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domingo, diciembre 21, 2025

Debates y argumentos/ El peso de las razones 

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Se ha usado estos días como paradigma del nivel de nuestra cultura política el debate entre Trump y Biden. Una cultura en la que en las discusiones, diálogos, debates y conversaciones no se presentan argumentos, se interrumpe de manera constante a los interlocutores, se ataca a la persona y no a lo que dice, y en la que la política se encuentra tan polarizada que resulta imposible desterrar de ella al antagonismo y la incivilidad.

El nivel de nuestra cultura política es bajo. Es innegable y cierto. Hemos alcanzado, quizá, nuevos mínimos. Pero dudo también que tengamos un diagnóstico claro de lo que está sucediendo. Para realizarlo, antes que nada, necesitamos un marco teórico, aunque sea suficientemente básico, para realizar evaluaciones sistemáticas y proponer soluciones posibles y relevantes. En lo que sigue sólo dibujaré con trazos gruesos dicho marco.

Es mediante el uso del lenguaje como los animales humanos tratamos de resolver de manera lo menos violenta posible nuestros conflictos y desacuerdos. Así, podemos decir que es argumentando como tratamos de dar respuesta al disenso de manera pacífica.

Argumentar es una práctica. Tiene innumerables elementos que es posible evaluar: los argumentos mismos, la actitud de quienes argumentan, los resultados a los que llegan argumentando, así como partes relevantes del contexto en el que lo hacen.

Para que una argumentación sea tal (y no una simple discusión, por ejemplo), una condición necesaria es que se presenten argumentos. Los argumentos son los que definen que un intercambio comunicativo sea uno argumentativo. Los argumentos son, en términos muy generales, productos del intercambio argumentativo: conjuntos de enunciados en los cuales algunos enunciados son las conclusiones y otros las razones que apoyan dichas conclusiones. Así, podemos evaluar, primero que nada, si un intercambio comunicativo es argumentativo buscando si se han presentado argumentos. Si éstos se han presentado, en segundo lugar, podemos evaluar si las razones que se han ofrecido en favor de las conclusiones son verdaderas o falsas. Incluso si la conclusión defendida es verdadera, un argumento sería malo si las razones ofrecidas en su favor son falsas. En tercer lugar, tenemos que evaluar si las razones son relevantes para la conclusión. Muchas veces las razones que brindo en favor de una conclusión no están conectadas de manera adecuada con ella: no vienen al caso, por ejemplo. Y hasta aquí con los argumentos.

También, hemos dicho que podemos evaluar a quienes argumentan. Podemos señalar que han sido empáticos, falibilistas, humildes, atentos, caritativos…, o que han sido tercos, necios, soberbios, desatentos, agresivos…Las actitudes de quienes se embarcan en un intercambio argumentativo pueden trastocar la meta de la argumentación concreta en la que participan.

Así, también podemos evaluar los resultados de la argumentación. ¿Han convencido mis argumentos a mi interlocutor? ¿He dejado claro mi punto? ¿He cambiado de opinión después de escuchar con atención contraargumentos? Está claro que el resultado de una argumentación nunca está en control total de sus participantes, pero a veces se echa a perder por ellos o por lo que dicen.

Por último, podemos evaluar partes del contexto. Por ejemplo, ¿se han dado por supuestas cosas que debían ser discutidas? ¿Se va hacia delante o hacia atrás en el debate? ¿Se detiene constantemente la discusión por malentendidos? Y, principalmente, ¿se actúa después del mismo de manera consistente con el resultado?

Si hacemos una evaluación, a partir de este breve mapa, del debate entre Trump y Biden el saldo es negativo y preocupante. De inicio, resulta complejo calificarlo siquiera de intercambio argumentativo. Nuestra cultura política requiere de argumentos, buenos argumentos y buenas y buenos argumentadores. El panorama no es nada halagüeño. 

 

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