“Ya no hay ficción o no ficción. Sólo narrativa”. Con esas sencillas palabras E. L. Doctorow resumió una situación que, desde 1975, la fecha en que se pronunciaron esas frases, ha ido creciendo en su difusión. Hay novelas, no biografías, cada vez más, en las que los personajes son personas reales, algo que ya había ocurrido desde mucho antes con Capote. Sin A sangre fría, Dick Hickock y Perry Edward Smith serían tan desconocidos como Delphine Couturier o Alice Lidell. Vargas Llosa utiliza a Flora Tristán para una novela, Javier Cercas, en la genial Soldados de Salamina, a Sánchez Mazas. Sebald escribe obras, grandes todas ellas, que nunca se sabe si son novela, biografía, autobiografía o ensayo, en las que los personajes reales pululan como parte fundamental de la historia. Javier Marías, en algo que ya ha convertido en constante de sus últimas novelas, utiliza al insigne, nunca mejor usado el adjetivo, Francisco Rico como secundario. Aunque el récord de apariciones en narraciones de otros, teniendo también el récord de hacer aparecer a personas reales en sus textos, lo tiene Enrique Vila-Matas, que aparece en obras de Antonio Tabucchi, Paul Auster, Alberto Manguel, Sergio Pitol, Antoni Casas Ros, Agustín Fernández Mallo y Eduardo Lago.
Natalie McDonald, una joven nacida en 1983, es una bruja que entró a Hogwarts en 1994, con once años, y a la que el sombrero seleccionador destinó a la casa de Gryffindor, la casa de los valientes, haciendo que hasta el cascarrabias del fantasma de la casa aplaudiera. Su nombre sólo aparece una vez en las casi tres mil páginas de la heptalogía, concretamente en la página 165 (en la edición de Salamandra para el programa México Lee) del cuarto libro. “–Espero que la remesa de este año en nuestra casa cumpla con los requisitos -comentó Nick Casi Decapitado, aplaudiendo cuando “¡McDonald, Natalie!” llegó a la mesa de Gryffindor-. No queremos romper nuestra racha ganadora, ¿verdad?”. Ella también es parte de esa larguísima lista de personas reales que entran en una obra de ficción, en este caso en Harry Potter y el cáliz de fuego de J. K. Rowling siendo, además, la única en hacerlo en toda la saga del niño mago. A ella, también, se aplican las palabras que cierran esa novela. “Como le había dicho Hagrid, lo que tuviera que llegar, llegaría, y ya habría tiempo de ponerle la cara”.
En 1999, la pottermanía, aún antes de las películas, estaba en todo su apogeo. En 1999, una niña canadiense de nueve años, Natalie McDonald, “estaba obsesionada con los libros de Harry Potter que eran lo único que le daba consuelo en el infierno de la leucemia”, declaró un tiempo después Annie Kider que escribió a la editorial en Londres adjuntándoles una carta, un e-mail y un fax para J. K. Rowling.
- K. Rowling, en pleno proceso de escritura de Harry Potter y el cáliz de fuego estaba de vacaciones en España. Al regresar le pasaron todo lo que Kider le había enviado y el 4 de agosto de 1999, once meses antes de que apareciera el libro y en un gesto inédito en una obra que se llevaba tan en secreto, le envió un correo electrónico a Valerie, la madre de Natalie, contándole lo que le pasaba a los personajes principales del libro para que ella a su vez se lo transmitiera a su hija. “El mail de Jo era hermoso. Para nada se compadecía de Natalie o le decía que todo iba a estar bien. Se dirigía a ella como un ser humano que está pasando una situación horrible”, escribiría un tiempo después Kider.
La respuesta de la madre de Natalie al mail de Rowling fue, al mismo tiempo, agradecida y triste. Agradecida por el gesto de la autora y triste porque tenía que decirle que Natalie había muerto, exactamente, un día antes de recibir el e-mail. Fue entonces cuando Rowling decidió incluir a Natalie en el libro como un homenaje, sin decirle nada a la familia, y comenzó una correspondencia y una amistad entre Valerie y J. K. Rowling. Al verano siguiente cuando la familia McDonald, que había viajado a Inglaterra, respondiendo a una invitación de la escritora para conocerse, descubrió el nombre de Natalie en El cáliz de fuego. La amistad entre la escritora y la familia seguiría y sigue, tanto que, en una de sus giras para leer en Canadá, J. K. Rowling pasó su primer día visitando las cataratas del Niágara con los padres de Natalie y sus hermanos, unos hermanos que no sabrían hasta terminar el último de los siete libros que en su casa había estado, once meses de ser publicado, el destino de Potter.
Dice J. K. Rowling que lloró al escribir la escena de la muerte de Cedric Gregory al que homenajea con unas palabras de Albus Dumbledore (“Recordad a Cedric. Recordadlo si en algún momento de vuestra vida tenéis que optar entre lo que está bien y lo que es cómodo, recordad lo que le ocurrió a un muchacho que era bueno, amable y valiente, sólo porque se cruzó en el camino de lord Voldemort. Recordad a Cedric Diggory”), unas palabras que también servirían de homenaje a Natalie cambiando los nombres y a aquel que no puede ser nombrado por leucemia.
¿Por qué un monumento para Natalie McDonald? Primero, por una envidia doble. Por el privilegio de que Rowling le escribiera once meses antes lo que millones esperaban saber y por el también privilegio de estar para siempre en una novela y en Hogwarts. Y segundo, y sobre todo, porque es inhumano, dolorosamente inhumano, que la injusta leucemia, con tanto cabrón todavía vivo, le impida saber a alguien que, al final, todo acaba bien, que, al final, “All was well”.





