En materia electoral, las encuestas se han convertido en una herramienta esencial. Antes de proseguir me detengo un momento para hacer una analogía acerca de las herramientas con un caso acontecido hace algunos años. En una institución educativa sucedió un conflicto entre alumnos que terminaron liándose a golpes. Esta situación, que se daba en mis tiempos de escolar y que seguramente se sigue dando ahora, tuvo un ingrediente adicional: en plena efervescencia de los teléfonos celulares con cámara de video, la pelea fue grabada, volviéndose uno de los primeros videos virales de los que tengo razón, siendo distribuido en las incipientes redes sociales que existían en aquel momento.
Esa anécdota que, insisto, sucedió hace algún tiempo, provocó que se alzaran algunas voces, entre ellas la de una asociación, cuya dirigencia recriminó a los padres de familia por permitir el uso del celular en las escuelas. No es el caso discutir si los menores entre los seis y los doce años pueden poseer un teléfono a esas edades durante su estancia en la escuela, sino reflexionar sobre el concepto de herramienta.
A mi juicio, aquella desafortunada declaración lo fue en dos sentidos, en primer lugar normalizó la violencia, pues el reclamo no se hizo profundizando en las causas. Lo importante, según, no era si dos chamacos se habían peleado, sino que otro tuvo la indecencia de grabarlos. Es decir, pareciera que mientras no se difundiera, no habría problema que dos personas en formación dirimieran sus controversias a golpes. En segundo lugar, la declaración aquella instaba a los padres a que prohibieran a sus hijos el uso del celular.
A veces imagino el supuesto en el que mi hijo o hija necesitarían de un teléfono celular a su corta edad y concluyo que lo único que lo justificaría sería comunicar una emergencia. Yo no soy quien para manifestar mi aprobación o rechazo sobre lo que hay que hacer en el fuero interno y, como señalaba, el comentario viene a colación sobre el uso de las herramientas. No se trata de prohibir el uso de una herramienta sino de saberla usar. Si le diera un celular a mi hija o a mi hijo, lo primero que tendríamos que acordar sería la forma de usarlo. Regla uno, no puedes contestar ninguna llamada a menos que sea de alguno de los números telefónicos que están guardados en el directorio (obviamente sólo guardaríamos números de familiares cercanos); regla dos, sólo puedes utilizarlo cuando la emergencia sea tal que la maestra no te pueda auxiliar. Y reforzar en todo momento los supuestos en que se pueda utilizar.
Las herramientas, pues, en sí mismas no son buenas ni son malas, sino que van a depender del contexto en el que se utilicen. Nadie en su sano juicio podrá negar la valía de un cuchillo en la cocina para cortar trozos de carne y, sin embargo, si el mismo cuchillo es utilizado para dañar al prójimo, por supuesto que lo hará. Todo está en función, entonces, de cómo se utiliza.
Volviendo al tema que nos ocupa, las encuestas en materia electoral, insisto, se han convertido en una herramienta esencial. Y como herramienta que es puede ser utilizada para bien o para mal. Cuando un medio de comunicación, a través de un estudio elaborado científicamente, expone los resultados obtenidos de un ejercicio muestral, abona a que los usuarios del medio vayan formando opinión y en una de esas hasta tomando decisión. La labor de divulgación de los candidatos es esencial para el desarrollo democrático dentro del proceso electoral. ¿Qué pasa si el estudio carece del rigor necesario para determinar un resultado válido? Que entonces la percepción será deformada y no se cumple el objetivo. De ahí la responsabilidad, del medio de publicar verazmente, y del consumidor de la información, de saber distinguir la información producto de un estudio serio.
No hay que olvidar que la encuesta no vaticina resultados. No habla en futuro, sino en un hipotético presente, tan efímero que se transforma inmediatamente en pasado. Lo que la encuesta muestra es la respuesta a una pregunta, o a una serie de ellas, en un tiempo y espacio determinado. Esa opinión puede cambiar por múltiples factores, que van desde la sinceridad al responder, hasta la imposibilidad de tener absoluta certeza sobre lo que sucederá el día de mañana. Ante la pregunta típica de ¿si hoy fueran las elecciones, por cuál partido votaría? La respuesta del entrevistado pudiera ser cualquiera, con total convicción o sin ella. Y esa suma de respuestas es la que se transforma en resultados en un aquí y un ahora.
¿Después? No sabemos lo que pasará. El respondiente podrá ir o no a votar el día de la jornada, podrá cambiar incluso de último momento su decisión, trastocando con ello los resultados de cualquier encuesta. Por eso, no hay que olvidar que estos ejercicios muestrales no son la panacea, son una herramienta que puede ser bien o mal usada. Finalmente, el 2 de junio, tendrá lugar la encuesta final de este proceso electoral, y ahí sí, los resultados emanados de ella serán los únicos válidos para conocer a las próximas autoridades.
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