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viernes, diciembre 5, 2025

El Cantar de los Cantares de Salomón, patrimonio bibliográfico de México/ En la paz de estos desiertos 

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Entre 1887 y 1892 los tres agentes del libro más importantes de Aguascalientes trabajaron en varios proyectos editoriales y gestaron lo que sería el proyecto editorial más ambicioso y complejo que se haya hecho en Aguascalientes hasta entonces: El Cantar de los Cantares de Salomón. El doctor Jesús Díaz de León, el impresor Trinidad Pedroza y el maestro componedor Ricardo Rodríguez Romo fueron los responsables de un proyecto que supuso una verdadera hazaña editorial: la traducción a siete idiomas, la composición con caracteres hebreos, góticos alemanes, latinos, franceses y españoles, la corrección, encuadernación y distribución a nivel nacional de un libro único en su tipo que sólo se editó en 1891.

Francisco Díaz de León (1851-1919), médico de profesión, fue un profesor, científico y prolífico escritor, miembro de la élite porfirista aguascalentense, que se destacó por el amplio conocimiento que tenía en diversas áreas de la ciencia y su afán por la enseñanza a través de todos los medios a su alcance: las aulas, el periodismo y los libros. Trascendió la esfera local a través de uno de los primeros periódicos científicos de largo aliento en México, El Instructor, impreso en Aguascalientes entre 1884 y 1910 y que hasta entonces fue el periódico más longevo del estado.

Trinidad Pedroza venía de una importante tradición familiar, emparentado con el impresor José María Chávez, patriarca del monopolio de la comunicación en la región, se integró al trabajo de taller de imprenta desde pequeño hasta convertirse en el más importante grabador y litógrafo de Aguascalientes. Su habilidad y conocimiento, además de la inquietud política de filiación liberal radical y coqueteo con el protestantismo, motivaron naturalmente a Pedroza para abrir su propio Taller, no sin antes haber pasado como responsable de imprenta de algunos talleres privados y del de gobierno. 

Su imprenta se fue consolidando como la más importante a partir de 1871 pero se afianzó definitivamente con el triunfo de Porfirio Díaz como presidente en 1876. Su consolidación le permitió adquirir una imprenta de vapor, la primera en el estado, y tener un surtido amplio en el ramo tipográfico. Francisco Antúnez, quien conociera el Taller de imprenta de Pedroza en 1937, hizo una descripción del catálogo o álbum de las litografías estampadas en su taller así como del equipo con que contaba, destacaba que el taller de Pedroza “era en aquellos días uno de los mejores de la República, tanto por su “moderna” maquinaria de vapor, como por la maestría de en la composición y en las estampaciones”.

En el Taller de Pedroza aprendió el oficio tipográfico, así como la labor de grabador y litógrafo, el grabador José Guadalupe Posada, fue, sin duda, su más destacado aprendiz, quien con escasos 19 años ya era caricaturista de periódico. Otro de sus mejores aprendices fue Ricardo Rodríguez Romo quien trabajó como maestro componedor en su taller, el más destacado de sus trabajadores y con quien Jesús Díaz de León establecería una larga y fructífera relación de amistad y trabajo desde que se conocieron en el taller de Pedroza. 

La relación entre estos tres, Pedroza, Rodríguez Romo y Díaz de León, surgió a partir de la impresión del periódico El Instructor en 1884 y concluyó con el rompimiento de los dos últimos con Pedroza tras la impresión de El Cantar de los Cantares de Salomón en 1891. Pero la unión de estos personajes en torno a la edición de los primeros seis o siete años del periódico y la enorme hazaña que significó gestar un libro como El Cantar de los Cantares, es de esos acontecimientos que merecen atención.

Quien gestó la idea de imprimir el libro fue Jesús Díaz de León, que con cuarenta años ya era reconocido como un gran estudioso de varias áreas de conocimiento. Díaz de León era políglota, traductor de francés, alemán, italiano e inglés, lector de latín, griego, hebreo y sánscrito. Un adelanto de esta publicación apareció en el periódico El Instructor en abril de 1889, en el que Díaz de León hizo un estudio crítico. Esta edición del periódico se considera la primera del libro, es por ello que se puede ver en el libro anotado como segunda edición. Fue encuadernado por Augusto Antúnez, el encuadernador más importante en la entidad en esa época, el mismo con el que trabajó Trinidad Pedroza a lo largo de su carrera.

La edición de este libro supuso un esfuerzo mayúsculo en todos los sentidos para los involucrados, tanto para el autor-traductor, Díaz de León, como para el componedor, Ricardo Rodríguez Romo, así como para el impresor, Trinidad Pedroza. La manipulación composición con caracteres hebreos y góticos alemanes debió ser una labor muy ardua, acompañada de la revisión y corrección. 

La traducción fue hecha literal y palabra por palabra del hebreo, griego, latín, francés, inglés y español. El orden, el método y la correcta o no traducción que hiciera Díaz de León merecería un estudio filológico a profundidad.

El tiraje de la obra fue pequeña, encuadernada por Augusto Antúnez, el encuadernador con quien trabajó Trinidad Pedroza a lo largo de su prolífica carrera, reconocido como el mejor de la época en la región.

Tras la publicación del libro la relación comercial con Trinidad Pedroza se rompió definitivamente. Díaz de León decidió invertir en su propia prensa y formar su taller de imprenta y se llevó con él sus valiosas familias tipográficas y lo más importante, al maestro tipógrafo Ricardo Rodríguez Romo.

A partir de 1892 el periódico El Instructor y los subsecuentes proyectos editoriales de Jesús Díaz de León, se imprimieron en su propia imprenta que tuvo una vida corta (1892-1896) porque su interés no era precisamente comercial, sino tener una imprenta donde él pudiera editar sus libros y los de sus amigos. Tras cuatro años todo el taller lo vendió a Ricardo Rodríguez Romo que lo extendió a su familia y subsistió hasta 1950.

Ese mismo año Francisco Antúnez, por fortuna, compró los tipos con que fue hecho el Cantar de los Cantares y los integró a su propia imprenta que aún los conserva.

La edición provinciana de El Cantar de los Cantares fue una obra que poco interesó a los locales pero que sí se distribuyó por el país y hoy puede ser encontrada en muchas bibliotecas del extranjero, particularmente judías. Fue valorada como una pieza del patrimonio bibliográfica nacional por José Emilio Pacheco y reconocida por su gran trabajo tipográfico y editorial por Francisco Antúnez y Antonio Acevedo Escobedo. Para 1915 ya era vendida como una “Nítida impresión de una imprenta de Provincia” por un costo bastante elevado, $30 pesos. Hoy en día es imposible conseguir un ejemplar a la venta.

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