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viernes, diciembre 5, 2025

Presente/ Esencias Viajeras 

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Una mañana cualquiera la llamé, disque por la aplicación digital de la computadora, el número de su casa; se escucharon por el altavoz dos llamados pausados, maquinales, de esos sonidos artificiales que están impregnados de algo doméstico, como si siempre hubieran estado ahí sonando, sonando, sonando, hasta que de pronto cesan abruptamente cuando alguien al otro lado pulsa un botón y acepta una llamada, admite la disposición a hablar, a comunicarse, a articular palabras, aunque algunas veces como esta, la conversación no se inicie con el ritual de los buenos días o el como te va.

A los dos segundos supe que algo andaba mal, y ahí dejaste caer un lamento lleno de ternura y desconsuelo; –Se murió mi coneja. No dijiste mas y yo enmudecí un tiempo, acompañando el duelo en un silencio telefónico compartido, después trate de darte torpemente algún ánimo momentáneo, charlamos varios minutos, ya no recuerdo de qué pero seguramente eran cosas triviales de la vida o absurdas como la muerte, en fin, te dije que te vería pronto. Al colgar la llamada un tono mecánico diferente al del principio invadió el espacio y con ese sonido todo tu cariño, tus cuidados, los años y tu amor de madre resonaron en el medio de mi pecho.

Hay veces que las cosas más pequeñas nos dan las más grandes lecciones, nos recuerdan la fragilidad de la vida, la fugacidad del momento, de la incertidumbre que es lo único cotidiano para quien se atreve a dejar las certezas en los cajones, en los discursos, en los libros sagrados. Ahí de pronto esta mujer nacida en mitad del siglo pasado, con sus vivencias a cuestas, con sus historias, alegrías y pérdidas, ahí esa mujer que algún día decidió por amor formar una familia, que no se hablando en los momentos duros, que madrugo para que no se nos viniera la noche, que me enseñó los primeros pasitos de la libertad, que siempre me dijo anda y nunca quédate, que me recibió en este mundo con un hermano maravilloso y con el padre que me tocaba, mujer de cantos y juegos para niños de guardería, con esfuerzo incansable para sacarnos adelante nunca empujada por el mandato de la sumisión o la norma sino impulsada por una fuerza extraña, sólida, a veces etérea, siempre presente y que algunos llaman amor. Ahora ahí la veía como una pequeña niña a la que se le muere su mascota por primera vez. Esa vez en la que descubres –o intuyes- que literalmente de un día a otro algo se pierde, se va, deja de estar aquí y solo nos quedamos con una pregunta, esa que cada uno se hace y que generalmente solo uno puede responderse. Ahí tal vez también ella sintió algo profundo y quedó en medio del pecho, no sé, no he querido averiguarlo. Hay cosas que no se hablan con palabras, se dicen con los chilaquiles, con el chisme familiar, en qué libro estás leyendo, en el postre, en el café de algunas tardes, en un abrazo, en una bendición.

¿Hay algo que le puedas enseñar a quien te ha parido, algo que los años no le hayan develado antes que a ti, o es tan solo que cada uno vivimos experiencias diferentes y estamos para enseñarnos y aprender mutuamente? Es complejo escribir de alguien quien si su vital participación en tu vida –textualmente- no estarías en este universo, que dentro de su cuerpo se desató el Big Bang que ahora te tiene aquí en este maravilloso lugar, alguien que te dio el primer abrazo, las nacientes bienvenidas a esta creación, que te tomo de la mano fuerte aquella vez y también muchas más, que te llevó y te trajo, que te dio ejemplo, que se desveló por ti y que cuidó de ti, que te alivió el dolor por caer en bicicleta, por los raspones que vendrían, que se alegró con tus alegrías, que te acompaña en cada paso, aun cuando esos pasos te alejan pero que desafiando toda ley física nos acercan más.

La vida de mi madre -como la de todos- pudo estar fragmentada en decenas de decisiones, de pequeñas acciones -no pocas- que han hecho de uno u otro modo que ahora me encuentre en esta máquina de escribir tratando de regalarle algunas palabras de tinta negra sobre papel periódico.

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