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viernes, diciembre 5, 2025

¿De qué hablamos cuando hablamos de política?/ El peso de las razones 

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En un artículo publicado en enero de 1994 en The New York Times, que se ha convertido en un referente del tema, la lingüista Deborah Tannen sometía a un breve escrutinio nuestra cultura argumentativa. Su diagnóstico era, en breve, que hemos llegado a un punto en el cual para ganar una discusión pensamos que nuestro interlocutor debe perderla. Hemos abandonado por completo cualquier meta cooperativa en nuestras conversaciones, charlas y debates. Los gritos han opacado a las razones, y la argumentación se ha convertido en un medio ya no para llegar a acuerdos, sino para conseguir nuestros objetivos personales. La verdad ha terminado por desaparecer de nuestro horizonte dialógico: de lo que se trata es de salirnos con la nuestra por medio del lenguaje. La política es una de las bajas más representativas del estado actual de nuestra cultura argumentativa.

Si lo descrito aspira a representar de manera adecuada nuestra realidad presente también explicaría el descrédito social que sufre la política para algunos. En su extraordinaria introducción a la disciplina, el politólogo de Cambridge David Runciman dedica una buena parte del inicio a motivar sobre la importancia que tiene la política en nuestra vida cotidiana. Es en parte a causa de ella que vivimos seguros o inseguros, con buena o mala salud, con servicios que hacen nuestra vida más placentera o más desgraciada. Es la política una de las responsables de que Dinamarca sea visto como un país donde es deseable vivir y no lo sea Siria. Al día de hoy, la política (la mala política) es la responsable de que millones de personas hayan abandonado Ucrania ante la invasión de una potencia extranjera y otros miles hayan muerto defendiendo su hogar. La política, como bien defiende Runciman, es mucho más que tediosas campañas electorales, golpeteo político, grillas, corrupción y acuerdos oscuros.

Hay al menos dos sentidos del concepto política que me gustaría explorar brevemente. Un primer sentido recoge los aspectos negativos que he descrito: la lucha reglamentada (o no) por el poder. Así, la política no sería otra cosa que las pugnas entre distintos grupos por hacerse del poder dentro (y a veces fuera) de un territorio. En su versión menos violenta están las campañas políticas dentro de las democracias liberales: la propaganda, los espectaculares, los folletos, la mercancía que publicita a quienes aspiran a ganar una elección, los aburridos y enconados debates, la pasión casi futbolística mediante la cual los simpatizantes de un grupo defienden a su tribu y al líder. Tras bambalinas se encuentran una pléyade de prácticas, muchas de las cuales incluso califican de delitos electorales: la compra de votos (sea directa o indirecta), los pactos no explícitos entre quienes aspiran a la victoria, los acuerdos de no agresión postelectoral, la inyección de dinero privado en las campañas (en algunos países esto es legal), el desvío de fondos y muchas más. Bajo este primer sentido, la política es una práctica que inicia públicamente con las precampañas y culmina el día de la elección. En los periodos intermedios la política se reduciría a la grilla no pública al interior de los grupos por hacerse del apoyo para las siguientes precampañas. Así, las elecciones se consideran el paradigma de lo político dentro de una democracia. No obstante, considero que existen buenas razones para pensar que la política es mucho más que la lucha por el poder, y que la democracia electoral no es una condición necesaria para la democracia. Por ejemplo, David Van Reybrouck ha argumentado, desde un punto de vista histórico, que la democracia casi nunca ha estado ligada a la democracia electoral, y que la democracia ha sido y puede ser posible sin elecciones como las conocemos ahora. Por su parte, Hélène Landemore ha defendido opciones menos adversariales para decidir quién o quiénes nos gobiernan, como la lotocracia.

Incluso si no favorecemos opciones radicales, existe otro sentido del concepto política que deberíamos revitalizar: la práctica de resolver en conjunto problemas públicos. Es éste el sentido de la política relevante para nuestras vidas y que debería importarnos (y mucho). Para este tipo de política las campañas y las elecciones son secundarias. La política es justo lo que sucede cuando se gobierna y no cuando se aspira a gobernar. Bajo este sentido, una campaña política debería ser breve, debería estar enfocada en comunicar un proyecto de gobierno, las elecciones deberían espaciarse lo más posible en el tiempo, y la adversarialidad política se consideraría, en el mejor escenario, un mal necesario.

Nuestro voto, y más en una democracia joven como la nuestra, debería enfocarse en un proyecto de gobierno. La o el aspirante que no explicite el suyo queda claro que favorece el primer y no el segundo concepto de política, y no debería obtener el voto de nadie: lo suyo es el poder, no la política. Pero todavía más importante: nuestra vida política empieza, no termina, el día de una elección. Si somos animales políticos, como nos definió Aristóteles, es porque somos una especie que vive en grupos, y hay problemas que nos afectan a todas y todos. Hacemos política cuando nos involucramos en la vida social y en los problemas públicos, no sólo ni primordialmente cuando salimos a votar el día de una elección.

mgenso@gmail.com

 

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