Un suicidio más en Aguascalientes. Con celeridad fue cremada. La madre y algunas amigas, que conocían su historia de violencia, insisten en que no fue un suicidio, no fue por falta de dinero, no fue por una riña marital.
El análisis del suicidio, al menos para el diseño de políticas públicas, ha estado a cargo de la medicina y la psicología, ciencias que practican la taxonomía de lo sano y lo enfermo, lo correcto y lo incorrecto; pero es necesario el escrutinio científico de más disciplinas para la implementación de estrategias públicas de prevención. Aunque la muerte autoinfligida, como acto autónomo y consciente, debe ser respetada, por ejemplo, en el caso de la eutanasia como derecho a una vida digna antes de llegar a la precariedad final del cuerpo putrescible; lo cierto es que en otros contextos es un problema que no se dimensiona por la persona en un momento crítico, además de que implica una reducción de la fuerza laboral y de consumo, así como dificultades económicas y emocionales para familiares y amigos. Simplemente, de acuerdo a cifras del INEGI, con motivo del Día Mundial para la Prevención del Suicidio, se registraron más de cinco mil 500 suicidios en 2012.
Asumiendo el suicidio como problema, no basta considerar el estudio del pensamiento individual o las circunstancias biológicas que puedan avecinar en una persona la idea suicida, sino que también se deben realizar otros cuestionamientos que podrían no parecer tan evidentes. En ocasiones, los casos de muerte autoinfligida se divulgan a la sociedad argumentando los eventos previos más próximos al deceso de un individuo, lo cual llega a minimizar, ridiculizar, revictimizar y estigmatizar a los finados o a quienes han realizado algún intento suicida, como el haber recibido un regaño o la negación de un permiso en el caso de adolescentes. ¿Cuáles son las preguntas que no reflexionamos?
En algunas pláticas he preguntado, ¿qué pasaría si se analizara el suicidio bajo la Perspectiva de Género? Y no es sólo por implementarla, sino que existen cifras, experiencias y estudios que podrían abonar de manera benéfica a la recolección de datos, la impartición de justicia y el diseño de políticas públicas.
Retomando los datos más recientes del INEGI, el 80.6% de las muertes autoinfligidas fueron de hombres y el 19.4% de mujeres. Si consideramos este porcentaje que representa a los varones y que casi una cuarta parte del total de los suicidios fueron consumados por personas sin trabajo, vale la pena preguntar si el entorno en el que se desenvolvían los hombres ratificaba constantemente los valores que se le han asignado al rol masculino, como la proveeduría. ¿La presión por cumplir con el “deber ser hombre” habrá orillado a varios a quitarse la vida?
Por otra parte, organizaciones de la sociedad civil, en contacto con familiares y amistades de algunas mujeres que han sido contabilizadas como suicidas, han llegado a cuestionar y realizar investigaciones al ver la posibilidad de que los suicidios sean en realidad feminicidios: crímenes de odio contra el sexo femenino; pues se ha identificado una historia previa de violencia contra ellas; un “suicidio” improvisado, lo cual contradice múltiples estudios; evidencia fotográfica que no concuerda con las declaraciones, en su gran mayoría, de los esposos o novios; así como estudios post mortem que parecen haber sido realizados con premura; e incluso algunos casos sin análisis clínicos, sustentándose únicamente en las parejas declarantes.
De acuerdo a algunos estudios sobre la población no heterosexual, el 50% ha experimentado ideación suicida y cerca del 20% lo ha intentado, pero no existen datos confiables de que se hayan consumado dichos actos; ya que la información sólo ha podido recabarse al encuestar o entrevistar a personas que han aceptado su orientación o identidad sexual. Entre los más de cien suicidios de 2014 y los 69 del 2015 en Aguascalientes, ¿estará alguna persona que se hundió en el complejo proceso de autoaceptación y valoración ante una sociedad punitiva y discriminante? Sólo es una pregunta, a la cual no podría emitir respuesta, pero sería adecuado el reflexionar y diseñar algún tipo de instrumento para esclarecer esta duda al estudiar el fenómeno.
Más allá de parecer quejumbroso, estas letras son para incitar a la reflexionar, invitar a un mayor cuestionamiento y ampliar los horizontes para atender a un problema que, aunque siempre ha estado presente en la humanidad, debe ser prevenido en la medida en que se observa que es utilizado como un subterfugio y no como un derecho consciente de autonomía.
Aún sigo considerando que el suicidio es un acto libertario, que no debería ser criminalizado ni estigmatizado al ser una opción para preservar la dignidad de una persona consciente de sí y de su entorno, al momento de enfrentarse a una enfermedad terminal o una vejez mórbida. Pero, ¿hasta qué punto la sociedad y la violencia han impulsado el suicidio? Este texto no es un parteaguas, no presento ideas que no hayan sido atendidas por científicos sociales y académicos, pero al menos se ofrece al público algunas palabras que puedan hacerle cuestionar, accionar o al menos detenerse a pensar antes de señalar y decir ufanamente “la vida sólo dios la quita”, sin considerar que tal vez hemos sido parte de esa población, esa violencia, que tal vez haya presionado el suicidio o asesinato disfrazado de otro ser humano.
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