Uno de los hechos epidemiológicos más relevantes en esta pandemia, y del que pocas personas hablan, tiene que ver con la desigualdad y la pobreza. La epidemiología en años recientes ha dado un giro social. En breve: “La epidemiología es una rama de la medicina cuyo campo de estudio e intervención es la salud pública, y tiene por objetivo el estudio y la prevención de las enfermedades que afectan a las poblaciones humanas. Hasta ahora, dicho objetivo se ha centrado, casi exclusivamente, en los factores biológicos de las enfermedades, la exposición a los tóxicos o incluso las intervenciones en los estilos de vida personales relacionados con la salud. Pero, desde la aparición del Informe Black y del informe Whitehall, en Reino Unido en los años setenta del siglo pasado, en los que se demostró que había una fuerte correlación positiva entre las desigualdades en salud y el estatus social de los enfermos, la epidemiología ha dado un auténtico giro copernicano a su manera tradicional de ser planteada. Además de los factores naturales y personales, ambos informes demuestran que los factores sociales condicionan enormemente la evolución de la salud de la población, y no solo porque la pobreza o la falta de acceso a una vida saludable perjudica a los más desfavorecidos, sino también porque la misma desigualdad social es una causa de la desigualdad en salud. Incluso en personas con un acceso privilegiado a los medios de vida saludables, la desigualdad social existente entre ellos provoca desigualdad en la salud” (Estany & Pujol, Filosofía de la Epidemiología social, p. 9).
Un tema de intensa discusión en los últimos años tiene que ver con la desigualdad económica y social. El economista francés Thomas Piketty ha saltado a la fama mundial después de la publicación de dos larguísimos best sellers sobre el tema. Incluso Barack Obama alguna vez sugirió que la desigualdad era uno de los problemas principales de nuestra era. No obstante, algunos —como el profesor Harry Frankfurt, de la Universidad de Princeton— han negado que la igualdad tenga en sí misma alguna importancia moral, y por ello han sugerido que dejemos de enfocar nuestras investigaciones en los temas de desigualdad y más bien pensemos en teorías de la suficiencia. Lo importante es que todas las personas tengan lo suficiente para vivir una vida digna, no la desigualdad económica o social que exista entre personas que tienen lo suficiente para vivir una buena vida.
Hace un par de años, Thomas Scanlon, profesor de la Universidad de Harvard, publicó Why Does Inequality Matter?, una fiera defensa de la importancia moral de la desigualdad porque crea diferencias degradantes en el estatus social de las personas, porque concede a los ricos formas inaceptables de poder sobre aquellos menos favorecidos, porque mina la igualdad de oportunidades económicas, porque mina la justicia de las instituciones políticas, porque se origina a raíz de la infracción de un requisito de la preocupación sobre la equidad que aboga por los intereses de aquellos cuyo gobierno está obligado a proporcionarles algún tipo de beneficio, y porque surge de instituciones económicas que son injustas. El libro de Scanlon es ante todo una defensa moral de los ideales igualitarios, pero también reconoce que existe fuerte evidencia empírica de algunas consecuencias de la desigualdad. Por ejemplo, Michael Marmot —profesor de Epidemiología y Salud Pública en el University College de Londres— y Angus Deaton —Premio Nobel de Economía en 2015— han sostenido que los efectos de la desigualdad en la salud parecen ocasionarse a raíz de los efectos de la desigualdad de estatus y de control (sobre todo, en el lugar de trabajo).
Entonces, una de las principales preocupaciones que deberíamos tener al momento de atajar esta pandemia es con respecto a las consecuencias que la desigualdad social y económica tendrán tanto en los contagios como en el cuadro clínico de los menos favorecidos. Países con economías desarrolladas y con una clase media generalizada darán respuestas muy distintas, de manera esperable, a economías en desarrollo y con un alto índice de pobreza en su población. ¿Qué están haciendo los países desarrollados por los países en desarrollo y pobres? ¿Qué están haciendo los gobiernos de países pobres y en desarrollo para atacar las posibles consecuencias que injustas desigualdades tendrán en su población más vulnerable?
Temo que algunas de las y los epidemiólogos que están tomando el timón de sus gobiernos en esta crisis no tienen un claro énfasis y enfoque social de la epidemiología. Temo que el gobierno mexicano no está tomando decisiones teniendo en cuenta la grave desigualdad económica y social existente en el país, así como a los casi 53 millones de personas que viven en situación de pobreza en México. Nuestro gobierno ha apostado por una reacción tardía, por brindar información vaga y confusa, y por no implementar medidas con reglas claras ante una situación tan grave que amenaza con cambiar la configuración política, económica y social del mundo entero. Y sí, quienes pagarán primero cada error de nuestro gobierno serán los menos favorecidos: doble victimización a aquellos que sólo han tenido mala suerte.




