El presente texto está basado en una oportuna reflexión del profesor Mario N. Martínez, a quien mucho agradezco por compartirla.
“Quien pertenece verdaderamente a su tiempo, el verdadero contemporáneo, es quien no coincide perfectamente con él, no se adhiere a sus pretensiones, y se define, en este sentido, como inactual” (Agamben, G., “¿Qué es lo contemporáneo?”, 2008).
Viene al caso la cita de Agamben porque no va a ser tan fácil que las generaciones más cercanas a los hoy llamados baby boomers, es decir, los que fuimos niños cuando el régimen autoritario de tres colores vivía su apogeo de la mano de la presidencia imperial, o los que éramos adolescentes cuando nadábamos en petróleo y nos prometieron que íbamos a “administrar la abundancia”, los mismos que luego vivimos con escepticismo la apertura comercial indiscriminada y la supuesta llegada “al primer mundo”, la misma que un prestidigitador de orejas grandes e ingenio perverso nos vendió con gran éxito, o luego los graves asesinatos políticos y la irrupción zapatista, el posterior resquebrajamiento del régimen autoritario, o la decepcionante alternancia en la presidencia de la república, sin una democratización efectiva de la vida pública. Así que no será tan fácil que coincidamos generacionalmente con lo que se vislumbra ya como una generalizada crisis civilizatoria asociada al cambio climático acelerado.
De manera que para intentar explicar y entender la complejidad de “lo social” desde lo local, no resultará sencillo analizar los muchos y diversos acontecimientos novedosos e inéditos para una generación “atravesada” por muchas otras generaciones de crisis. Una generación como la nuestra, que desde que recordamos ha vivido de crisis en crisis o de devaluación en devaluación (pero sobre todo en una profunda crisis de valores, crisis asociada al capitalismo neoliberal y sus rasgos más distintivos: sociedad fragmentada, anómica, materialista, crisis de seguridad y justicia, violaciones masivas de los derechos humanos, crisis migratorias, explotación y mercantilización de los bienes comunes y la Naturaleza, crisis del patriarcado); a la que ahora se suma nueva crisis por la pandemia; por lo que tendríamos que concluir entonces esas crisis vivenciales sumadas, tendrán que hacer de nosotras y nosotros personas más comprensivas, más solidarias y más empáticas, dado que lo opuesto (hedonismo, materialismo, consumismo, egoísmo, individualismo) no parece llevarnos a ningún otro lado que no sea a profundizar en ésta permanente crisis.
Así, la pandemia en curso nos enseña entre muchas otras cosas, que el capitalismo neoliberal no tiene plan B, dado que como hemos podido comprobar con estupor, incluso los gobiernos y empresas más poderosas del mundo se han visto rebasados y han tenido que improvisar, porque en los hechos el derecho humano a la salud es un derecho violado o incumplido, y porque no asumimos colectivamente el tamaño bestial del reto que nos viene literalmente encima. Se trata pues de cobrar conciencia de que tenemos sólo un planeta. Pero una “civilización” globalizada que compra lo que no necesita, que consume y desecha, contamina y tira, no se está haciendo cargo de la gravedad de la crisis mundial.
Si algo nos ha enseñado esta pandemia, es a reconocer claramente quienes son los que mantienen a una sociedad funcionando en tiempos de crisis: médicas y médicos, enfermerxs, personal de intendencia en hospitales y clínicas, repartidorxs a domicilio, trabajadores y trabajadoras de supermercados, campesinxs, agricultorxs y granjerxs. Ciertamente, no son los CEOS de las grandes multinacionales, los banqueros ni los políticos quienes mantienen funcionando a una sociedad paralizada y sin respuestas fáciles.
Sabemos ya que la cultura de paz es un bien humano multicultural que permite entender mejor desde diferentes sensibilidades, vivencias, acentos y enfoques, el valor de la solidaridad, la cooperación, la empatía o el sentido de comunidad, que son valores que han de ser interiorizados, aprendidos, y practicados sobre todo desde y por la escuela (véase al respecto, entre otros, a Plá, Sebastián, “La Escuela en tiempos de pandemia”, La Jornada, 10 de abril de 2020).
Dicho sumariamente, éste puede ser el plan b de las sociedades del que carecen sus gobiernos: una defensa de lo humano y una preparación social, democrática, comunitaria y colectiva para cosas tan serias como la sanidad pública, la seguridad, la educación o el cuidado del otro; pero no sólo como políticas públicas de largo aliento sino como responsabilidades compartidas y practicadas cotidianamente por una ciudadanía informada, crítica y movilizada en defensa de los bienes comunes. Conocer los recursos de los que disponemos, tener planes de contingencia a nivel social, desarrollar nuestras capacidades, dotarnos de un servicio civil de carrera (que no es policial ni militar). Si en los discursos de tantos sociópatas que gobiernan y desgobiernan al mundo prima la mendacidad y una falaz y ridícula narración de que “estamos en guerra” contra un enemigo invisible e inasible, entonces hemos de ir preparando ya los caminos para hacer y reconstruir las paces después de la pandemia, aunque no sean perfectas.
@efpasillas




