En 1781 se publicó uno de los libros más famosos de filosofía moral, La fundamentación de la metafísica de las costumbres, escrito por el célebre filósofo alemán Emmanuel Kant. Lo que este ilustre pensador quiso mostrar en su obra es que la moral no se fundamenta en las normas elaboradas por las personas para regir la conducta, sino en unos criterios que van más allá de la mera convención social y estos son universales. Para comprender esto tenemos que entender primero que la moral es un conjunto de normas que rigen la conducta de una comunidad humana, y esta puede ser muy pequeña, como el núcleo familiar, amplia como para una región o muy amplia como para un país, ejemplo de esto es la Constitución que rige en una nación. En cada conjunto de normas morales puede haber semejanzas en ciertas prohibiciones o beneficios, pero su comprensión y aplicación varía dependiendo del grupo. Por ejemplo, habrá ciertas cosas que en el núcleo familiar no se prohíben, como las palabras altisonantes, pero sí en muchos otros lugares como las escuelas, centros laborales y de culto. La razón de esto pudiera ser que en la casa no se emplean para ofender, sino como una expresión comunicativa sin más, pero en otros espacios, como los señalados, pueden interpretarse como ofensivas y, por lo tanto, se prohíben y sancionan. Sirva de ejemplo la palabra que se grita en los estadios de futbol cuando el portero hace un saque de meta, y que ha causado un escándalo mundial, pues, mientras para la idiosincrasia del mexicano es algo simpático con un mero afán “bromístico”, dicha palabra –que no escribo para evitar ser vetado en este espacio o por un organismo mundial, además porque supongo que usted lector sabe de cuál se trata– gritada por una multitud en un estadio ha sido tomada en su sentido literal por la FIFA y por tanto como una expresión homofóbica lasciva con la que se agrede a la persona.
En fin, para no extenderme más, lo que quiero mostrar es que las normas morales pueden prestarse a “libre interpretación” y hasta “libre práctica” lo que permite su manipulación, su incumplimiento o rompimiento. Es por ello que Kant elaboró un conjunto de Imperativos categóricos que fundamentan la moral en criterios que están más allá de la mera convención social y por ello mismo son universales. El primero de ellos indica lo siguiente: “Obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal” (AA IV:421). Esto significa que una acción moral debe estar guiada por una evaluación previa del actuar, ya que con éste puede beneficiar o perjudicar a sí mismo y a otros; por ejemplo, existe la convención social de formar una fila para recibir una atención y respetar un orden, pero si alguien no lo respeta y se mete, entonces esa persona acepta que eso es válido y que cualquiera puede hacerlo, lo que deriva en un rompimiento del orden y, por tanto, un desorden. Esto lo vemos, vivimos y padecemos de manera recurrente en nuestro país, recientemente con el asunto de la vacunación, pues hubo quienes no respetaron las indicaciones en la filas y actuaron de forma gandalla, sin pensar que con sus acciones faltaban al respeto a muchas personas y a la ley misma. El imperativo en este caso debe hacer pensar previamente a la persona que si no cumple con la ley y la viola, entonces autoriza a que cualquiera pueda romperla, lo que conllevaría a vivir en un mundo regido por el anarquismo. Es por esa razón que la persona consciente sabe que el bien no está en el mero cumplimiento de la ley convencional, sino en un bien mayor con el que se beneficia él y otras personas. El segundo imperativo indica algo muy parecido al anterior “Obra como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, ley universal de la naturaleza” (AA IV:421). La diferencia es que pasa del mero acto reflexivo a la acción voluntaria, es decir, no por miedo a una posible sanción o por interés de recibir algo a cambio, sino como algo de lo que se está convencido que conduce al bien personal y comunitario. El tercer imperativo señala “Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio” (AA IV:429). Lo que significa que trates a los demás como quieres que ellos te traten a ti.
Decidí empezar este artículo apoyándome en estos criterios kantianos para aplicarlos a una situación que estamos padeciendo las personas que vivimos en la zona norte de esta ciudad, producto de las obras de ingeniería realizadas sobre segundo anillo, las cuales han puesto al descubierto la grotesca falta de cultura cívica de algunos infames conductores y conductoras en la tierra de la “gente buena”, pues de manera por demás arbitraria no toman su respectivo lugar en la fila de autos, sino que sucia y groseramente usan los carriles adjuntos para meterse en la fila sin respeto alguno, lo que provoca un mayor caos vehicular, pues su acción entorpece el flujo vehicular constante y la agilidad de éste; ¡Ah! pero no se atreva usted a negarles el paso porque le avientan la lámina, le recuerdan a su progenitora y se hacen los ofendidos, los agraviados, ¡la víctima! En otros casos lo encaran como si usted (el que ha estado ordenadamente formado esperando paciente y educadamente) fuera un incivilizado, un desadaptado, un cu*&% por no dejarlo pasar. Usted, el decente que defiende su lugar, es el que está mal por no ceder el paso a esas bestias incivilizadas.
Estimado lector, no sé en que caso se encuentre usted; si es en el que respeta el orden de paso para fomentar el Bien, lo invito a que siga haciéndolo, está cumpliendo de manera adecuada con los imperativos kantianos; si está en el caso contrario, lo exhorto a que piense que el tiempo de todos es valioso y no sólo el suyo, que si usted no respeta no espere que los demás lo respeten, y sea consciente de ello como lo indica el imperativo, pues si usted no respeta autoriza de manera universal a que nadie lo respete, así es que no se ofenda si le avientan la lámina.




