Hemos dicho que este obligado confinamiento difiere de algún otro que se hubiere presentado en la historia de la humanidad, en el nivel de interconectividad que tenemos como sociedad mundial. Ejemplos sobran: los alumnos están recibiendo en sus hogares, clases que sus maestros están dictando a través de herramientas tecnológicas; las oficinas públicas están funcionando por medio de elementos para que los trabajadores no acudan a los lugares de trabajo, sino que desde casa se desarrolla la productividad; se han dado conciertos, a nivel mundial incluso, donde artistas cada uno desde su casa en distintas ciudades, se organizan para entretener y divertir a usuarios que, insisto, a través de estas herramientas tecnológicas, pueden acceder cómodamente desde sus hogares.
Como herramienta, el internet se encuentra a un cuarto de siglo de que iniciara la popularización de su uso, primero entre expertos y al paso de los años entre profesionistas, gobierno, locales especializados que ofrecían el servicio de renta de computadoras con el servicio de conexión, y después entre la población en general, llegando a tal grado que ahora ni siquiera se requiere tener una computadora de escritorio o portátil para acceder a la red de redes, puesto que con la posibilidad de contar con un teléfono inteligente, es suficiente para estar conectado.
De hecho, en tiempos recientes, se han vuelto cada vez más populares ciertas aplicaciones de intercomunicación diseñadas para dispositivos inteligentes: servicios de mensajería instantánea como WhatsApp han desplazado el uso del teléfono convencional, y si le añadimos la posibilidad de usar el correo electrónico, redes sociales o videollamadas, nos encontramos en la paradoja de necesitar un teléfono celular… para usarlo de todo, menos de teléfono.
Obviamente esta evolución en la comunicación humana requiere de una nueva visión de esa herramienta, para su acceso y regulación. Si bien el internet en general ha extendido su uso, todavía no se garantiza el acceso a toda la población, por lo que quienes no gozan de estos beneficios se encuentran del otro lado de una brecha que se va ampliando cada vez más. Retomando el punto inicial de esta columna, un alumno que tiene la posibilidad de continuar con el programa de estudios a través de la conectividad, peligrosamente se separa de aquel otro que no posee las herramientas, o hasta el docente que no se actualiza, y por lo tanto no sabe usar Moodle o Zoom, está poniendo en peligro la continuidad de la enseñanza a sus alumnos, aunque estos posean las herramientas para utilizar en la educación.
Sin desconocer esta realidad que nos afecta socialmente, hoy quería referirme a un nuevo tipo de ciudadanía que se está gestando a la par de la evolución informática, que es la ciudadanía digital. En este nuevo concepto se engloban los elementos que le permiten al ciudadano en esta nueva era que vivimos, acceder y comprender a asuntos sociopolíticos a través de nuevas tecnologías de comunicación en donde, por supuesto, requiere de ciertas normas de etiqueta, sociales, éticas, de responsabilidad y de su seguridad en el uso, precisamente, de estos novedosos instrumentos tecnológicos.
Estas nuevas herramientas requieren que quienes las usemos, desarrollemos nuevas habilidades, que si bien tienen fundamento en las que ya utilizamos, se tienen que adecuar sobre todo a la inmediatez que supone el recorrido de la información a nivel mundial, y la posibilidad de que así como personas con buenos fines pueda acceder a esa información, también existe la posibilidad de que accedan personas con fines éticamente cuestionables. Desde nuestra imagen, datos personales, referencias familiares, datos médicos, preferencias políticas y demás información, son susceptibles de andar rodando en el mundo digital y que pudieran ser utilizados para fines para los cuales no hemos autorizado.
Para reflexionar, el ejercicio de estas herramientas nuevas, requiere de ciudadanos nuevos. Que sean críticos para discernir si una información debe o no ser compartida, libres para acceder al uso de internet sin más restricciones que las legales, e integrados en una nueva sociedad que no deja de tener su esencia como la conocemos: interacciones entre humanos que implican acuerdos, desacuerdos, conformación de grupos sociales por afinidad y una serie de normas escritas y no escritas que, incluso, nos puede llevar al aislamiento si no encajamos en esta nueva forma de vida.
El reto para el futuro de la ciudadanía digital es, precisamente, que las herramientas sirvan para el ejercicio de los derechos político-electorales del ciudadano, y llegar al grado de conocer, seleccionar la información y aplicarle filtros de crítica, integración, análisis, evaluación y así, en una de esas, hasta lograr elegir a nuestras autoridades en el mundo real. Bienvenidos al futuro: ese futuro ya nos alcanzó.
/LanderosIEE | @LanderosIEE
