Pamela Churchill Harriman / Hombres (y mujeres) que no tuvieron monumento - LJA Aguascalientes
16/06/2024

 

“La historia de Pamela Digby Harriman es el puente que une la novela pasional del siglo dieciocho con su descendiente vulgar del siglo veinte, el best seller de aeropuerto”, así comenzaba el obituario que le dedicó The Guardian a Pamela Churchill Harriman. Menos complaciente, aunque quizá como un elogio, uno de sus muchos acompañantes, William Paley, dijo de ella que “es la cortesana más grande del siglo”. Y, las malas lenguas, sin reparos, dijeron de ella que era “una experta en los dormitorios de los hombres más ricos del mundo”.

Desde que hizo su aparición en sociedad en 1938 en el Palacio de Buckingham, ante el rey George VI, Pamela Digby mostró su habilidad para seducir a los hombres. Aunque no era muy hermosa, la hija menor del barón Edward Kenel Digby logró ser, durante sus 76 años de vida, el centro de atracción tanto en los salones de sociedad como en los círculos políticos de dos continentes, donde manejaba el poder con la misma facilidad con que lo hacía con los hombres”.

Desde su infancia Pamela estaba destinada a brillar en sociedad, hija de Edward Digby, Barón en Hampshire y tatarasobrina de la aventurera del siglo diecinueve y también cortesana, Jane Digby, viajera incesante. Pamela destacó más en la equitación que en los estudios compitiendo desde muy temprana edad con su poni favorito, Stardust, en los más prestigiosos concursos ecuestres internacionales, logrando entre otros éxitos completar una vuelta perfecta en el concurso internacional de Olympia.

Destina a vivir en el ancho mundo, a los diecisiete para perfeccionar su alemán fue enviada a Alemania donde llegaría a participar del círculo de Adolfo Hitler al que le presentó Unity Mitford. A los pocos años, Pamela apareció de nuevo en París, donde se dedicaba más a la vida social que a los estudios en la Sorbona donde se había matriculado. En 1937 regresó a Inglaterra donde comenzó a trabajar como traductora del francés en el ministerio de asuntos exteriores.

Fue en su trabajo donde conocería a su primer marido, Randolph Churchill, hijo del primer ministro británico que le propuso matrimonio el mismo día en que se conocieron y que, tras un brevísimo noviazgo, se consumaría el cuatro de octubre. Su primer hijo se llamó Winston en honor a su abuelo y el bebé y Pamela se convertirían, gracias a la lente de Cecil Beaton, en la primera portada de madre e hijo en la revista Life. Puede que por las enormes deudas de juego de Randolph o por el hecho de que Pamela no ocultara su aventura con W. Averel Harriman el matrimonio se vino abajo aunque el motivo que alegaron fue que él había abandonado el hogar tres años. Años después, con Pamela convertida al catolicismo, logró una nulidad matrimonial.

La lista de sus amistades, por llamarlas de una manera delicada, constituye un perfecto quién-es-quién de la riqueza y el poder de la Europa, y no sólo de Europa, del siglo veinte. W. Averell Harriman, Edward R. Murrow, John Hay “Jock” Whitney, el príncipe Aly Khan, Alfonso de Portago, Gianni Agnelli, o el Barón Elie de Rothschild. Su gran habilidad, y en eso coinciden sus biógrafos y sus detractores, era la atención especial que ponía a cada detalle, cena, ropa, fiestas, haciendo que quien estuviera con ella se sintiera más que perfectamente satisfecho.

Tras el divorcio de Randolph comenzó en París su aventura de cinco años con uno de los hombres más ricos del mundo, el empresario Gianni Agnelli que se complicó en 1952 cuando lo encontró en la cama con otra de las grandes cortesanas del siglo XX, Anne-Marie d’Estainville aunque aún encontraría tiempo para cuidarlo, como a un rey, cuando él se rompió la pierna en un accidente de coche junto a su nueva amante. El embarazo de la princesa Marella Caracciolo di Castagneto y Agnelli fue lo que puso fin a su relación.

A pesar de que él estaba casado, Pamela y el Barón Rothschild no hicieron nada para ocultar su breve pero intenso amor que fue recompensado con viñedos en Francia y tutores privados, los mejores del mundo, en historia del arte. Maurice Druon, escritor, tal vez fue el único pobre de todas las relaciones sentimentales de Pamela que anduvo un tiempo con él entre el barón y empresario naviero Stavros Niarchos.


Su segundo marido, en un matrimonio que sorprendentemente finalizaría con la muerte del cónyuge y no con un abandono o un engaño, fue con el productor musical Leland Hayward en una vida repleta de lujos entre su exquisito apartamento en Nueva York y su enorme casa de campo en Westchester, “Haywire”, precisamente el título de las rencorosas y ácidas memorias de su hijastra.

Pamela, tras su viudez, buscó a uno de sus antiguos amantes, W. Averell Harriman, heredero de uno de los más grandes emporios ferrocarrileros usamericanos, junto al cual comenzó una carrera en el partido demócrata y en la diplomacia, ya una vez nacionalizada ciudadana estadounidense. A partir de 1993, Pamela fue la embajadora usamericana en un París que había cambiado, aunque no tanto, que ella conocía perfectamente y con el que seguía manteniendo lazos basados en el poder y el dinero.

Pamela sufrió una hemorragia cerebral mientras nadaba, como era su costumbre matutina, en la piscina del hotel Ritz en París. Sobre su ataúd el mismo presidente de Francia Jacques Chirac depositó la gran cruz de la Legión de Honor, el más alto galardón para un extranjero en Francia. El presidente Clinton mandó al propio avión presidencial a trasladar su cadáver a su patria de adopción y pronunció unas palabras en su servicio funerario. Ni en ese ni en ningún otro de los discursos de ese día se habló de su pasado amoroso.


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