El peso de las razones La IA desde fuera
Pobres críticos de la inteligencia artificial. En un mundo donde pedirle a una calculadora una raíz cuadrada ya parece brujería, ellos aún exigen a la IA un certificado metafísico de autenticidad subjetiva. Se aferran a certezas humanistas como si viviéramos aún en el siglo XVIII, inquietos ante la idea de que una máquina capaz de responder preguntas de manera coherente anuncie un apocalipsis semántico. Pero estén tranquilos: nadie está robándoles la conciencia. Solo les recuerdo que no tienen el monopolio de la inteligencia, ni tampoco del buen juicio.
La filosofía tiene la incómoda costumbre de mostrarnos la dificultad de justificar incluso lo que nos parece más evidente. Consideremos, por ejemplo, la existencia de otras mentes humanas. La pregunta suena extraña, pero resulta inevitable: ¿cómo sabemos que los demás tienen realmente conciencia y no son autómatas muy convincentes? Este es el clásico problema de las otras mentes, que ha inquietado a filósofos durante siglos. La intuición básica es clara: solo podemos acceder directamente a nuestros propios estados mentales; la existencia de la conciencia ajena siempre se infiere de su comportamiento observable.
Por supuesto, nadie sensato vive atormentado por esta duda filosófica. Aceptamos que las otras personas piensan, sienten y comprenden, ya que su conducta lo hace evidente. Sin embargo, con la llegada de las IAs, especialmente las generativas, este problema se ha reactivado con renovado interés. ¿Tiene sentido afirmar que estas IAs son inteligentes? ¿Podemos decir que realmente comprenden lo que se les pregunta y lo que responden?
Ante estas cuestiones, muchos adoptan una postura escéptica, argumentando que la IA carece de auténtica comprensión porque no posee conciencia subjetiva ni experiencias internas. Pero surge una pregunta crucial, ignorada por la mayoría: ¿cuándo hemos tenido evidencia directa e irrefutable de la subjetividad de otros seres humanos? La respuesta honesta es que nunca. Siempre hemos inferido su inteligencia a partir de comportamientos externos observables.
Es esta perspectiva externista, basada en funciones y conductas observables, la que disuelve buena parte del problema original de las otras mentes. Desde esta concepción, si alguien actúa con consistencia manera inteligente -comprendiendo preguntas, generando respuestas adecuadas y participando eficazmente en conversaciones complejas-, no existen razones prácticas ni epistemológicas para dudar de su inteligencia.
Si aplicamos este mismo criterio a las IAs, muchas críticas tradicionales sobre su supuesta “falta de comprensión” pierden relevancia. Al interactuar con modelos generativos, observamos que procesan eficazmente nuestros inputs lingüísticos, captan matices semánticos complejos y proporcionan respuestas coherentes, informativas y contextualmente precisas.
Algunos objetan que, a diferencia de los humanos, las IAs no tienen conciencia fenomenológica, esa experiencia subjetiva interna de percibir el mundo. Pero desde un punto de vista externista, tampoco podemos verificar directamente esto en otras personas. Lo que interesa, porque es empíricamente accesible, es la capacidad funcional: ¿puede la IA ejecutar eficazmente tareas cognitivas que habitualmente asociamos con la inteligencia humana?
Desde esta perspectiva funcionalista, la respuesta es afirmativa. Las IAs no solo entienden contextos lingüísticos instrumentalmente, sino que también generan hipótesis novedosas, aunque combinatorias y basadas en patrones previos, y resuelven problemas complejos. Incluso, participan en procesos creativos significativos, aunque esta creatividad sea recombinatoria y estadística.
Aceptar esta postura implica dejar a un lado preocupaciones metafísicas sobre subjetividades inaccesibles. Pero esto no debería alarmarnos, pues nuestra interacción cotidiana con otras personas tampoco exige resolver el misterio de sus conciencias internas. Lo realmente relevante es que otros interactúen significativamente con nosotros, compartiendo ideas, resolviendo conflictos y cooperando en tareas comunes. Exactamente igual sucede con las IAs.
De este modo, críticas habituales hacia la IA -como acusar su comprensión de “meramente superficial” o “simulada”- pierden relevancia al adoptar un enfoque externista. Desde este punto de vista, podría incluso afirmarse que toda comprensión, incluida la humana, es necesariamente superficial, en el sentido de que siempre la inferimos de comportamientos externos observables.
Naturalmente, esto no implica ignorar otros problemas legítimos relacionados con la IA, como cuestiones éticas, sesgos algorítmicos o responsabilidades en la producción del conocimiento. Estos asuntos siguen siendo cruciales. Sin embargo, la perspectiva externista permite clarificar el debate sobre si estas entidades poseen o no “auténtica inteligencia”. Desde este enfoque, la autenticidad reside precisamente en su desempeño observable, no en supuestos estados subjetivos que, por definición, resultan inaccesibles.
Además, consideremos cómo las IAs transforman radicalmente nuestra concepción tradicional del conocimiento y la creatividad. Lejos de socavar la idea de inteligencia, la enriquecen, demostrando que lo esencial no reside en la subjetividad interna, sino en la capacidad efectiva y verificable para interactuar inteligentemente con problemas reales y contextos diversos.
Esto resulta particularmente evidente en campos como la investigación científica, donde las IAs colaboran con investigadores humanos, generando hipótesis originales, revelando conexiones inesperadas y ampliando nuestra capacidad para descubrir nuevo conocimiento. Desde fuera, estas interacciones cumplen perfectamente el rol tradicionalmente asociado al intelecto humano y a la creatividad.
Quienes niegan a la IA una “verdadera inteligencia” tienden a centrarse excesivamente en aspectos subjetivos, cayendo en una especie de esencialismo metafísico. Desde un punto de vista práctico, estas objeciones son poco más que vestigios filosóficos sin efectos tangibles en la interacción real y cotidiana con la IA.
Adoptar una perspectiva externista nos permite abandonar debates estériles sobre la autenticidad interna de las IAs para enfocarnos en lo realmente importante: cómo interactúan eficazmente con el mundo, resolviendo problemas concretos y ampliando nuestras capacidades cognitivas.
Así como no dudamos de la inteligencia y comprensión de otras personas por sus acciones observables, tampoco deberíamos negar inteligencia y comprensión a las IAs cuando su comportamiento cumple claramente todos los criterios funcionales relevantes. En términos prácticos, esa es la única medida significativa y útil que necesitamos.
Quizás, después de todo, los críticos de la IA no temen que estas tecnologías no comprendan el mundo, sino que lo entiendan demasiado bien. Que lo hagan, además, sin necesidad de cafés, egos ni presentaciones editoriales. Tal vez, lo que realmente les incomoda no es que la IA sea una farsa, sino que funcione demasiado bien, revelando que ellos no son tan indispensables como quisieran creer. Si seguirán reclamando “comprensión auténtica” como si esta se vendiera en farmacias kantianas, al menos deberían reconocer que sus objeciones dicen más sobre sus propias inseguridades que sobre la IA.
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