A principios de los años 90, en México hubo una euforia por las tarjetas de futbol americano. Marcas como Pro Set, UpperDeck, Score, se hicieron muy populares entre nosotros, que éramos en ese entonces niños de entre 10 y 12 años de edad.
Vivía al noroeste del Estado de México, en el Lago de Guadalupe, un sitio apartado que apenas comenzaba a poblarse en sus alrededores. La tienda más cercana quedaba a tres kilómetros y para ir al tianguis debíamos tomar transporte público o el auto familiar.
Fue en ese tianguis, en la colonia Villas de la Hacienda, donde conocimos al único proveedor de tarjetas de la zona, un señor canoso y delgado que, con el paso de los meses, nos ubicó tan bien que nos decía que podíamos pasar por los sobres directamente a su departamento, ubicado cerca de ahí. Le fue tan bien con la venta de tarjetas y ropa deportiva que puso un pequeño quiosco en la plaza del lugar, cuando la inauguraron tiempo después.
El auge nos envolvió. Entre los vecinos, intercambiábamos tarjetas que nos compraban nuestras madres; en la escuela, lo mismo. Ahí me enteré que había otros lugares, más o menos cercanos, donde también podían encontrarse tarjetas: el hoy extinto Bazar de Perinorte y el Bazar de Lomas Verdes, que está de pie en el municipio de Naucalpan.
Sólo teníamos acceso a tarjetas de las marcas arriba mencionadas. Luego comenzaron a llegar las Action Packed, que eran un verdadero lujo y que tenían relieves al tacto; se comenzaron a hallar hologramas y tarjetas con acabados especiales. Había compañeros cuyos padres podían traer cosas de Estados Unidos y, a veces, así nos hacíamos de tarjetas para nuestras colecciones o para intercambiar. Fue muy amena esa época.
Hasta que vino la devaluación del peso frente al dólar y el camino, poco a poco, nos fue separando.
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