El miércoles pasado fuimos testigos de una serie de acontecimientos suscitados en el capitolio de los Estados Unidos en el que se vieron inmiscuidos un grupo de manifestantes, quienes interrumpieron una sesión del Congreso unido, senadores y representantes que, erigidos en una especie de revisor del colegio electoral, sancionaban de una manera cercana a lo simbólico la victoria de Joe Biden como cuadragésimo sexto presidente de la unión americana.
Amén de las implicaciones políticas, sociales e, incluso, económicas de tales acontecimientos, llamó ayer mi atención la serie de epítetos que le brindaron los espacios noticiosos (radio, televisión y hasta las benditas redes sociales) a “la nación más poderosa del mundo” y su “democracia perfecta”.
Estamos muy acostumbrados a pensar de la manera en que los Estados Unidos son el referente en cualquiera de las actividades que realizamos, situación que se ha reforzado a partir de lo que consumimos, sobre todo, en entretenimiento. Buena parte de los programas unitarios, series o películas, se desarrollan desde la óptica en la que el vecino país es el centro del mundo (y a veces del universo entero) no faltando que, por supuesto, ya muy cerca del final, un marino americano salve el día y de paso, a la humanidad entera.
Esta situación de manera colectiva tuvo su auge durante la guerra fría. A las nuevas generaciones no les tocó el enfrentamiento directo entre las “superpotencias” mundiales, de la manera en que se vivió, en sus estertores, en las décadas de los 70 y 80 del siglo pasado. No obstante, hemos transmitido a los más jóvenes esa idea de supremacía que nos ha sido vendida en donde los bienes, servicios o productos “made in USA” ya poseen, por si mismos, un grado de perfección casi absoluta.
Durante los sucesos de este miércoles, se puso a prueba, como en cada acto de los procesos electorales, al sistema que lo sustenta. Y esto ocurre en cada país del mundo. La autoridad que organiza el proceso electoral, la que lo revisa y hasta aquellas que lo sancionan y validan se enfrentan, en cada una de sus actuaciones a la prueba de sostener la afirmación de que el sistema funciona y funciona bien.
No es que la democracia de los Estados Unidos fuera “perfecta” como fue calificada; es quizá la más sólida tras sus más doscientos años de fundación, toda vez que pocas veces se ha visto duramente cuestionada. Aún y cuando problemas no le han faltado: actos de terrorismo, guerras internas y externas, bipartidismo con sus pros y contras, sociedades polarizadas a lo largo de su historia y un largo etcétera, han provocado que su funcionamiento durante más de dos siglos padezca un anquilosamiento en su estructura, y aunque mal que bien se ha sabido adaptar a nuevas realidades, ésta en la que vivimos actualmente ha sido tan dinámica, que está exigiendo un esfuerzo adicional.
No existe democracia perfecta. La democracia, por su propia naturaleza es perfectible y ha de cuestionarse permanentemente para que se produzcan modificaciones que la fortalezcan. No es casualidad que en otras partes del mundo las reformas electorales se realicen tomando en cuenta la visión del vencido en la contienda, asumiendo que aquel que ganó se encuentra conforme con el sistema, siendo entonces aquel que perdió, quien encuentra áreas de oportunidad en los procedimientos, exigiendo su modificación en aras de conseguir la imparcialidad anhelada.
Tal vez no exista una sola democracia, y estemos en presencia de varias de ellas. Quizá por eso al sustantivo democracia lo adjetivamos con su ámbito territorial y hablamos de democracia estadounidense o de democracia mexicana. De lo que estoy seguro es que la democracia, al sustentarse en el pueblo, es necesario que sea éste el que la ejerza, aún y cuando se hable de ella desde su acepción como forma de gobierno. Octavio Paz reflexionaba sobre algo tan básico que, quizá por eso, muchas veces olvidamos: “La democracia no puede ser sino una conquista popular. Quiero decir: la democracia no es una dádiva ni puede concederse; es menester que la gente, por sí misma y a través de la acción, la encuentre y, en cada caso, la invente”.
Las imágenes con las que empezamos el 2021 tienen un sesgo de incredulidad. Muchos se mostraban escépticos ante un muy duro cuestionamiento a la base democrática norteamericana, al que calificaron de terrorismo doméstico. Desde la reflexión propongo, sin minimizar la gravedad de las faltas cometidas, el hecho de que sean los propios estadounidenses quienes encuentren un arreglo que consideren satisfactorio en esta afrenta democrática, en donde, si no les alcanzan las instituciones actuales, habrá que inventar unas nuevas. Seamos, siempre, todas y todos bienvenidos a la democracia. Tan imperfecta como necesaria.
/LanderosIEE | @LanderosIEE




