Supongo que no soy el único que piensa en los hubieras de la actual elección presidencial: si hubiera sido Manlio Fabio Beltrones el candidato, tendríamos quizá un PRI competitivo; si hubiera sido Santiago Creel, tendríamos un PAN inteligente y si hubiera sido Marcelo Ebrard, un movimiento verdaderamente progresista. Quizá también habría sido una elección de altura, con más propuestas viables y menos demagogia. Tendríamos tres candidatos lo suficientemente aplastantes como para hundir por completo a Gabriel Quadri y evitar que el partido de Elba Esther Gordillo siguiera siendo mantenido con recursos públicos, que así no alcanzara ni su tres por ciento necesario.
Tenemos, en cambio, tres candidatos muy cuestionables, con trayectorias y errores distintos. Han sido unas campañas muy extenuantes para el país, pese a eso y, como ha escrito recientemente John Ackerman (“EPN y AMLO, la incertidumbre”, Proceso, 04-06-12, http://www.proceso.com.mx/?p=309692) se ha tenido un logro que, aunque pequeño, no debe desestimarse: no sabemos aún quién ganará. La elección no está definida de antemano, contrario a lo que parecía querer proyectarse desde el principio de las campañas, y a favor de uno de los candidatos. Esta incertidumbre es algo muy sano para nuestra democracia; significa que la competencia, a pesar del juego sucio, es una disputa genuina. Esto irremediablemente nos obliga a seguir avanzando y nutriendo a la democracia para que deje de ser “incipiente” y consolidarla. Y para ello hay algunos aspectos que considero esenciales:
Podemos empezar ejerciendo el voto de castigo. Tal vez no son los candidatos que nos merecemos, pero es lo que hay por ahora y, mientras llega esa elección ideal con aspirantes de primer mundo, votemos para después exigirle al ganador, sea cual sea, que rinda cuentas. El PRI ya tuvo muchas oportunidades para reformarse, ya ha demostrado con creces que no le interesa hacerlo, al contrario: su arcaica estructura se ha fortalecido y está dispuesto a todo con tal de obtener el poder de nuevo. El candidato Enrique Peña Nieto no sólo se ha visto incompetente en entornos no controlados; ha justificado el uso excesivo de la fuerza pública contra ciudadanos como un “derecho”, se le ha vinculado con hechos de corrupción (al igual que a varios gobernadores recientes de su mismo partido), y una no comprobada, pero sí muy posible relación con la televisora de mayor alcance nacional. Sobre todo, sus prácticas de campaña siguen siendo las del pasado: aprovecharse de la necesidad y la ignorancia de la gente, tratar a los votantes como retrasados.
Josefina Vázquez Mota, la candidata del PAN, continúa pregonando el seguir con la misma política de ofensiva ante el crimen organizado, una propuesta que ha demostrado no funcionar y que de inmediato la deja muy mal como opción; de hecho, la vuelve prácticamente descartable siendo que a muchos ha afectado la guerra contra el narco sin deberla ni temerla. No puede ser opción una política necia, en la que Estado ha dado muestras de no conocer de verdad a su enemigo, que ha dejado demasiados civiles inocentes muertos y desaparecidos, que ha provocado violencia cada vez más impredecible y atroz. Si la candidata sigue proponiendo continuar por el mismo camino sin rectificar, irremediablemente le caerá la factura del costo político.
Con Andrés Manuel López Obrador, del Movimiento Progresista, la relación es todavía más compleja. Ésta dice mucho de nosotros, por cierto; nos expone como una sociedad polarizada incapaz de ver claroscuros y sopesar matices. Amar u odiar a un candidato nos impide razonar el voto, tanto como creer que todos son iguales. Y el caso con AMLO es que se le idolatra o se le detesta, y desde luego no puede ser tan simple. Al menos para mí, no puede serlo.
En mi caso, voy a votar por él y creo que es lo mejor para la democracia mexicana que gane, primero por lo que ha propuesto. Como ciudadano eligiendo un candidato, considero que, al menos, cinco de sus diez puntos para transformar a México (http://www.youtube.com/watch?v=hB3u4qyhYYU&feature=related) son necesidades urgentes y legítimas. Creo apenas la mitad de lo que propone y, sin embargo, es muy necesario que se acaben los privilegios fiscales para las grandes empresas (privilegios que no tienen las pequeñas y medianas empresas, las que más empleos generan con menos inversión), combatir verdaderamente las prácticas monopólicas (las cuáles también golpean duramente a las PYMES sin tener éstas oportunidad alguna), que los altos sueldos para los funcionarios se acaben (gente que gana lo que casi nadie en México ganará nunca en su vida), que se fortalezca el sector energético (ya nadie quiere más gasolinazos), y alcanzar la soberanía alimentaria (que la canasta básica sea realmente accesible). Además, AMLO es un hombre honesto a quien no se le ha podido probar un solo acto de corrupción, es el único que ha propuesto desde hace meses a su gabinete; además, su insistencia por actuar pacífica y democráticamente es admirable por más que muchos ya estemos decepcionados de las instituciones; su postura ante la necesidad del bienestar social lo acerca más a la socialdemocracia que al socialismo chavista, al que siempre se le ha querido vincular; es el único que ha propuesto atender las causas de la violencia y la desigualdad, proyectando una política preventiva en estos dos aspectos; por último, está consciente de la urgencia de combatir la corrupción y sanear el sector público, algo que los otros candidatos han eludido.
La contraparte no puede ignorarse y si algo me inquieta del candidato son sus incongruencias: que no se oponga a la candidatura de Manuel Bartlett por el PT como si nada hubiera pasado en las elecciones de 1988, que no se haya pronunciado a favor de los derechos homosexuales y en cambio hable de ponerlos a referéndum cuando encabeza un movimiento “progresista”, que su discurso sobre el rescate de “valores” parezca una forma barata de atraer votantes, su teoría sobre la “mafia del poder” es irreal (como si Azcárraga y Slim pertenecieran al mismo grupo compacto), algunas de sus propuestas sí son populistas: los siete millones de nuevos empleos, el 100 por ciento de inscripción en todas las universidades, el regreso del tren; sin olvidar sus obstinadas aseveraciones sobre el fraude electoral de 2006, no contundentemente probado.
Con todo, algunas de las mejores razones para votar por AMLO y esperar que gane están fuera de él. De ahí también una acción más para consolidar nuestra democracia ante la opinión pública: es necesario que gane el candidato de las izquierdas para que deje de decirse que en México no hay democracia. Una vez que todas las facciones políticas hayan llegado a encabezar el Gobierno Federal, una vez que todos hayan tenido su oportunidad para gobernar, la alternancia política estaría completa, no habría excusa alguna para desconfiar de nuevo de las instituciones que tanto tiempo, esfuerzo y dinero nos han costado. Acaso sería el primer paso para el verdadero progreso democrático: que los partidos actuales se disolvieran poco a poco, perdiendo su registro conforme la desconfianza se generalizara entre los ciudadanos; que los siguientes partidos que surgieran, novedosos políticamente y visionarios ideológicamente, se acostumbraran a una ciudadanía informada y la trataran como tal, que se dirigieran a ella con respeto, sabiendo que de ella depende su existencia; que el voto nulo tuviera repercusión presupuestal sobre los partidos; que la consulta ciudadana y la revocación de mandato no sólo fueran posibles, sino algo cotidiano; que nuestra democracia dejara de ser representativa para ser una democracia directa: más parlamentaria que presidencial, para evitar el surgimiento de caudillos o villanos favoritos, sobre todo, para erradicar la tendencia de la gente al culto de la personalidad.
Pero mientras México se convierte en Suiza, hay algo que se puede hacer desde ahora, una acción más cercanamente posible y realizable para consolidar nuestra democracia: impedir la indeseable vuelta del PRI a Los Pinos. Quizá la más poderosa razón por la que muchos ciudadanos votarán por AMLO, los mismos que padecieron los abusos, la ignominia, el cinismo, la corrupción, la represión y las mentiras al PRI, y muchos jóvenes que, como yo mismo, no queremos que se instale el régimen del pasado, el mismo que se aprovechó de nuestros padres y abuelos. Un ejemplo de lo que podríamos padecer: como ya lo ha entendido y señalado Javier Sicilia (“El retorno del dinosaurio”, Proceso, 07-05-12, http://www.proceso.com.mx/?p=306749), con un gobierno priísta el combate al crimen organizado sería la excusa perfecta para reprimir, amedrentar y hasta desaparecer opositores, individuos incómodos o gente que sepa demasiado.
Muchos no queremos sufrir lo que otros vivieron, no deseamos que el país se hunda en una aciaga espiral de regresión. Para ello es preciso que el PRI no regrese y ojalá que en un futuro no muy lejano deje de existir. México ya no tiene tiempo de apelar al “más vale malo por conocido que bueno por conocer”; sé que eligiendo a AMLO no nos cambiará mucho la vida, votaré por él esperando que, si yo no, al menos que mis hijos y mis nietos vivan bajo una democracia eficaz. Insisto, es necesario que el PRI pierda y que su caída sea estrepitosa; no merece menos ese histórico enemigo de la democracia, de los derechos humanos y de la libertad de expresión.
Ahora nunca podremos saberlo, pero de haber elegido a AMLO en 2006 quizá nos habríamos ahorrado a los más de 60 mil muertos; no sabemos tampoco de lo que nos lamentaremos en 2018 de no haberlo elegido en esta ocasión y permitir que Peña Nieto llegue a la Presidencia; no sabemos de lo que nos arrepentiremos después, todo por no darle una oportunidad a otro proyecto de gobierno a causa de mitos y prejuicios.
Cuando ocurrió el incidente de Peña Nieto en la Feria Internacional del Libro, que todos recordaremos muy bien, el escritor Enrique Serna, en su cuenta de Facebook, escribió: “Ahora todos nos reímos de Peña Nieto, pero si llega al poder él es el que se va a reír de nosotros”. Tenemos la oportunidad de impedir un ominoso sexenio. Consolidemos la democracia. No permitamos que el PRI se vuelva a reír de nosotros.




