Ahora que estamos regresando a las aulas en la Universidad Autónoma de Aguascalientes, después de poco más de dos años de trabajo a distancia por causa de la pandemia por COVID-19, me parece importante recordar la relevancia de las universidades e instituciones de educación superior para las ciudades en el presente siglo XXI. Una idea sobre este tema, la cual posiblemente escuchamos con relativa frecuencia, es que las universidades y otros espacios de educación superior (escuelas tecnológicas y centros de investigación) son instituciones centrales para insertarse en la economía global del conocimiento. Sin embargo, dentro de la anterior idea una parte que ha quedado un poco olvidada es la relación entre dichas instituciones y el entorno urbano.
Distintos intelectuales coinciden en que la localización de dichas instituciones dentro de las ciudades define las posibilidades para generar ambientes que promuevan la creatividad y la producción de nuevo conocimiento. Alrededor del mundo existen ejemplos de gobiernos que han entendido este planteamiento y han privilegiado la concentración de las universidades en las áreas centrales de sus ciudades, principalmente. Tal es el caso de las ciudades de Londres, Cambridge, Chicago, Toronto y Montreal, por mencionar algunos ejemplos. En esas ciudades las instalaciones universitarias ocupan los inmuebles del casco histórico, lo cual es combinado con distritos de viviendas, espacios laborales, lugares de ocio y consumo, centros culturales (museos, teatros, galerías) y espacios recreativos. Tal combinación genera un entorno donde coexisten estudiantes, empleadores, trabajadores, residentes y visitantes de la zona central. Todos ellos coinciden en espacios comunes (por ejemplo, las propias calles, espacios públicos, cafés, restaurantes) que promueven el intercambio formal e informal de conocimiento, el aprendizaje, la experimentación y la generación de ideas. Esto último generalmente se traduce en nuevos negocios, innovaciones tecnológicas, expresiones artísticas y soluciones a problemas que promueven la economía local.
En nuestro país son contadas las universidades estatales que mantienen sus principales instalaciones en el área central de sus respectivas ciudades. Tal es el caso de Guanajuato y Xalapa, lo cual podría explicar que esas ciudades sean reconocidas por su actividad cultural e intelectual. En el resto del país hace tiempo que las universidades desocuparon la zona central de sus ciudades. En la mayoría de ellas solo ha quedado la presencia simbólica de esas instituciones a través de museos y/o centros culturales universitarios. En su momento las tradicionales instalaciones universitarias fueron sustituidas por las actuales ‘ciudades universitarias’ que generalmente se localizaron en las periferias urbanas. Las nuevas instalaciones universitarias terminaron siendo espacios cercados, con su vida académica y económica orientada al interior de ellas, y con una relativamente escasa interacción con su contexto. Esta decisión no solo tuvo implicaciones en el desarrollo urbano de las ciudades, sino que posiblemente limitó las posibilidades de constituir los centros urbanos de nuestro país en motores generadores de nuevo conocimiento.
Actualmente, si elaboráramos un mapa de la localización de las universidades (públicas y privadas) e institutos de investigación nos daríamos cuenta de su dispersión a través de nuestras ciudades. Tales instituciones generalmente ocupan espacios periféricos, resultado de decisiones que no responden a un plan integral que por lo menos busque promover su articulación a través del espacio urbano. Esa dispersión espacial limita la gestación de ambientes de intercambios de conocimiento entre la comunidad universitaria y el resto de la actividad económica y social que caracteriza a las distintas áreas de las ciudades, lo cual podría ser una variable adicional para explicar nuestra baja capacidad de innovación como país.
Sería muy ingenuo proponer que las universidades en México regresaran a las áreas centrales de sus respectivas ciudades. Tan solo imaginar el costo de ello, además de la gran infraestructura que ya han desarrollado dichas instituciones en sus actuales instalaciones, son dos aspectos que vuelven inviable llevar a cabo tal emprendimiento. Sin embargo, es importante repensar la función de las universidades y otros centros de investigación no solo como los tradicionales semilleros de talentos y capital humano, sino como instituciones que pueden ser la pieza clave para articular los espacios generadores de innovación que necesitan las ciudades para insertarse en la economía del conocimiento. Para ello es necesario revalorar su localización y posiblemente pensar en estrategias urbanas que permitan su articulación con el resto de la actividad urbana. Las aristas y las implicaciones de una tarea de esa magnitud son múltiples. Se trata, sin embargo, de una posibilidad que podría contribuir en la construcción de un futuro más promisorio, considerando el importante potencial que tienen estas instituciones para transformar la economía y el espacio urbano.
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