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viernes, diciembre 5, 2025

Diseño institucional/ El peso de las razones 

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Las instituciones modelan, constriñen e inciden en la vida social. Podemos entenderlas como patrones organizados de normas y roles construidos socialmente, así como conductas socialmente fijadas que se esperan de dichos roles, los cuales se crean y recrean con el tiempo. En este sentido, han sido las instituciones políticas las que han tenido mayor protagonismo académico: ya sean las cortes, los Estados, las constituciones, así como los tratados y acuerdos. Es por ello por lo que la Historia fue en su origen historia de las instituciones políticas. A pesar de ello, en el siglo pasado la disciplina pareció dar un giro hacia instituciones sociales más generales, como las familias o iglesias, así como a instituciones antes desatendidas, como las agencias de asistencia social o los sistemas de salud.

El estudio de las instituciones ha sido multidisciplinar desde su origen. Distintas ciencias sociales, en particular, han estudiado diversas instituciones y varios de sus aspectos: la sociología ha estudiado instituciones ceremoniales, profesionales e industriales, y en la actualidad se concentra ya sea en cómo las instituciones ejercen un poder oculto sobre indefensos agentes sociales, o en cómo la acción individual se encuentra enraizada dentro de las instituciones; la economía, que ha reparado en distintas instituciones de elección, ha estudiado cómo la acción colectiva, que suele encarnarse en instituciones, puede moldear y limitar las elecciones de los agentes individuales. Algo similar ha sucedido tanto con la ciencia política como con la teoría social.

El nuevo institucionalismo en ciencias sociales, como señala Robert E. Goodin, subraya algunas tesis como las siguientes: que los agentes individuales y los grupos sociales persiguen sus proyectos en contextos colectivamente restringidos; que dichas restricciones suelen tomar la forma de instituciones; que las instituciones suelen ser ventajosas para los individuos y para los grupos sociales; que los factores que restringen las acciones individuales y grupales también moldean los deseos, preferencias y motivaciones de los agentes individuales o grupales; que las restricciones tienen raíces históricas; que dichas restricciones también encarnan, preservan e imparten recursos de poder diferenciales; y que, a pesar de todo ello, es la acción individual la que constituye la fuerza motriz que guía la vida social.

Nosotras y nosotros valoramos de manera instrumental a las instituciones porque reducen costos en el establecimiento de relaciones sociales, al hacer ciertas conductas estables y predecibles para que, entre otras cosas, los individuos conciban y persigan sus proyectos de vida. En este sentido, reducen los costos asociados con la incertidumbre temporal. Las “reglas fijadas”, fruto de la institucionalización, también reducen los costos de cambiar constantemente las reglas; e.g., estas, en un sistema judicial, hacen que el flujo del mercado sea posible. Algo similar sucede con las “reglas informales”: las reglas de conducta en los parlamentos permiten que las negociaciones y los intercambios políticos normales sean posibles. El caso de las reformas constitucionales es aun más ilustrativo.

Por estas razones nos importan, valoramos y cuidamos las instituciones. Deseamos, además, incluirlas en muchos ámbitos de nuestra vida tanto privada como pública: instituciones de familia y parentesco, educativas, económicas, políticas, culturales y de estratificación. Las instituciones hacen posible en estos ámbitos que la conducta sea estable, recurrente, repetitiva y pautada, lo que nos permite, de manera adicional, realizar predicciones sociales que resultan de muchísimo interés y valor. 

Ahora, hablar de diseño institucional es hablar de cambio social intencionado. El diseño institucional se encuentra impugnado a partir de distintos modelos de transformación social: accidente, evolución e intención. Aunque todas las instituciones, como señalamos, tienen raíces históricas, y las instituciones pueden modificarse tanto de manera accidental como evolucionar sin nuestra intervención directa, creemos que resulta necesario defender que el cambio social puede ser deliberado a parir del diseño. Así, el diseño guiaría el cambio para que este responda de manera efectiva a las intenciones de las y los reformadores sociales.

Debemos a Robert E. Goodin, desde finales del siglo pasado, promover la reflexión académica e interdisciplinar sobre el diseño institucional. Su libro The Theory of Institutional Design, así como la serie “Theories of Institutional Design” que él mismo edita en la editorial Cambridge University Press, han sido fundacionales para el nuevo diseño institucional de nuestra era. No obstante, se requiere seguir repensando el diseño institucional desde enfoques creativos e innovadores, y se requiere tener en cuenta sus desafíos y su relación con la vida democrática.

mgenso@gmail.com

 

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