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viernes, diciembre 5, 2025

¡Mi reino por unas lentejas! / Minutas de la sal

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Las lentejas nos acompañan desde el Neolítico. Son de fácil cultivo y en distintas épocas alimentaron a los más desfavorecidos. Tienen la cualidad de poderse secar para alargar su vida y guisarlas cuando mejor convenga. De sus curiosidades podemos citar el Génesis 25:34 donde se narra cómo Jacob consiguió la primogenitura de su hermano Esaú a cambio de un plato de lentejas. La anécdota se ha transformado en alegoría. He aquí el texto del Antiguo Testamento:

En cierta ocasión, Esaú volvió exhausto del campo, mientras Jacob estaba preparando un guiso. Esaú dijo a Jacob: “Déjame comer un poco de esa comida rojiza, porque estoy extenuado”. Fue por eso que se dio a Esaú el nombre de Edóm. Pero Jacob le respondió: “Dame antes tu derecho de hijo primogénito”. “Me estoy muriendo”, dijo Esaú. “¿De qué me servirá ese derecho?”. Pero Jacob insistió: “Júramelo antes”. Él se lo juró y le vendió su derecho de hijo primogénito. Jacob le dio entonces pan y guiso de lentejas. Esaú comió y bebió; después se levantó y se fue. Así menospreció Esaú el derecho que le correspondía por ser el hijo primogénito”.

No entraré en un discusión teologal ni busco cuestionar los textos del Antiguo Testamento. Lo que sí es cierto y se nota en la lectura de estos pasajes es que Jacob era astuto. Sorprende a su hermano en un momento de flaqueza, urgido por cubrir sus necesidades básicas. No puedo repudiar a Esaú, conozco ese cansancio. Me asombra más y me perturba el cómo su hermano menor se atrevió a engañarlo de esa manera movido por la ambición. No hay sorpresa en esto, esta trama la hemos visto repetirse a lo largo de la historia. Y sigue en cartelera actual. En algún momento de su historia, Jacob teme ver a su hermano, espera represalias, porque seguro él las llevaría a cabo. Pero su hermano lo único que siente es gusto por verlo de nuevo. La bondad de Esaú nunca es tomada como ejemplo a seguir pues, repito, el mundo es de los Jacobs. Pero esto no viene al caso, yo venía a hablar sólo de lentejas.

No debe sorprendernos que el guiso citado en el pasaje sea rojo. Se puede tratar de lentejas coral, frecuentes en Palestina y Egipto. La gama de colores de esta leguminosa va desde los rojizos y terracotas pasando por los verdes y amarillos. Su tamaño varía, pero todas son buenas ante las enfermedades cardíacas ya que disminuyen los niveles de grasa y colesterol debido a su contenido de fibra y fitatos. Las lentejas son ricas en hierro y resultan una buena fuente de proteínas si se combinan con arroz. Brindan un alto contenido de vitaminas del grupo B que ayudan al buen funcionamiento del sistema nervioso. Son buena fuente de folato, el cual es transformado en ácido fólico por el organismo; éste evita los síntomas de depresión. Creo que por ello, en la antigua Roma, se servían lentejas en los funerales, costumbre tomada de los egipcios.

Pues será el sereno, pero yo sí vendería mi primogenitura por un plato de lentejas: guisadas con jitomate, caldosas, con tocino generoso y trocitos almidonosos de plátano macho y cuadritos de piña. Aunque bien mirado, mi primogenitura es falsa porque soy mujer. Históricamente no aplica. Me gustaría decir que la primogenitura es cosa del pasado, pero no es así. Sigue vigente en muchas culturas, incluso en la nuestra. Pero esto no viene al caso, yo venía a hablar sólo de lentejas.

Durante mucho tiempo las lentejas fueron plato de pobres. Pero hoy en día, en Italia, se comen en Año Nuevo como vía para asegurar la bonanza económica. La creencia tiene que ver con la forma de las lentejas, similar al de las monedas. Y su forma también ha dado pie a nombrar otras cosas. La palabra lenteja proviene del latín lenticula, diminutivo de lens, lentis. Los primeros vidrios de aumento, a finales del siglo XVII, por su forma similar a la de la lenteja, fueron bautizados como lentes. A lo que tiene forma de lenteja suele llamársele lenticular. Formas, colores y tamaños van bien en sopa, ensaladas, secas, frescas, germinadas o licuadas. Como sea.

Pero ahora que lo pienso, es curioso, yo tengo un hijo y una hija. Mi hija es la mayor. Me gusta pensar que tengo una primogénita y un primogénito. Me gusta imaginar que la gente preguntaría: ¿a ti que te tocó, primogénito o primogénita? Como quien pregunta ¿te gustan las lentejas con caldo o más sequitas? Claro, me gusta imaginar que la gente ya no buscará el hombrecito después de tener tres hijas ni celebrarán con un “qué suerte, te tocó varón”. Me gusta imaginar que todo el conflicto de género desaparece remojado, ahogado, como un pan en el plato de lentejas. Pero esto no viene al caso, yo venía a hablar sólo de lentejas.

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