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viernes, diciembre 5, 2025

La 4T: ante la arrogancia y la impotencia/ Bravuconadas 

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 Al 1º de febrero de este aventajado 2022, la auto llamada Cuarta Transformación o 4T cumplieron 41 meses de haber arribado al poder político en México, sí tomamos como punto de partida la instalación de las mayorías legislativas del Movimiento de Regeneración Nacional y sus aliados el 1º de septiembre de 2018 y la posterior toma de protesta como el presidente 85 del país, según la cuenta del periodista zacatecano Gerardo de Ávila, de Andrés Manuel López Obrador.

A su arribo al gobierno la 4T se vio comprometida a cumplir sus enormes promesas de campaña, a saber: 1. Se acabaría la corrupción, bajo el entendido de que sí el presidente es honesto, todos los funcionarios serán honestos, lo que generaría ahorros por 500 mmdp, y se acabaría el influyentismo para amigos y familiares; 2. Con la estrategia de “abrazos, no balazos”, desde el primer día del gobierno lopezobradorista, los malosos dejarían las armas y las cambiarían por el tractor o un trabajo legítimo, eso reduciría drásticamente la violencia que aqueja al país y distorsiona la paz y tranquilidad de la población; 3. Se mejorarían los servicios de salud pública, hasta alcanzar los niveles de Dinamarca o Canadá, y se garantizarían los medicamentos gratuitos para todas y todos los mexicanos; 4. No se endeudaría más al país, no se gastará más de lo que ingrese a la hacienda pública; 5. Se implementaría un nuevo modelo económico y el Estado se ocuparía de combatir las desigualdades sociales… y así…

Es innegable que “prometer no empobrece, cumplir es lo que aniquila…”, de este modo, tras 12 años de construir el discurso de la promesa electoral, la 4T y su emblemático líder, cautivaron el enojo, la frustración y el desencanto acumulado de lustros de una ciudadanía noble y comprometida con el día a día de un gran país, y que ese 2018 decidió dar un giro y creer en la oferta de los “diferentes”, los indefinibles del movimiento guinda y esa ensalada de partidos políticos sin ideología o proyectos de nación. Casi 31 millones de mexicanos dieron un golpe de timón y encumbraron a esos nuevos (?) políticos que ofrecieron miel y leche para su futuro inmediato.

Es entendible la necesidad de la esperanza de la ciudadanía respecto a la posibilidad de mejorar la forma y la práctica del gobierno del país, echar de golpe la corrupción, meter a los funcionarios ladrones a la cárcel; acabar con la violencia en las ciudades y el campo, detener el miedo cotidiano; contar con un mejor servicio de salud para las familias, de calidad y suficiencia de medicamentos, ah, y gratuitos; tener un empleo digno y bien remunerado, con una economía regulada e incluyente, con una posibilidad de crecimiento seguro y confiable; que la pobreza social disminuyera progresivamente, elevar la calidad de vida de todos, con mejores servicios e infraestructura. Así empezó la aventura cuatrotera y la luna de miel con sus creyentes seguidores, hace 41 meses.

Pronto la fiera realidad empezó a hacer de las suyas, y se puso exigente con la 4T, no negó la posibilidad de hacer efectivas sus propuestas y proyectos, sólo le exigió algunas condiciones, difícil como es siempre. Seriedad en el trabajo de gobierno, profesionalismo en sus ejecutores, respeto a las leyes y las instituciones, trabajo pues. En este punto, el gobierno de la 4T empezó a batallar. Trabajar le resultó complicado, acostumbrada al discurso y la construcción de imágenes e ilusiones a priori, pronto se percató que gobernar tenía cierto grado de exigencia, de dificultad, que no bastaba con ser 90% honestos y leales y 10% capaces. Los caminos no se hacían con puro sudor y afán de progreso, se requerían ingenieros y arquitectos profesionales. Tampoco mejoraron los servicios de salud combatiendo la corrupción de los laboratorios y distribuidores de medicamentos y artículos para las clínicas y hospitales, ni eliminando el Seguro Popular y sustituirlo con una entelequia como el Instituto de Salud para el Bienestar a manos de un antropólogo (¡!).

El crecimiento y desarrollo del país en lo económico, estaba condicionado a una clara y efectiva estrategia que, a través de la confianza en el Estado de Derecho, atrajera inversiones nacionales y extranjeras, creara empleos suficientes y bien remunerados, ampliara la base de contribuyentes y mejorara la recaudación fiscal de manera justa. Las grandes empresas del Estado como PEMEX y la CFE alcanzaran niveles de eficiencia y eficacia, y les rindieran frutos a los mexicanos.

Pues nada, el éxito de los proyectos políticos y de los gobiernos se miden en función de los resultados. Lo expuesto en los párrafos anteriores, sólo son una pequeña muestra de lo que la 4T ha quedado a deber, aunque en su fantasía y arrogancia, siempre en contraposición a la realidad, cree, en voz de su líder y presidente del país, que lo está logrando. Que lleva a México hacia la Cuarta Transformación, sin aceptar ni de lejos su efectiva impotencia para acercarse al menos a una porción de sus promesas. Todo lo contrario, del punto de partida en aquél ya lejano 2018, tenemos un piso institucional mermado, tras poco más de tres años de sufrir un inmisericorde desmantelamiento sin otra alternativa que el regreso a un ahistórico centralismo presidencial.

La corrupción lejos de irse abatiendo se ha incrementado de manera escandalosa, el 80% de los contratos se realizan por asignación directa. Aquello de la erradicación del influyentismo lo ataca el propio hijo mayor del AMLO. La violencia va in crescendo, todos los días amanecemos con colgados en los puentes, con cuerpos tirados en la vía pública, con fotografías de políticos con capos en iglesias. Una pandemia que ya alcanzó cifras de escándalo, sin medicamentos ni servicios de salud de mediana calidad. Con una deuda creciente a la mitad del sexenio, con más de 3 millones extras de pobres y una inflación de época. Con la amenaza de una crisis con nuestros socios comerciales por una reforma eléctrica insostenible.

La 4T está entrampada entre su arrogancia y su impotencia como proyecto político para el país.

 

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