En ocasiones, algunas personas tienen creencias muy firmes que no están dispuestas a cuestionar. A veces esas personas forman comunidades con otros que comparten sus mismas convicciones. Estar muy convencido de algo y estar rodeado de gente que cree lo mismo no es suficiente para que eso sea verdad. Pero es difícil ver que uno tiene que cambiar sus creencias cuando todos los demás a su alrededor están de acuerdo. ¿Para qué abandonar lo que crees si no tienes conflictos? ¿No basta con que todos estemos contentos? Aunque resolver diferencias de opinión entre las personas es importante, no es lo único que nos preocupa. En varias ocasiones durante el curso de la historia, las personas han tenido que revisar sus creencias para buscar la verdad.
Al mirar a través de un telescopio, Galileo Galilei (1564-1642) pudo apreciar que la Luna, que a simple vista parece redonda, en realidad tiene una superficie irregular. Él reconoció montañas y valles donde otros veían sólo manchas grises. También pudo ver que otros planetas lejanos, como Júpiter, tenían sus propias lunas. Escribió sobre estas cosas en su libro Sidereus Nuncius (El mensajero sideral), que acompañó con unos hermosos dibujos. En la época de Galileo pocas personas podían ver a través de un telescopio. Así que, cuando Galileo les contó estas cosas a las personas de su sociedad, no le creyeron. La mayoría de la gente no entendía cómo funcionan los telescopios. Y, al mirar hacia el cielo, uno no puede luego acercarse a ver los objetos distantes a los que el telescopio apunta. Además, para apreciar los detalles que había identificado Galileo se requería una observación prolongada y cuidadosa.
Pero no era sólo que la gente tuviese que ver para creer. Sus convicciones eran también un obstáculo. En esa época la gente creía que las cosas en el cielo son mejores que en la Tierra. Pensaban que los cuerpos celestes (las estrellas, los planetas y los satélites) eran perfectos. Creían, además, que los objetos en el cielo tenían la forma de esferas y que todos giraban en círculos en torno a la Tierra. Ninguna de esas cosas puede observarse a simple vista. Aun así, la gente las creía en esos tiempos porque así lo decía la iglesia. En esa época, la iglesia vigilaba las creencias de las personas, no sólo en temas de religión, sino también acerca de cómo es el mundo… Cuando Galileo les dijo que la Luna no era una esfera perfecta y que había satélites que giraban en torno a Júpiter (y no en círculos en torno a la Tierra), no se lo tomaron bien.
Algunos pensadores, como el astrónomo y matemático alemán Christophorus Clavius, se tomaron en serio las observaciones de Galileo, aunque albergaban dudas sobre su significado. Otros opusieron mayor resistencia. Dos astrónomos florentinos negaron enérgicamente las ideas de Galileo. Al dudar de que fuese verdad algo que no podemos ver, Francesco Sizzi rechazó que Júpiter tuviese lunas. Para ello, no miró a través del telescopio, pues pensaba que sus imágenes podrían tener algún truco. Más bien, negó que la idea tuviese sentido; decía que “los satélites [de Júpiter] son invisibles al ojo desnudo y por ende no pueden tener influencia sobre la Tierra, y serían por ello inútiles, y por lo tanto no existen”. (Sin embargo, no se detuvo a pensar que, si dudáramos de todo lo que no podemos ver ‘a ojo desnudo’, sin ayuda de instrumentos, tampoco creeríamos en muchas otras cosas, como las que dice la iglesia.) Por su parte, reconociendo que puede haber otras verdades además de las que vemos, Lodovico delle Colombe rechazó que la superficie de la Luna tuviese montañas. Decía que había olas de ‘materia invisible’ cubriendo la superficie esférica de la Luna. (No consideró que también pudiera haber montañas de ‘materia invisible’ sobre esas olas.) Además de ellos, el cardenal Roberto Belarmino se opuso a Galileo diciendo que no podía creer en sus afirmaciones hasta que no se las demostraran; mientras tanto, no le hacía falta cambiar sus creencias.
Lo que estos personajes se negaban a reconocer es que sus creencias podían estar equivocadas. No fueron capaces de entender que, incluso si nadie lo cree o si no nos conviene, algo distinto a lo que pensamos podría ser verdad. Galileo recibió amenazas por parte de la iglesia. Le exigían que dejara de hacer públicas sus ideas. Él sabía que la iglesia cumplía con sus amenazas, pues lo habían hecho con otras personas, como Giordano Bruno (1548-1600). Temiendo por su vida, Galileo cedió. Tuvo que pasar mucho tiempo para que la gente pudiera tomarse en serio sus teorías y observaciones, para comprender mejor el mundo y obtener grandes beneficios de ellas.
Las creencias religiosas no son las únicas que pueden poner resistencia a la verdad. Cualquier tipo de creencia puede impedirnos reconocer cómo son en realidad las cosas. Cuando intentamos ponernos de acuerdo con otras personas, es importante que tomemos en cuenta qué es lo que piensan. Si sabemos lo que creen, será más sencillo que les propongamos algo con lo que puedan estar de acuerdo. Pero lograr convencer a otras personas no es lo único que importa para lograr acuerdos duraderos. También es importante que, al ponernos de acuerdo, lleguemos a creencias verdaderas. Además, debemos procurar ser sinceros, decir lo que creemos que es verdad, cuando tratamos de persuadir a otras personas. De este modo, al hablar con otros debemos preocuparnos por llegar a la verdad y debemos saber que el mejor camino para llegar juntos a ella es siendo honesto con otras personas.
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