Cuando me asomé por la ventana de mi oficina que da hacia la calle, todavía pude observar a las parejas caminar tomadas de la mano o abrazados, compartiendo miradas y escurriendo esa miel que les queda posterior al 14 de febrero. Yo tenía una taza de café en la mano, la computadora encendida para comenzar a trabajar en este texto y de fondo, un poco de música. Me quedé por un largo rato mirando el andar de las personas, mientras el vapor del café hacía caracolas acompasadas al ritmo de la música.
Sabía que hablar de amor y amistad o describir el palpitar de los corazones sería algo poco menos que obsoleto para el momento en que usted amable lector tuviera esto frente a sus ojos; máxime, cuando los días anteriores seguramente habría sido acorralado por la melcocha del marketing ‘sanvalentinezco’ y obligado en todo caso a comprar un ramo de flores, una caja de chocolates o algún detalle. Así que, no… No tocaré más el tema, y procuraré evitar referencia alguna al pasado 14 de febrero.
En cambio, tengo para usted algo que quizá le pueda generar un instante de reflexión (eso pretendo) o quizá un poco de desencanto.
Sumergidos como estamos en tiempos electorales y platicando como lo hago casi a diario con las personas, amigas, amigos, ciudadanos comunes con los que me encuentro en las calles, me he podido percatar del tremendo desinterés que la gente tiene sobre el proceso electoral venidero y en sí sobre la vida política misma por la que atraviesa el país. La gente está cansada, por no decir harta. Las precampañas han permeado poco, si no es que nada y los personajes políticos se encuentran, por decir lo menos, sumidos bajo una gruesa capa de indiferencia popular.
Ellos, los políticos tradicionales, creen que suturando las redes sociales con fotografías donde aparecen rodeados de personas (las mismas de siempre) están logrando revertir la apatía; o posando ante la cámara con la clásica fotografía de la familia unida. Alguien debe decirles que no eso ya no funciona.
Las elecciones de junio próximo van a ser un parámetro real muy importante de la profundidad de la crisis de legitimidad que atraviesa la política mexicana. Todos sabemos que los comicios intermedios despiertan muy poco entusiasmo entre los electores, la abstención es alta, incluso en ocasiones anteriores ha llegado a rozar el 60% del padrón electoral; por si fuera poco la propuesta que se conoce hasta el momento ha sido muy pobre, las acciones realizadas dejan mucho que desear y las ganas de aplaudir simplemente ya no están ahí.
El sistema como lo conocemos muestra un franco retroceso, apesta a esos tiempos de absolutismo y represión. Faltan acuerdos, consensos serios, políticas públicas efectivas, funcionarios honestos, comprometidos y con verdadera representatividad; todo lo anterior en conjuntos da por conclusión: desgano, molestia y falta de identificación de la sociedad. Y no los culpo, el engranaje bajo el que hemos vivido ha sido el mismo, apenas cambiando un par de veces de colores y matizando muy poco la realidad, a veces empeorándola, otras haciéndola insoportable.
La vida como la asimilamos millones de mexicanos es la que habla de desintegración, ruptura de tejidos sociales, falta de empleo o las deplorables e injustas circunstancias laborales; las pésimas condiciones de vivienda, la desoladora imagen de un horizonte económico árido. Todo lo anterior generado en gran medida por las estrategias, sin rumbo, la falta de programas sociales de los últimos gobiernos y las comparsas mañosas de quienes buscan el poder a toda costa sin un real compromiso social.
Insisto, la idea era generar un paréntesis de reflexión, no un panorama desolador; y es que al final de cuentas, lo anteriormente dicho no es algo que desconozcamos. Ni estoy inventando el agua tibia, ni descubriendo el hilo negro. Sin embargo, sí creo tener un par de opciones para destensar ese ceño fruncido que estoy seguro le provocó leer las pasadas líneas.
No vengo aquí con el marketing político-electorero barato, le hablo de realidades. En esta época del desencanto hay pequeñas muestras de que las cosas pueden y deben ir mejor. ¿Qué le parecería tener un gobierno que consulte a sus habitantes antes de gastar el dinero público en tal o cual obra? O contar con representantes populares que se someten al escrutinio ciudadano de manera abierta y ponen a disposición de la aceptación social su destino político.
Las consultas ciudadanas son una realidad en diversas latitudes de nuestro México y eso logra traer consigo el verdadero empoderamiento de la voluntad social. No más decisiones tomadas desde un escritorio, no más acuerdos sometidos ante el poder de bancadas e intereses partidistas. Los ciudadanos tienen la oportunidad de elegir mejor. La política debe ser como una relación de pareja en la que ambas partes muestran interés por el beneficio del otro. Creo que es tiempo de sentirnos realmente representados y de comenzar a construir una nueva realidad para todos.
Hace tiempo que terminé con mi café, la música dejó de escucharse y la batería de mi computadora indica que todo está a punto de terminar. No quiero apurar el final, pero debo decirle que usted, estimado lector, no debe apresurar su toma de decisiones basado en el fastidio y el desencanto.
Dejar de votar hará que todo siga igual, las estructuras terminarán por tomar las decisiones por todos nosotros. En mi opinión, debemos ir como las últimas parejas que puedo ver desde la ventana, caminando juntos, con pasos firmes, en constante movimiento e iluminando en la oscuridad.
Si los políticos tradicionales han fallado, usted no lo haga; salga a votar, premie o castigue con su decisión, pero haga sentí el gran poder que le da su credencial de elector.
