Los finales de año suelen ser momentos de quejas amargas y melancolía. Son momentos de recuento, y solemos ser duros en la evaluación de nuestras derrotas. Se escuchan por doquier deseos de que el año termine, como si hubiera una sobrenatural esperanza de que un momento convencionalmente fijado fuese a cambiar el estado de cosas actual.
No me detendré un solo momento en las quejas, en la melancolía o en creencias místicas y sobrenaturales. Prefiero hacer un recuento de otras cosas: los libros, las series y las películas que me significaron momentos excepcionales este año y me emocionaron.
Empiezo por los libros, y sólo me detendré en las novelas. Las cuatro novelas que más me emocionaron este año fueron: Kentukis de Samantha Schweblin, Desierto sonoro de Valeria Luiselli, Restauración de Ave Barrera y Olinka de Antonio Ortuño. La primera es una novela coral inquietante sobre nuestros deseos de invadir la privacidad de otras personas y el deseo, quizá más intrigante, de que invadan la propia. La segunda es un experimento narrativo complejo en el que confluye la amarga desintegración de una pareja, la relación entre padres e hijos, y la contraparte narrativa del ensayo sobre la migración de niñas y niños a los Estados Unidos reflejada en Los niños perdidos. La tercera es una forma relectura de Farabeuf de Salvador Elizondo, una de mis novelas favoritas. La cuarta la incluyo porque ya es una constante que Antonio Ortuño nos regale un libro emocionante y maravilloso todos los años. Olinka lo es.
Me detengo ahora en las películas. Pienso que el siguiente año habrá una competencia feroz por los distintos premios, dado que al menos hay cinco películas excepcionales que mencionar. Comienzo por la que más me emocionó: El Irlandés, de casi cuatro horas, es una proeza narrativa del gran Martin Scorsese, que logra condensar las mayores virtudes de su filmografía en esta película original de Netflix. Historia de un matrimonio, de Noah Baumbach, pienso que robará los premios, al menos el de mejor película. Es un ejercicio íntimo y crudo de la disolución de un matrimonio, y de cómo los factores externos pueden destruir las vidas de los involucrados. Los dos papas, de Fernando Meirelles, es una reconstrucción de la transición entre el papado de Joseph Ratzinger y Jorge Mario Bergoglio. Pero es más que eso: es un boceto sobre la lucha entre el conservadurismo y progresismo en la iglesia católica, sobre el reciente interés del Vaticano en problemas como la pobreza, la desigualdad y el cambio climático, una historia sobre el cambio y el compromiso, sobre el pecado y las víctimas, sobre los escándalos de abuso sexual que sacudieron al catolicismo, y sobre dos enemigos que terminaron forjando una sólida amistad a pesar del desacuerdo. Sobre Joker, de Todd Phillips, escribí una columna hace algunos meses. Ahora sólo resalto su capacidad para ensayar, con un pretexto de estudio de personaje del mundo de DC Comics, los problemas de la salud mental y la marginación. Finalmente, Ad Astra es la película de ciencia ficción de este año. La impecable actuación de Brad Pitt se une a una reflexión que tiene como centro nuestra posible soledad en los márgenes del cosmos.
Con respecto a series, una sola se lleva todos los reflectores: Chernobyl. Esta miniserie de cinco capítulos no sólo es una proeza en dirección, actuaciones, diseño de producción y guión. Es una profunda reflexión sobre la posverdad, y un recordatorio severo por analogía sobre los errores que seguimos cometiendo, en particular con respecto al cambio climático.
Les deseo a todas y todos un muy feliz año nuevo.
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