente, el desabasto de medicamentos nunca lo pudo resolver, y para colmo, ya tienen un sustituto emergente, el IMSS Bienestar. El Tren Maya es cuestionado por su grave y dañino impacto ambiental. Los sobreprecios de Dos Bocas de 8 mmd a 12 mmd y posiblemente más, y su futuro incierto.
Retomando una apreciación del periodista Jaime Guerrero Vázquez de El Economista (25/03/22) respecto a una declaración de la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, en días pasados a propósito de la inauguración del AIFA, por supuesto con una significación (en positivo) de la citada obra entregada por el presidente López Obrador, debemos coincidir, en que ciertamente “constituye la esencia de la cuarta transformación”, pero si consideramos en su conjunto los 40 meses transcurridos desde el arribo de la 4T al gobierno federal, y apreciamos los resultados concretos, no digamos de las promesas de campaña o los 100 compromisos del 1 de julio del 2018, sino sólo las responsabilidades constitucionales y legales que el Ejecutivo y su Plan Nacional de Desarrollo, o el Legislativo con el control de las mayorías morenistas, debieron alcanzar, efectivamente podemos reconocer la esencia de la cuarta transformación, que se reduce sólo a meras escenografía, maquillaje, obras a medio terminar y mucha propaganda. No hay más.
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