Estamos ante un estado de emergencia sanitario, de eso que no quede ninguna duda. Decir que esta contingencia afectará en mayor medida a las clases sociales no privilegiadas es señalar lo obvio, pero parece que hay que hacerlo.
Tenemos que reconocer que en el aislamiento social como medida preventiva es necesaria, y quienes puedan recluirse en casa deben hacerlo, por el propio bien y por el bien común, sin embargo, no estamos hablando de cuáles son las alternativas que existe para que toda la población pueda adoptarlas sin que eso signifique perder el empleo, cerrar los negocios familiares o dejar en exclusivamente en manos de las mujeres el papel de cuidadoras de infantes cuyos tutores tienen que salir a trabajar. Para empezar ¿alguien está pensando en dichas alternativas?
La diferencia entre clases altas, medias y bajas no va a entrar en cuarentena o en una temporada de inactividad, por el contrario, ahora es cuándo podemos observar que esas diferencias existen y condicionan quienes sobrevivirán, pienso mucho en el análisis que ha hecho Butler sobre cómo hay vidas que importan y otras vidas que no, las que no importan socialmente ya están condenadas, aquellas más vulneradas serán las que padecerán con mayor crudeza esta pandemia; habrá quien se queje del aburrimiento provocado por quedarse en casa, y habrá quien se preocupe por no tener el ingreso suficiente para poder comer los días o semanas que no sea posible salir a trabajar.
La ausencia del estado y de la figura presidencial ante esta fase de emergencia no solo aminora la percepción social sobre el peligro que existe, también reproduce la necropolítica, una política de muerte que ya ha determinado quienes morirá y de que formas. No estoy diciendo (o tal vez sí) que el Estado ha decidido previamente quienes morirán sin que importe durante esta contingencia, pero sí ha permitido y generado las condiciones de desigualdad para que sobrevivir esté condicionado por la clase social: el empleo informal, la subcontratación, la falta de derechos laborales y la ineficiencia del sistema de salud ya existía desde antes de la presencia de este virus.
Esta crisis es una oportunidad para cuestionar y exigir al Estado, queda claro que no a este no le interesa proteger la vida, al menos no todas. Es también un momento que puede servir para la reflexión colectiva acerca de que los problemas estructurales no se resuelven con acciones individuales, el Estado tiene obligaciones y tendríamos que estar exigiendo que ponga su atención y recursos en afrontar esta crisis y no haciendo rifas, trenes y demás banalidades. De nada va a servir que el personal médico y de enfermería ponga toda su vocación si no cuenta con los insumos y los protocolos necesarios para realizar su labor de manera eficiente y segura, de nada va a servir estar en casa tratando de protegernos del virus cuando los espacios en los que habitamos no son dignos y van acabar afectando la salud mental.
Tampoco vamos a lograr mucho poniendo nuestras necesidades personales sobre la de los otros; de nada sirve que nos desinfectemos las manos si estamos provocando desabastecimiento de productos de higiene personal y de limpieza. Esta fase debe llevarnos a cuestionar las condiciones sociales y económicas en las que vivimos, pero también requerirá que podamos ver más allá de nuestras narices.
La diferencia de clases no va a entrar en cuarentena, parece que el egoísmo tampoco.
@KarinaPizarnik




